sábado, 21 de marzo de 2015

POESÍA: EL LENGUAJE TRANSFIGURADOR





 Casa de la Cultura y Biblioteca Municipal de San Fernando (Cádiz)


EL LENGUAJE TRANSFIGURADOR  (2009)


Estos artículos han aparecido también en la WEB ARENA Y CAL
Revista Literaria y Cultural Divulgativa de San Fernando (Cádiz), 
que dirige ALFONSO ESTUDILLO CALDERÓN



 Poesía enemiga de la Literatura (1)


¿Por qué una poesía con nuevos hallazgos semánticos y desautomatizada de lastres oxidados?
-Porque esa poesía no emociona y suele abusar del significado sin esfuerzo por remozar el discurso poético dejándose llevar por construcciones ya lexicalizadas.

¿Cómo se consigue esos nuevos hallazgos que den una nueva fisonomía poética al texto?


La poesía ha de ser una pintura parlante, como decía Plutarco. En este caso nos ayudamos de:

-La metáfora -futuristas, ultraístas-, la sinestesia -el simbolismo-, el onirismo y el quiebro sintáctico-Surrealismo-, sugerir más que explicar, o sea, rodeos -Mallarmé- y la poesía igual a creación -O. Wilde- ayudan a una recreación del texto poético, dejando atrás los lastres sociales o líricos de la poesía tradicional, que confiaba toda su valoración al significado -divagaciones, descripciones, sondeos introspectivos, exaltaciones eróticas o amorosas, seudofilosofía, denuncia o autosatisfacción burguesa con regularidad sintáctica de la llamada “poesía de funcionario”, etc.- sin pensar en la crisis que el texto poético ha sufrido en el mundo contemporáneo -Montale.


-¿Por qué el poeta ha de salvar estos escollos de frases hechas, escritura lineal convencional y actitudes poéticas obsoletas?


-Porque la madurez del hombre contemporáneo le lleva a nuevas búsquedas dentro del laberinto de su conciencia.

-“Hay otros mundos pero están en éste” -Eluard-, y ello le abre a nuevas indagaciones acerca de los fenómenos de su conocimiento, teniendo en cuenta que un cambio psíquico determina un cambio en el estilo -Spitzer.


El lirismo es el sentimiento de lo universal ya sea en el gozo, ya sea en el dolor. El verso es una parte de la poesía pero no es toda la poesía.


La poesía es lo esencial que se traduce a palabra con verso o no. El verso le ayuda a configurar un texto medido que precisa lo que se expresa.


Una poesía que no traduce lo que es permanente en el ser humano, es una poesía de circunstancias, o sea: de denuncia, de evocación de lugares, recuerdos de comics infantiles y otros de variada índole pintoresca individual, anécdotas, pero no es lo que dice Leconte de Lisle. “Sólo hay poesía en el deseo de lo imposible y en el dolor de lo irreparable”.


Veamos este texto poético propio.



Un cuerpo deshabitado



Desocupas tu cuerpo de consumo
dejándolo al olvido de un andén
de los muchos silencios de la vida,
tú, que hiciste un mercado de tus ojos,
feria con los racimos de tus senos,
del pubis la diana de apetitos
y de tu cama, yunta de trabajo,
un breve paraíso de alquiler.


Llevabas como un terco palimpsesto
el recuerdo sangrándote de infancia
violada en un rincón de turbulencia
por manos como garfios endulzados
bajo un señuelo, fronda del engaño.


Asumiste con férula de sino
el pasado tal como una divisa
en el cuello mortal de tu memoria,
y enarbolaste a un viento de infortunio
la sonrisa con miel profesional
y palabras marcadas por el uso
con disimulo de un hedor de penas,
el abrazo de elástica costumbre,
la exhibición artera de un tesoro
que iba expoliando el azadón del tiempo,
modesta fonda de aire provinciano
para viajeros de pasión con prisa,
peregrinos por rutas de su hastío,
tratantes de manidas circunstancias,
sedientos de algún ocio pasajero
que abrevan en tus aguas de miseria
un sorbo de volátiles respiros
que escupen luego, ahítos de desidia
(menos yo, que dejé sobre tu tedio,
además del billete, unas palabras
que te dieron calor por un instante,
que tú quisiste retener con ruegos
en el mudo pretil de tu mirada).


