sábado, 21 de marzo de 2015

POESÍA: HOMENAJE DEL GRUPO TERTULIA RÍO ARILLO A JUAN RAFAEL MENA


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CAFÉ DE REDACCIÓN EN SAN FERNANDO


CRÓNICA


El pasado viernes 27 de marzo nos reunimos en la cafetería “La Mallorquina” de San Fernando para comentar la poesía de Juan Rafael Mena Coello.


Nacido en San Fernando y licenciado en Filología Hispánica, impartió clases como profesor agregado varios institutos, después de trabajar como administrativo bibliotecario en al Biblioteca Municpal de su ciudad natal. Su obra es muy extensa, obra de la que no puede desligarse la dependencia que le crea el lirismo, pues tanto en prosa como en verso trasluce el brumo particular con el que brilla la poesía, obra que ha estado en constante evolución.


Comenzamos con un breve comentario del soneto titulado “Se me figura un águila gigante”, dedicado a la araucaria, árbol de esta zona que ha estado muy presente en sus poemas dedicados a La Isla, tal vez por respeto o fascinación y tan emblemático como la sal y las salinas. La veía nada más salir de su casa y pasar junto a ella resultaba amenazante, turbador, impactante y poético.

A continuación Ramón Luque refirió el afán de colaboración de Juan y su interés por sus trabajos cuando empezaba. Leyó el poema “Jaula VII” de su poemario Cámara oculta.



Seguidamente tomó la palabra el Profesor Hernández Guerrero para resaltar su trabajo como “creador” con el lenguaje como herramienta rigurosamente revisado para escoger la voz justa, medidos los versos correctamente, con la acentuación requerida en las estrofas, logrando que cualquier poema leído “pueda verse”. Tras un breve comentario introductor leyó el poema “Al mar”.

Luego Miguel Pérez, Josefa González, Aurora Romero, Carmen Navarrete, Dulce Sollero y Concha Conde resaltaron los valores humanos del poeta, su capacidad de trabajo y muy especialmente su disposición a compartir y a sugerir instruyendo.


Juan R. Mena Coello agradeció todos los comentarios, nos ilustró y contestó con entusiasmo a cuantas preguntas le hicimos en una tarde cálida y primaveral.


Durante un par de horas la cafetería “La Mallorquina” fue el escenario de un teatro imaginado de donde huyó el silencio llevándose los versos. Los niños jugaban con las sillas. Nosotros nos despedíamos con la ilusión en el reencuentro,haciendo planes para el Día de las Letras.


Adelaida Bordés Benítez, 27 de marzo de 2015


Día del Teatro




Homenaje de la TERTULIA RÍO  ARILLO  DE  ARTES Y  LETRAS
a Juan R. Mena con la introducción
de don JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada  y director deL CLUB DE LETRAS DE LA UNIVERSIDAD DE CÁDIZ



Hace tiempo —mucho tiempo- que busco la oportunidad para explicar mi convicción de que Juan Mena es un poeta en el sentido más amplio y más profundo de esta denominación.
Juan Mena no sólo mira los objetos y observa los sucesos con atención, sino que contempla y vive la vida con la sensibilidad, con el sentimiento, con la imaginación y, a veces, con la pasión de un creador: con esas herramientas omnipotentes, capaces de transformar, de resucitar, de crear y de recrear la existencia de las cosas —de todas las cosas- haciéndolas más nuevas y más humanas. 

Fíjense cómo, por ejemplo, con su fino sentido del ritmo, de la melodía y de la armonía, dota de vida humana a ese mar que él contempla con y siente en el fondo íntimo de su conciencia: 


                 EL MAR DE CERCA

                                A Pilar Paz Pasamar 


IGUAL que el cabeceo de pinos o palmeras, entre
asmática, tarda y jadeante,
te llega a veces la respiración del mar.
¡El mar! ¿Recuerdas? Primeramente fue muchacho
fogoso que trepaba por los acantilados.
Pero ahora se mueve y se fatiga, y siente
encanecer su cabeza de espumas,
y, a ratos, con sus dedos de soledad errante
pulsa las momentáneas guitarras de la brisa,
Quién sabe si en la noche, cuando silencia, ciego
de penumbras, su tristeza coral, te llama,
o te remite, fragmentándose en golpes de persianas,
su confidencia seca de salitre y de siglos,
su cansancio violado por residuos innúmeros 
y su función monótona de agente del peligro. 

