sábado, 21 de marzo de 2015

POESÍA: SEXTINAS






Rimas de G.A. Bécquer




 SEXTINA DEL AMOR Y EL DESALIENTO 
DEL TROVADOR PROVENZAL ARNAUT DANIEL





Allí está mi señora, de quien tengo tal hambre…



                                             Arnaut Daniel





Yo, que he sido maestro de las aves,

regalé cintas y alas a las brisas,

encendí tiernos leños de la aurora,

a Dios tengo latiendo en la plegaria

y me guardo las llaves del poema,

de ti no tengo nada más que el nombre.





Tú sabes el calor que da tu nombre

metido en el plumaje de las aves

cuando se abre el joyero del poema

y se escuchan minúsculas las brisas

con susurro menudo de plegaria

en el labio aún dormido de la aurora.





Cuando es fina caléndula la aurora

y trepa por los muros de tu nombre,

confío y lloro como en la plegaria

y me revolotea cuales aves

una esperanza con vaivén de brisas

que acuna la emoción de mi poema.





Es todavía niño mi poema

pero se ofrece espejo de la aurora,

guirnalda en los cabellos de las brisas,

caracola leal para tu nombre,

porque, aunque tú no estás, llevan las aves

en su vuelos barrocos mi plegaria.





A pesar de su fe, ya mi plegaria

se arrincona en silencio en el poema,

pero le animan a volar las aves

lo mismo por la noche que a la aurora

aunque sepa, es seguro, que tu nombre

se cae del regazo de las brisas.





¿No soy señor y dueño de las brisas?

¿No tengo a Dios viviendo en mi plegaria?

¿Por qué de ti no tengo más que el nombre?

¿Por qué huir del palacio del poema

cuando reina te quiere hacer la aurora

de todo bajo el coro de las aves?





Llorad conmigo, oh aves, llorad, brisas,

enmudece, plegaria, y tú, poema,

y que venga la aurora sin tu nombre.





De  Un resplandor antiguo enciende hoy mi memoria (1987)



  

 Foto tomada de internet





EN PLENA PASIÓN CALLADA,

EL POETA FERNANDO DE HERRERA PIENSA

PLATÓNICAMENTE EN LA CONDESA DE GELVES



(Sextina)



Goteas nieve mínima, tú, estrella.

Vives altiva y en tu cresta, oh lumbre.

Oculto fulges para mí, esplendor.

Garabato de fuego eres tú, luz.

Eres limosna rápida, lucero.

En tu espiral desapareces, llama.



Aunque crepitas fugazmente en llama,

siendo en mi cielo inaccesible estrella,

te haces parpadeante, azul lucero

que niega en el equívoco la lumbre,

que en mi constelación hurtas la luz...

di, ¿dónde está ya aquel vivo esplendor?



Ah, otra vez como un guiño el esplendor

con promesa de dádiva y de llama.

Ven como lazarillo, tierna luz,

y no te ocultes, peregrina estrella,

sino que bajes, indecisa lumbre;

deja, deja de ser falaz lucero.



Porque el recuerdo es leño; así la llama

crece como una ojiva de esplendor

y me promete acogedora lumbre,

un beso de calor como un lucero

que despunta en la tarde, flor de estrella

hospitalaria cuyo aroma es luz.



Habitar en los lindes de tu luz

como el aire es aliento del lucero;

almohada es la tarde de la estrella

para soñar su vívido esplendor

y acaba siendo corazón de llama,

confidencia a la sombra de la lumbre.



Te alejas, sí, como encorvada lumbre

y es rastro de crepúsculo tu luz,

chisporroteo vesperal de llama,

adiós de lejanía de lucero,

brasas de lo que fue rubio esplendor

hueco vacío donde ardió la estrella.





Mas fue estrella vivaz y alto esplendor,

y, aunque lucero huido y rota llama,

será para mí lumbre de su luz.







Las denominaciones que se utiliza para invocar a la Condesa –estrella, lumbre, esplendor, luz, lucero y llama— son algunos de los nombres que utilizó para velar la identidad de su amada platónica.





De Los espejos preferidos (1999)






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