El humo del tabaco fue aureola
a tu heroísmo de engarzar clientes,
y la copa, el fervor del incensario,
mientras pensabas en tu hijo, puente
para salvar los ríos del suicidio,
heroína en desvanes de epopeya,
mártir de un santoral sin bendiciones.
carne para el festejo de un momento
desahuciada de un techo de ilusiones...


Hoy, que no vives en tu cuerpo y yerras
por cielos de una ausencia indiferente,
dejas la huella de un revés que sólo
se entiende entre los pliegues no estudiados
todavía de Vidas ejemplares.



Observaciones:


¿Para qué la metáfora?

-Enriquece -y amplía el texto- el verso con colorido al comparar haciéndolo más inteligible el concepto al lector.


Elemento real: tu cama:
-yunta de trabajo
-paraíso de alquiler
-diana de apetitos
-mercado tus ojos
-diana de apetitos

¿Para qué la sinestesia?

-Une lo sensorial y lo abstracto, dándole color a la idea:

-hedor de penas
-dejé sobre tu tedio
-el recuerdo sangrándote de infancia violada en un rincón de turbulencia
-unas palabras que te dieron calor




Poema premiado en el Círculo de Artes y Oficios de San Fernando (Cádiz), 2009, premio “Juan Ortiz del Barco”, editado también en el boletín de la entidad.




Poesía enemiga de la Literatura (y 2)


Echemos una ojeada a las siguientes definiciones:
Aristóteles se adelantó con esta frase al Formalismo. Víctor Shklovski podría haberla escrito:
“Dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia”.

Antonio Vivaldi, en música —da lo mismo ahora que decir poesía; es arte también—, afirmó aquello de: “Reformar y sorprender”.

Goethe era consciente de que no hay nada nuevo bajo el sol, sin embargo…

“Todas las cosas ya han sido dichas. Lo que conviene, para el poeta, es repetirlas de otro modo”.

Recordemos aquellos versos de Verlaine sobre qué es poesía. dando una idea de la delgadez en cuanto a retórica y ayudándose con matices del simbolismo ya iniciado por Baudelaire:

Que tu verso sea la buena ventura
esparcida al viento crispado de la mañana
que va floreciendo menta y tomillo...
Y todo lo demás es literatura.


Oscar Wilde va más lejos que el poeta alemán:

“El placer superior en literatura es realizar lo que no existe”.

Vicente Huidobro decía algo parecido a lo que escribió Verlaine:

“El reinado de la literatura terminó. El siglo veinte verá nacer el reinado de la poesía en el verdadero sentido de la palabra, es decir, en el de creación, como la llamaron los griegos, aunque jamás lograron realizar su definición”.


Los que se apoyan en la comunicación como piedra de toque del poema, no han leído lo que escribió el que se parapetaba bajo el seudónimo de Homo Sum (Frases, Austral, 319):

“En arte no es suficiente la sinceridad”.


Oigamos a Mallarmé, poeta más allá del simbolismo, catalizador positivo de la poesía pura:

“Sugerir, no nombrar”.


“El verso no debe, por consiguiente, componerse de palabras, sino de intenciones y todas las palabras borrarse ante la sensación".

Picasso, en su búsqueda infatigable, nos confiesa:
“Yo hago lo imposible, porque lo posible lo hace cualquiera”.


Jean Carlos Duque de Franco se atreve a decirnos de manera terminante:

“La primera condición de la poesía es que sea sorprendente”.


Terminamos con una frase del poeta francés parnasiano Leconte de Lisle, cuya definición abarca al tema y a la forma:

“Sólo hay poesía en el deseo de lo imposible o en el dolor de lo irreparable”. Lo temático y la novedad expresiva.


Se puede ignorar las citas y escribir poesía como se desee, pero no es posible olvidar que, si todo está sujeto a evolución, la poesía no se iba a librar de este proceso.


Es fácil escribir poesía con lenguaje heredado, pero lo que motiva las referencias aludidas es recrear el lenguaje poético sin necesidad de recurrir al disparate seudosurrealista y al saltamontes versolibrista para escribir una poesía que parezca nueva. Es patético ver poemas escritos en castellano que quieren parecerse a poemas traducidos de poetas ingleses o americanos con el fin de presentarse como modernos, actuales y “rompedores”.

Darle patadas a la tradición europea es para muchos ingenuos un “descubrimiento”, en el que no hay forma ni figuras literarias, ni comienzo y fin del poema. Una “genialidad” que tienta a los que se aprovechan de “la palabra en el tiempo”, que dijo Antonio Machado.