Mira,
yo fui el mar una vez y desde entonces supe
lo que es la ingratitud, los días con su flota
de horas rutinarias, el hospital de heridos
que el crepúsculo pone en mis brazos nocturnos,
la garganta del mundo con su adiós de lejanías, 

óyeme, 
 
el mar te espera siempre;
con sus manos de algas sarmentosas; milenario,
el mar se aprende tus versos, los dispersa jovial
por la arena como amorosos náufragos salvados
en el tiempo,
y los maderos de tu nombre golpean
las murallas, y en un complot de brisas y oleajes
los convierte en gaviotas. 

Libro de dones y de encantamientos

Madrid, Rialp, 1989: 14-15.


Sus versos, que nos hablan de la vida y de la muerte, de las palabras y de los silencios, son generosos regalos a los sentidos y cordiales invitación al disfrute intenso de sabores, de aromas, de colores y hasta de sonidos íntimos y nuevos. Sus composiciones —auténticas, transparentes y luminosas- nos estimulan para que pensemos, para que leamos, para que nos recreemos y, sobre todo, para que vivamos la vida de una manera más lúcida y más honda: nos proporcionan una intensa luz para iluminar unos episodios aparentemente anodinos y para penetrar en sus significados supuestamente superficiales.

Además de descubrirnos la delicada sensibilidad de Juan —sus vibraciones sentimentales más íntimas-, sus poemas nos proporcionan nuevas claves para interpretar este mundo, y nos ofrecen diferentes criterios para valorar unos detalles que, a simple vista, nos resultan intrascendentes. Si lo leemos detenidamente, nos revelan la felicidad que nos proporciona un paseo por el campo, la contemplación de las mareas, una conversación con un amigo,

¿Dónde reside —nos preguntamos- el secreto de la fuerza expresiva de estos versos tan limpios y tan sencillos? A nuestro juicio, la explicación radica en la autenticidad de esas intensas emociones que, serena, clara y contundentemente, nos desvelan sus vivencias. Y es que, en ellos, siempre encontramos unas lámparas estratégicamente instaladas y hábilmente encendidas, que con sus llamas primigenias, nos descubren unas zonas que, para el común de los mortales, estaban ensombrecidas.
Juan Mena nos regala unos breves relatos que, enredados entre sus manos, libran una hermosa lucha parecida a la que se establece entre la luz y la oscuridad o similar a la pelea que se desata entre el fuego y el aire. Y es, por tener conciencia de lo hermoso, interpreta la existencia humana como una fundación para este hoy en el que, al fin, es posible el deseo, la esperanza y el amor.

Por eso cultiva la escritura para aprovecharla como fuente de vitalidad, de fantasía y de creatividad. Por eso, en este mundo saturado de ruidos, busca espacios confortables de silencio, instantes prolongados para la pausa, para la interiorización personal y para la apertura solidaria. Por eso, se detiene unos momentos para respirar hondo y para oxigenar su espíritu: para reflexionar sobre los cambios, para meditar pausadamente en el imparable correr de los días y para contemplar, asombrado, el espectáculo de la naturaleza: para descifrar los mensajes imponentes del mar, del cielo o de la montaña.

Juan Mena, al mismo tiempo que nos descubre la esencia de su conciencia abierta a un horizonte transparente, nos ofrece una prueba de su pericia para condensar unas propuestas que transmiten mensajes liberadores. Ahí radica, a mi juicio, el milagro; de conseguir que unos hechos imaginarios nos resulten verosímiles, que nos provoquen sorpresa, que nos despierten desde el principio la atención, que mantengan vivo nuestro interés sin que disminuya la tensión. No tengo la menor duda de que Juan Mena, además de la adivinación de artista;, posee el oficio de escritor; ya que evidencia el dominio de los recursos técnicos para llevar hasta el final, sin debilitarlos, cada uno de los relatos, iluminándolos con el toque mágico de su personalidad creadora. 

Juan Mena nos cuenta y nos explica sus propias experiencias, nos invita amablemente para que, penetrando en los sentidos más íntimos, nos recreemos con el mundo, para que sintonicemos y consintamos con los otros en la transparencia de una voz, pausada y emocionada, que es una mezcla de osadía y de confianza.

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