domingo, 22 de marzo de 2015

POESÍA DEL MAR ( I )






Islote de Sancti Petri (San Fernando -Cádiz-)



 MARINA BAJO SOSPECHA

            Al poeta Juan Antonio Macías


La lontananza va a su precipicio.
La tempestad, combate entre marolas,
quedó de  su coraza desarmada.
En los dinteles de la atardecida,
velamen de la tarde es el ocaso,
caído ya su mástil amarillo.

El barco, paquidermo de las aguas,
yugo del mar que arando va oleajes,
cabrilleos del agua, garabato
y rúbrica que haciendo va la estela,
montante, bíceps de un fugaz repunte,
hinchazón como senos la marea.

Te amo, pecera gigantesca y bronca,
mar, cordillera efímera de espumas,
con dársena, hospital de embarcaciones,
con playa, espesas dunas de la arena,
con costas, firme cinturón de piedras
que sangran por mordiscos del poniente.

Te amo, anónimo y rudo en tu palacio
acuático ocultando tempestades,
silenciando rugidos con los guiños
que en el recuerdo das a los turistas.

Te amo, mar, cementerio de naufragios
con sus pecios, que son los esqueletos,
a pesar del dragón que dentro llevas
con manteo cruel de maremotos
bajo tu siesta de feliz bonanza.

Hoy olvido jirones de tu historia
en madréporas y algas retenidos,
y acaricio tu equívoco pelaje,
dinosaurio que duermes en la orilla.

Mar que ríe en los blondos escarceos,
doncella desvistiéndose del peplo
azul en los umbrales de la noche. 

De la revista ATENEO DE CÁDIZ (2008)


  

 





Alta mar, 
cuadro de María Jesús Rodríguez Barberá


PREMIO DE POESÍA "EDUCAVERDE" 2007  (SEVILLA)

Editado en cuaderno y en la Web Arena y Cal


VOLVER  DE  NUEVO  A  LA  MANSIÓN  DEL  MAR
            
                       Jamás la Naturaleza dice una cosa
                      y otra la sabiduría.
                         
                             Juvenal, Sátiras, XIV    



                   I
                                             
Qué a gusto vengo a la mansión del mar,
hijo  pródigo yo, que he malgastado
la  herencia de agua, verdes, campos, flores
que  la naturaleza me dio un día.

Humildemente vengo a ti, mar, quiero
pasear esta mano arrepentida
por tu glauco pelaje, te acaricio,
perro  que va, carlea en las orillas
ya cansado de acuáticos senderos,
sacude  el rabo roto de una ola
y  entre las rocas tiza espolvorea.

Yo le acaricio el húmedo plumaje
Irisado  de guiños del poniente
y él me sonríe con temblor de niño
por  sus dientes de blancos cabrilleos.
tan grande en las pleamares ondulantes,
tan  contento anfitrión de tantos buques,
tan  alto en la vidriera de la aurora,
tan  rumoroso entre vestales brisas
tan  largo en el alféizar del ocaso,
y ahora, pequeñito y moribundo,
viene  a morir en una concha blanca.
Me mira con sus ojos derrotados,
gemelos  del crepúsculo que, lejos,
lo  consuela en su hora postrimera
le  pone catafalco de violetas.
Yo también, mar, me muerdo mi destierro,
desgavillado  de la gente, a trizas
el  corazón de historias fragmentarias,
vengo  a desenterrar ayeres, restos
de tardes con ruinas de mareas,
de  tardes en que fuimos flor de idilios
ella  y yo, en el regazo de tu orilla,
garabatos  de espuma en nuestros pies
nos  hacían los leves cabrilleos,
antes  de su desguace en las arenas.


                   I    I


Huyo de la ciudad, pero amo a los hombres,
os  coloco en mi torre de homenaje,
que son heridas cuerdas
como  yo del amor, luz de desvelo,
como  yo del sufrir, que late oculto.
Sin embargo, el olvido me aconseja
vaciar mi corazón de anécdotas y nombres
para escarbar en mi cansancio a solas
mis señales más puras, verdaderas
y cuando halle las palabras vivas
que enterraron las grandes multitudes,
volveré a llevarlas a los hombres,
muy seguro de que me escucharán,
las palabras precisas, suficientes,
que nos animan a sobrevivir
y enlazar nuestras manos, 
                         estas manos que ahora
huérfanas de una fe y de la confianza,
se entierran en la prisa y los ruidos.

Dame, tú, mar, sosiego 
y déjame decirte las palabras
que en la ciudad se vedan
a los poetas porque las consignas
del tumulto oxidaron todos los oídos.
Pero aún quedan vocablos,
vocablos que no están contaminados
por la frivolidad, por el consumo.
Déjame, mar, que te los diga a tu oreja 
                             de limpias caracolas.
Sé, tú, a pesar de tsumanis y naufragios,
nuestro renacimiento, nuestra concha 
                                                  de cuna
para surgir de ti como hace siglos
nacieron los anfibios y pisaron la tierra, 
                           que ahora tiene miedo
de llorar su ruina planetaria. Sé, tú, mar 
un olvido de ajetreos,
un volver a nacer, marea de entusiasmo 
tu pleamar en las almas.
                  
                   
                      I   I   I

Volveré a la ciudad con mirada salobre,
con ojos con colores de radiantes madréporas,
con brazos como algas 
                              para abrazar el mundo
y decirle que ame los árboles, los campos, 
los jardines;
que los ríos le sean cintas de agua 
que doblan y acarician sus cinturas 
de piedras industriales;
y les diré a los hombres, que defiendan 
las calles y las avenidas
con batallón de árboles, con fuentes 
                                          como bocas 
limpias con luz de alba.


Enseñaré a los niños el álbum de la nieve,
las páginas de olivos como crenchas 
                                            del campo,
las grecas de los pájaros
en la alta vidriera de los cielos.

Que una generación nueva aprenda 
a leer en los rústicos barbechos,
en los parterres de las alamedas,
en las riberas, calles de los ríos, 
que son alegoría de la vida.

Madre Naturaleza, perdónanos 
la afrenta que te hacemos
todos los días sin pensar que somos
la ignorancia que toca con sus manos 
                                               más sucias
tu tan desvencijado patrimonio.
      



       

  



Salinas de San Fernando (Cádiz)

 





 Playa con gaviotas (Tomado de internet)




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