En la tesis de Víctor Sklovski la visión reemplaza al reconocimiento. Entendamos este reconocimiento como una lexicalización de lo que se lee, mientras que la visión es una desautomatización de ese reconocimiento, y que por esa misma novedad denominadora, altera lo establecido en la lectura marcándola con la desviación voluntaria, ayudándose para ello con la metáfora, la sinestesia o cualquier otra figura. La visión es creadora, pero puede llegar a arbitraria dentro de un cierto orden en la percepción.


No olvidemos que en la poesía la palabra cumple un fin; en los demás géneros funciona como un medio nada más.







¿Hacia una poesía futura?
                      

La metáfora es lo que distringue al verdadero poeta, dijo Aristóteles.

La metáfora crea otros nombres a partir del que sirve de referencia real. Se hace por analogía y se logra independientemente de la llamada imagen irracional, que compara con talante arbitrario sin que haya una relación entre lo comparado y lo comparable. Es pura subjetividad que da paso a una especie de pata a la llana de la expresión verbal, que tampoco tiene que ver con la glosolalia del dadaísmo.

 La metáfora crea un mundo al lado de otro. El real queda eclipsado por el imaginado, que se considera nuevo frente al otro, el viejo, ya visto y pensado por el lector como una visión manida.

Otro recurso es la sinestesia: interpretar el mundo abstracto con el sensorial dándoles matices que los presenta como nuevos.

Un tercer recurso es la novedad semántica (¿deconstrucción semántica, literariamente hablando?), consistente en unir palabras cuya presentación no recuerde otra ya lastrada y, por lo contrario, despierte una sensación de lectura nueva.

No me resisto a citar la la famosa elegía de Miguel Hernández a García Lorca como un ejemplo de idiolecto poético que conmueve a todo lector que desee leer una poesía con frescura en su lenguaje literario. Creo con toda convicción que estoes escribir poesía después de la poesía a que estamos acostumbrados. Sé muy bien que hay quienes dicen que cada uno tiene “su estilo”, pero la verdad es que el verdadero estilo es el que no se parece a nadie y sorprende y reforma el lenguaje literario marcando un “territorio” de propiedad estilística; lo demás es repetir lo ya dicho pòr otros poetas.


   Elegía primera

(A Federico García Lorca, poeta).

Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,
y en traje de cañón, las parameras
donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
y llueve sal, y esparce calaveras.
Verdura de las eras,
¿qué tiempo prevalece la alegría? 

El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
y hace brotar la sombra más sombría.
El dolor y su manto
vienen una vez más a nuestro encuentro.
Y una vez más al callejón del llanto
lluviosamente entro. 

Siempre me veo dentro
de esta sombra de acíbar revocada,
amasado con ojos y bordones,
que un candil de agonía tiene puesto a la entrada
y un rabioso collar de corazones.
Llorar dentro de un pozo,
en la misma raíz desconsolada
del agua, del sollozo,
del corazón quisiera:
donde nadie me viera la voz ni la mirada,
ni restos de mis lágrimas me viera. 

Entro despacio, se me cae la frente
despacio, el corazón se me desgarra
despacio, y despaciosa y negramente
vuelvo a llorar al pie de una guitarra.
Entre todos los muertos de elegía,
sin olvidar el eco de ninguno,
por haber resonado más en el alma mía,
la mano de mi llanto escoge uno. 

Federico García
hasta ayer se llamó: polvo se llama.
Ayer tuvo un espacio bajo el día
que hoy el hoyo le da bajo la grama.
¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres!
Tu agitada alegría,
que agitaba columnas y alfileres,
de tus dientes arrancas y sacudes,
y ya te pones triste, y sólo quieres
ya el paraíso de los ataúdes.
Vestido de esqueleto,
durmiéndote de plomo,
de indiferencia armado y de respeto,
te veo entre tus cejas si me asomo.
Se ha llevado tu vida de palomo,
que ceñía de espuma
y de arrullos el cielo y las ventanas,
como un raudal de pluma
el viento que se lleva las semanas.
Primo de las manzanas,
no podrá con tu savia la carcoma,
no podrá con tu muerte la lengua del gusano,
y para dar salud fiera a su poma
elegirá tus huesos el manzano.
Cegado el manantial de tu saliva,
hijo de la paloma,
nieto del ruiseñor y de la oliva:
serás, mientras la tierra vaya y vuelva,
esposo siempre de la siempreviva,
estiércol padre de la madreselva.
¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,
pero qué injustamente arrebatada!
No sabe andar despacio, y acuchilla
cuando menos se espera su turbia cuchillada. 

