martes, 24 de marzo de 2015

POESÍA DEL MAR ( V )




 
 Juan Sebastián de Elcano

PREMIO DE POESÍA “VIRGEN DEL CARMEN” 1994, 
QUE CONVOCA EL INSTITUTO DE CULTURA E HISTORIA NAVAL

I

Amo el mar de los muelles, prisionero, encerrado
en piedras lineales de ya sucios cantiles.
Me acerco a ver sus aguas de forzado sosiego,
inhábiles vitrinas donde descansan, duermen,
como lentas querencias en viejos fondeaderos,
anclas, quillas, rejetes, mordazas, calabrotes;
toco en mudos proíses corazones que amarran
en ellos soledades roncas de lejanías,
con marullos rebeldes de inquietante oleaje
descansan y se duermen los mástiles, de pie,
como fieles guardianes de aparejos hermanos
—familia de las vergas, velas, jarcias y palos—,
o miran desde el puerto a la ciudad abierta,
anfitriona de historias con rudos navegantes
(¿aún el tópico amable del ron y de la pipa
y taberna con humo y acordeón nostálgico?),
rumor de caracolas con residuos de algas
y fetiches de islas que evocan paraísos.



En su metal tundido, en maderas mordidas
por colmillos de espumas de oleajes feroces,
los barcos, esos novios de muelles y astilleros,
descargan corazones como cajas de historias
donde laten anhelos, ansiedades, vigilias;
mecidos por los vientos que les dan bienvenida,
dejan su cargamento con sellos de añoranza
y lágrimas de aceite en las aguas espesas.


II

El río es hijo de la mar. Un día
se perdió entre montañas y cañadas;
jugó en el laberinto de los árboles
llenándose sus lomos de hojarasca
decapitadas por el hosco otoño;
paseó por el borde de los pueblos
su fragor confundiendo con ruidos
de fiestas, embriaguez de lugareños;
y atravesó la piel de las ciudades
ornándolas de puentes legendarios;
después llegó a la mar como un viajero
locuaz de versos y canciones viejas,
se echó en los brazos de su inmensa madre
la mar, que enriqueció sus anchas aguas
con caudal de paisajes y memorias.


III

En las playas de estío es el mar una lengua
que lame los batientes y los cuerpos frutales;
merodea bajíos con sus perros de espuma
y espolvorea cal, tiza efímera y leve
en serios farallones o pétreos miradores
desde donde el viandante lo contempla a ese mar
igual que una pecera de sol enfebrecido
con trémula ardentía de brillo delirante.

Las olas van rompiendo sus yelmos en peñascos
donde mariscadores encuentran caladeros,
y grecas instantáneos de cabrilleos leves
se acercan con el flujo, ya nuncio del repunte,
gloria de la montante cuando las playas gozan
de los cuerpos felices que distienden su holganza
en la arena con brillos de rabiosos metales
sintiendo en las orillas —láminas relucientes—
los bores, las marolas que llegan como ardillas,
y son blancos cachones que se montan en médanos;



PUERTO DE GALLINERAS, SAN FERNANDO -CÁDIZ- 
FOTO TOMADA DE INTERNET

ah mar ociosa, novia del verano desnudo,
el verano amatorio, que es ajuar de bonanza,
paraíso arrullero de garzas y gaviotas
que dejan los esteros con sus mantos de adarce,
ya convertida el agua en criaturas de sal,
minúscula criatura de blanca termitera,
lejos de los navíos, cachalotes de acero
—antenas como ramas, cañones como élitros—
junto a los trasatlánticos (¿señores de los mares,
o huéspedes a quienes zarandean y agreden
nerviosos maretazos, malhumorados bores?)


IV

Es mordisco del mar a la bahía
esta cala, terroso desperezo
del litoral, posada de las olas
donde los botes duermen, trampolines
de brisas, plintos de aguas, en espera
del empujón con tea que es la aurora,
a la aventura de su pan difícil.

Palangres, redes en la pala, al hombro,
cocidas todavía en algún patio
donde sollozan clandestinamente
lutos por los ahogados, vasallaje
al mar, que brama oculto en el recuerdo
y, también como el pobre, él tiene hambre.


Suben la calle con los mismos pasos
que, sigilosa, da la madrugada.
Un respiro.
                  Se paran (¿por costumbre
o por fe?) ante el altar de la Capilla,
que es corazón con lumbre de la calle,
trozo de cielo que el cristal cobija,
y la Virgen, que tiene el mismo nombre
que la madre, o la hermana, o que la esposa,
o la hija, quizás es un aliento,
pues la Virgen del Carmen está cerca,
casi de la familia.
                           Y siguen ellos
camino del sustento, a la llamada
de la pleamar. Si es por costumbre o fe,
aunque no rezan, a la Virgen miran
besan con ojos el escapulario
y reavivan la vieja confianza.


    
 Despesque
 Cuadro de María Jesús Rodríguez Barberá





V

Ahora, con la estoa, gigantesca y pesada,
que es la carpa infinita de un circo sumergido;
ahora que has lanzado, alto mar, tus ejércitos
y hay fragores y filos de espadas destellantes
y lomos escamosos de arcaicos dinosaurios
que suben desde fondos abisales y oscuros,
oh mar, ya eres océano, cónclave poderoso
de las aguas reunidas igual que una familia,
eslabones acuosos de infinita cadena
y aprendiza ayer eras de veneros y fuentes,
discípula de arroyos, alumna de riachuelos,
párvula de cascadas salpicando en las peñas,
viajera por las costas, por los golfos, los muelles
y maestra de ríos refrescando la tierra,
y, ahora, capital de las aguas más hondas,
las aguas que dejaron matorrales y légamos,
animales y troncos y residuos humanos.
Ahora eres la tumba de buques que te orzaban
como los mastodontes suicidas por las selvas.
Guardas antiguos restos de civilizaciones,
cementerios de turbios corales y madréporas
donde huesos humanos tu corazón te punzan,
porque sé que te duele el dolor de la tierra
y lo dices echando las tormentas al vuelo.



Pero nadie lo entiende y todo el mundo sueña
con que el mar es feliz porque guarda en sus ojos
astros, luna y bandadas de exótico averío,
porque guarda en su cofre de arabescos celestes
fábulas increíbles, y es que tú, mar, te ondeas,
principio y fin del mundo, como el claustro materno
adonde el hombre vuelve a recobrar su origen:
enséñale, tú, mar, a ser libre y gozoso
de travesías amplias, de desiertos undívagos,
y como tú, no entregue sus oídos a brisas
que entretejen gemidos con las voces de ahogados,
sino que de distancias se enriquezcan sus ojos
y escuche en los repliegues de tus vastos aguajes
el Todo, que redobla en su tambor de espumas
su rumor oceánico, su pleamar de grandeza.

De Erytheia o versos de circunstancias elegidas (2000)

 


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