Tú, el más firme edificio, destruido,
tú, el gavilán más alto, desplomado,
tú, el más grande rugido,
callado, y más callado, y más callado.
Caiga tu alegre sangre de granado,
como un derrumbamiento de martillos feroces,
sobre quien te detuvo mortalmente.
Salivazos y hoces
caigan sobre la mancha de su frente.
Muere un poeta y la creación se siente
herida y moribunda en las entrañas.
Un cósmico temblor de escalofríos
mueve temiblemente las montañas,
un resplandor de muerte la matriz de los ríos. 

Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,
veo un bosque de ojos nunca enjutos,
avenidas de lágrimas y mantos:
y en torbellino de hojas y de vientos,
lutos tras otros lutos y otros lutos,
llantos tras otros llantos y otros llantos.
No aventarán, no arrastrarán tus huesos,
volcán de arrope, trueno de panales,
poeta entretejido, dulce, amargo,
que al calor de los besos
sentiste, entre dos largas hileras de puñales,
largo amor, muerte larga, fuego largo.
Por hacer a tu muerte compañía,
vienen poblando todos los rincones
del cielo y de la tierra bandadas de armonía,
relámpagos de azules vibraciones.
Crótalos granizados a montones,
batallones de flautas, panderos y gitanos,
ráfagas de abejorros y violines,
tormentas de guitarras y pianos,
irrupciones de trompas y clarines. 

Pero el silencio puede más que tanto instrumento.
Silencioso, desierto, polvoriento
en la muerte desierta,
parece que tu lengua, que tu aliento,
los ha cerrado el golpe de una puerta. 

Como si paseara con tu sombra,
paseo con la mía
por una tierra que el silencio alfombra,
que el ciprés apetece más sombría. 

Rodea mi garganta tu agonía
como un hierro de horca
y pruebo una bebida funeraria. 

Tú sabes, Federico García Lorca,
que soy de los que gozan una muerte diaria.

autógrafo
Miguel Hernández, 1937




Una brevísima poética


¿Por qué una poesía con nuevos hallazgos semánticos y desautomatizada de lastres oxidados, como escribe Vixtor Shklovski en El arte como artificio?

Porque esa poesía no emociona y suele abusar del significado sin esfuerzo por remozar el discurso poético dejándose llevar por construcciones ya lexicalizadas. Dijo Shklovski: “Un artista debe evitar los caminos trillados”.


¿Cómo se consiguen esos nuevos hallazgos que den una nueva fisonomía poética al texto?


Cada poeta busca sus recursos, suponiendo que tenga interés por hallarlos. Puede que se abandone a su estilo de siempre; estilo heredado y sin esfuerzo por renovarse en su lenguaje.

La necesidad de comunicarse (incluso a sí mismo) lleva al poeta al campo de la página a sembrar y recoger prontamente, sin pararse a pensar si no se será mejor esperar a que el lenguaje que se emplea ha de ser renovado, si ya no emociona y su escritura se ha vuelto monótona y desgastada.


En el poema que sigue (que también figura en Rincón de la Poesía) se intenta huir de las expresiones redichas y procura un empleo de imágenes, tan necesarias en la poesía para hacer sensoriales los conceptos.



Afirmación poética o defensa de la imaginación
 

Mucho antes de que apareciera la crisis, ya era un tópico decir que no corren buenos tiempos para la lírica. Posiblemente ahora la frase tenga más persuasión, pero, al revés de lo que quería el poeta de Hernani, Gabriel Celaya, la poesía no es un arma cargada de futuro, aunque cada poeta la escriba en el tiempo que le ha tocado vivir sin afán alguno de que lo que escribe le sirva a sus contemporáneos.

Vista con ojos occidentales, cada vez más tecnificados, la poesía no sirve para nada absolutamente, y en esto le aventaja un poco el amor romántico, que, al menos, une a los hombres y a las mujeres con fines de procreación o no.

La culpa de su aislamiento se debe, en parte, a que siempre se ha identificado a la poesía con la Belleza, con el sentimiento y con el recuerdo, tres fuentes que hoy están próximas a su desecación para instalar en ellas el mundo de la imagen, la frivolidad, la consagración del consumo y el ser igual a tener. Sin embargo, no podemos creer que el papel del poeta ha desaparecido en la sociedad, y no porque algunos pasen la frontera del verso y se instalen en los predios de la novela. Podría desaparecer la poesía pero siempre quedarán frases tópicas con que los cantantes de moda se enriquecen, económicamente hablando, gracias a una masa de seguidores que está de espaldas a los registros poéticos.

Se puede ser indiferente a la poesía, incluso enemigo de ella, pero no se puede negar que la vanguardia del lenguaje se debe a la poesía; es decir, que las metáforas que se emplean en los argots del fútbol y el toreo, por poner espectáculos de mayorías, han salido de la retórica literaria. Mientras que la mayor parte de los ciudadanos se conforman con una comunicación cotidiana y funcional, manoseada y redicha, la poesía goza de una capacidad de recreación de la lengua que es privativa de la emoción poética. Las metáforas que hoy crea el poeta, mañana serán repetidas inconscientemente hasta la saciedad por sus vecinos.

El progreso en su formación de las lenguas romances —pongamos por caso el italiano con la Divina Comedia de Dante Alighieri, el gallego-portugués con las Cantigas de amor y amigo y el castellano con el Mío Cid— se debe exclusivamente a la poesía. Y permitidme recordar aquello de “de bien nacido es ser agradecido”.

No quiero hacer una defensa de la poesía, sino presentarla para recordar a los ciudadanos de bien que tienen una deuda con ese género literario que en todas las civilizaciones ha puesto el primer ladrillo de la lengua para que se entienda la gente. La Matemática y la Lengua son las dos columnas del templo del conocimiento y la cultura. Ahora bien, una cosa es la poesía dicho así, universalmente, y otra es la poesía concreta que pueda leer un autor en un determinado recinto, cuyo sentido o mensaje no pueda ser descifrado, tal vez, a las primeras y necesite una segunda lectura.

De hecho la complejidad poética actual requiere una minuciosa lectura, y quizá una iniciación; aunque está en la habilidad de los poetas que lo que lean en público pueda ser descifrado simultáneamente por los que escuchan, pero cada mensaje requiere un nivel de comprensión que lo da el dominio que tenga cada cual de su idioma.

En cuanto a su variedad, la poesía es como una familia numerosa de la que cada hijo no se sabe a quién sale, si al padre, a la madre o a los abuelos. Quiero decir que cada poeta es su poema, recordando aquello del francés Buffon: “El estilo es el hombre”.

En sus albores, la poesía siempre ha ido acompañada de la música; después ambas tomaron rumbos particulares y hoy se puede leer un poema en verso libre con la misma fruición que cuando iba de la mano por las plazas públicas con los juglares y por los salones cortesanos con los trovadores.

Para concluir esta presentación, que no es un alegato, ya que la poesía no lo necesita, he de decir que escribir en sintonía con la intuición es una actividad que siempre fue respetada y admirada incluso por muchas generaciones, ya que el poeta, en otros tiempos, gozaba de un prestigio próximo al oráculo, tanto que la lengua latina acuñó el sustantivo vate, que viene de "vaticinium", semejante al verbo "femi", de donde viene profeta.

Pero, claro, los tiempos son otros y la prisa, así como los condicionamientos mencionados antes, hacen que en las Ferias del Libro se diga poesía con la boca enana, sin pasar de Lorca, Neruda, Gala o Benedetti.

Los poetas que van a leer -Ricardo Bermejo Álvarez, Blanca Flores Cueto, José Manuel García Gil, Charo Troncoso González- son distintos en su idiolecto, como se dice en literatura, o sea, cada uno con sus peculiaridades, y esta diferencia no es un caos, sino una riqueza que hay que agradecer a los que heredan la inquietud de quienes hicieron posible que hoy hablemos una lengua para entendernos, tanto a nivel de información, como de recreación imaginaria. Y pregunto: ¿Hay mayor garantía de libertad que la imaginación?

(Texto leído en el acto de la Real Academia de San Romualdo, en su V convocatoria, realizada en el Hotel Sal y Mar de San Fernando el día 9 de Junio de 2009).



Valor actual de la palabra lírica


Hoy día vemos cómo los valores de consumo y la televisión de solaz para dispersión de entretenimientos relajantes, hacen un uso insensible y rutinario de la palabra. La expresión “dar la palabra” actualmente se nos antoja pretérita, casi medieval, precisamente cuando la palabra que daba un caballero tenía toda la solvencia del mundo. Recuérdese que hasta finales del siglo XIX la cuestión el honor llevaba a enfrentarse en duelo a dos individuos incluso por una palabra desdichada que manchaba la honra de uno de ellos.

Después de la primera guerra mundial, la crisis del Humanismo se hizo notar en la credibilidad de términos que hasta entonces daban prestigio a las academias y a las instituciones que defendían los esquemas espirituales que habían vertebrado la cultura europea.


Los medios de comunicación asaltaron, por así decirlo, los escenarios de la vida contemporánea y una visión materialista se fue apoderando de los órganos de difusión de la cultura hasta impregnar las conciencias de un vivir al día hasta el extremo de crear una mass media que tiraniza con sus gustos y niveles la estética general. El buen gusto está proscrito, incluso las preferencias de la minoría se ocultan entre los bastidores de los espectáculos y las charlas, para no pecar de pedantes.


Todo esto ha condicionado a la palabra, que se ha convertido en un instrumento de briega, pero totalmente despersonalizada. Incluso el lenguaje del periodismo, tanto periodístico como televisivo, se recarga de expresiones de la calle con las que incurren en grotescas construcciones gramaticales.


El artista de la palabra se revela contra este estancamiento expresivo, determinado en parte por la praxis cotidiana, que se vale de frases hechas, y se propone unas actitudes que van contra esa cobertura lingüística al uso y se propone desbordar la norma teniendo en cuenta no coincidir con las denominaciones ya lexicalizadas propias de una escritura que rehúsa la renovación y emplea insensiblemente el lenguaje como una herramienta práctica y, además, se arrellana en los tópicos manidos. 


Es, por tanto, una ruptura total y de orientación exclusivamente creadora. Un verso o una línea de prosa sin originalidad es trabajo perdido, piensan hoy muchos escritores y poetas comprometidos con un idiolecto exclusivamente poético, lejos de la narrativa, que cumple, por supuesto, su función dentro de los géneros literarios. Es repetir a los demás poetas, en su caso, y privarse de entusiasmo creativo, aunque también corra el riesgo de caer en el disparate tomándolo por una rasgo de genialidad. 

Un poeta aspirante a una alta competencia lingüística tiene celo del empleo de los vocablos de su lengua y busca en ésta todos los recursos que ella le preste para o bien combinar las palabras de manera insólita a los ojos de los lectores, o bien dejarse traspasar por una intuición tras la cual late un misterio de mediumnidad a través de la que le habla una inteligencia limítrofe con un mundo maravilloso. Pero esto sería platonismo y hoy todo el mundo tiende a una concepción convencional, mentalista y utilitaria de la lengua, lejos de los ensueños del poeta que mira “hacia arriba” como un santo o iluminado de los cuadros del Barroco. Esto no significa romper con el poema sencillo o de poesía “desnuda” como quería el onubense universal. Lo mismo que hay varios registros, también hay varios niveles de creación literaria, pero, lo cierto es que, sea cual sea uno u otro, el lenguaje no puede renunciar a seguir buscando combinaciones para lograr una expresividad que compense con entusiasmo al que escribe, lejos de lo petrificado y obsoleto, ya rechazado incluso en los certámenes literarios provinciales. 

Escribir poesía se convierte en una asignatura ardua por lo que tiene de reto para conseguir satisfacer a los más exigentes en estas lides, no importa los temas.

Oigamos a Jorge Meneses y Juan de Mairena:

— “Pronto el poeta no tendrá más remedio que enfundar su lira y dedicarse a otras cosas. 

— ¿Piensa usted?...
— Me refiero al poeta lírico. El sentimiento individual, mejor diré: el polo individual del sentimiento, que está en el corazón de cada hombre, empieza a no interesar, y cada día interesará menos”.


Si esto lo decía un poeta como Antonio Machado, nada amigo del nuevo “gay trinar”, como él denominaba a los seguidores del movimiento modernista, y tendente él mismo a la expresión poética tradicional, incluso arcaizante en sus pocos sonetos, ¿qué hemos de decir hoy en que el tema como leit motiv del poema sufre crisis y ello le da opción al protagonismo del lenguaje como crédito suficiente como para que un poeta hábil en emparejamientos de palabras dé rienda suelta a su genio lúdico y nos brinde un poema en el que el tema es mínimo, como en el Barroco, en que el poeta recurre a la metáfora, sobre todo, y a otras figuras que potencian el mensaje para conseguir un efecto lingüístico-estilístico impactante en el lector.


En una época de cansancios y dispersión como la nuestra, aceptemos que quienes sean capaces de tales crucigramas poéticos —dicho sin ironía—, nos curen de poemas con fuertes contenidos cuyos argumentos ya conocimos en otras tendencias de otras épocas y que hoy, con el vaticinio del gran maestro sevillano, tienen que dejar paso a la lengua como sola protagonista ante el peligro de resolver la ecuación, sin más ayuda que la propia genialidad.

Retengamos lo que dice Eugenio Montale en su obra En nuestro tiempo: ”La sustitución de la palabra por otra con diferentes medios expresivos es la prueba de que el hombre está cansado de ser hombre [...] ¿Por qué no pintan ya los pintores la figura humana y el paisaje en el que vive el hombre? [...] Una obra de arte que se pueda explicar, traducir en términos de lenguaje, pertenece aún al viejo mundo, que se hacía la ilusión de explicar, de justificar, de comprender...”


Ese viejo mundo es el de la poesía realista que nos quiere trasladar sus sentimientos, sus ideas, sus vaguedades románticas, que no están de más, pues cada uno escribe lo que quiere, pero que ya ese estilo está desecado como un estanque donde no se ve sino musgo. Para la gente de a pie la poesía es un rollo de otros tiempos. Los poetas de ahora tienen que hacerla de nuevo creíble, comunicable y también implicadora.


Esto acrecienta las razones del desafío. Continúa Montale: “Porque tras el hombre y su hábitat real se halla siempre escondida la insidia de la palabra”. Por eso, un poeta actual, consciente de que escribir es algo más que entretenerse bajo el sosiego de una mentalidad burguesa, nos puede sorprender con una clave que nos dé pista de esperanza. Para ello tendría que desprenderse de la lógica de nuestra vida consumista y escribir una poesía que parezca revelada por un inconsciente donde se han quedado enterrado los valores del espíritu, la posibilidad de entrever una nueva vida para la gente que se deja adormecer por todo lo que hemos criticado en párrafos más arriba.


Los poetas que van a intervenir en esta Afirmación poética —Blanca Flores Cueto, Josela Maturana Mendoza, Ramón Luque Sánchez, María Jesús Rodríguez Barberá y Charo Troncoso— son variados en su estética literaria, pero inquietos en cuanto a su preocupación por complacer a la musa de la exigencia.


(Discurso del autor leído en el Acto convocado por la Real Academia San Romualdo, el 2 de junio de 2010, en el Hotel Salymar de San Fernando (Cádiz), coordinado también por el autor, vocal de Letras.)





 Recreación lírica del lenguaje

El pensamiento se asomaba a los ojos y no veía más que espacios en blancos de la vida. Espacios con un fondo de muescas y gestos que no llegaban a reflejar nada, como nada refleja un espejo a oscuras. El pensamiento quiso trasmitir su necesidad de explicarse grabando en las paredes una imagen de lo que pensaba, con la esperanza de que aquel ideograma diese a entender lo que bullía en las urgencias de su anhelo de sobrevivir. Pero el ideograma sólo reproducía objetos y seres de la naturaleza, y no lo que empezaba a palpitar en la mirada siempre alerta de aquel homo sapiens. Homo sapiens porque el amor y el sufrimiento lo fueron haciendo sabio de los entresijos del alma complicada y naciente de su especie. La caza, las armas, las fieras y todo lo que veía se prestaban a la tentación de reproducirlas por pura y urgente necesidad.

Unos pensamientos desconocidos para él pugnaban en su conciencia por querer formularse como un mensaje apremiante y ansioso de comunicación. Él no sabía que ese imperioso empuje pedía un puente para pasar al corazón de la mujer con la que compartía aquella cueva en los altos de un monte o en una choza lacustre.

Fue adelgazando los ideogramas y éstos se transformaron en signos que pasaron a representar convencionalmente ideas, y la idea de más importancia para él fue un sentimiento de unión con la compañera, junto a la que compartía su miedo y su euforia. Un sentimiento que ensanchó los márgenes de su conciencia, desbordándolos hasta que la necesidad creó el órgano, es decir, la palabra. Y ella fue ese puente maravilloso que sirvió de ida y venida a las ideas más profundas que tienen los humanos: El amor y el dolor. Y como eran las palabras más importantes, hubo que transcribirlas a esos signos auxiliares para que con este gesto de perduración de los secretos más valiosos del alma naciera la escritura. La escritura creó el libro y el libro fue la cuna donde fue mecida esta décima a ritmo de verso.

 





Lector: el libro es ventana
para asomarte a la historia,
y él es también la memoria
que va de ayer a mañana.
 Su palabra nunca es vana
y de la idea es partera;
de ignorancia te libera
y tu soledad divierte.
Puede mejorar tu suerte
y, siempre amigo, te espera.





¿Una poesía pura?


La poesía pura está en el lenguaje no en el tema ni en la arbitrariedad rupturista del ritmo.


Remito al lector a los tres artículos publicados con este tema en la web Arena y Cal, revista literaria digital divulgativa.


Insistamos: Poesía pura es desautomatización del lenguaje, o sea, crear, sorprender, no repetir. No está en el tema, ya sea deleite o emoción, ya sea paisajes o recuerdos, sino que es forma, capacidad de continuar generacionalmente los esquemas literarios por medio de las variedades expresivas. Pero este anhelo de innovar en la expresión tiene un peligro: el disparate o la imagen irracional, recursos fáciles que están al alcance de los que no pueden crear imágenes sorprendentes que convenzan al lector.


Ahora bien, no es la imagen el caballo de batalla del poema. Ya Shklovski rectificó la tesis de Potebnia, que consideraba la imagen como prioritaria en el verso. Él oponía a la imagen o, quizás junto a la imagen, la desautomatización; es decir, liberar el lenguaje de lastres, de repeticiones trasnochadas que se quieren justificar con el interés del tema, pensando por ello que descubren el Mediterráneo de los recuerdos, del sentimiento o de la idea. Con esto tal vez coincida con Mallarmé: “Pinta, no la cosa, sino el efecto que produce”.


A partir de Jakobson se habla de la metapoética como objetivo inmediato del lenguaje literario en poesía, que ya sería un verdadero lenguaje poético, un idiolecto de un poeta afortunado que dé con la clave de un registro creador que deje obsoleto el lenguaje que se emplea hasta ahora para escribir poesía, una poesía endeudada con la del pasado a juzgar por su falta de frescura, o bien la obsesión de la modernidad, como si el versolibrismo antirrítmico y la imaginería seudoonírica fuesen un logro a tener en cuenta.


Hemos de considerar por ello que las tentativas de renovación poética, lejos de cualquier despropósito aventurista, está en el lenguaje poético, la capacidad de liberarse del pasado sin abominar de él, sino transformándolo haciendo un uso convincente de su herencia. Como he dicho en otras ocasiones, cito al músico veneciano Antonio Vivaldi: “Reformar y sorprender”.




Lastre y renovación

Se escribe mucha poesía, es cierto. Poesía en estilos diferenciados por el talento de cada poeta. En algunos casos se llega hasta lo que se llama el idiolecto de cada poeta: Góngora, Neruda, García Lorca, Miguel Hernández, poetas que se han destacado porque han creado una poesía personal.


Si se observa detenidamente, la diferencia con respecto a la poesía "común" es bastante notable: Hay una poesía lastrada e impersonal y otra que sorprende por su creación, su capacidad de refrescar el lenguaje, sacudirlo de sintagmas redichos que dejan indiferente a quien tiene ya una cierta andadura poética.


Tendríamos que evocar aquí a teóricos de la poesía que no son nada o poco conocidos por muchos poetas premiados con trofeos prestigiosos. La plica rica ayuda a muchos poetas a seguir añadiendo galardones aunque su obra no aporte estilísticamente nada nuevo.


¿Qué saben esos poetas de Vossler, Spitzer, Shklovski, Montale, Jakobson...? Tal vez ni les importen estos nombres; ellos y ellas están reconocidos y tienen boyante y asegurado el "mercado" de los premios. A su vez, la crítica les es dócil y sumisa por aquello de la ya indiscutible celebridad, suponiendo que esos críticos tengan inquietud y/o capacidad de emocionarse con nuevas expresiones poéticas.


Mientras tanto, se sigue editando libros de poemas que para no incurrir en expresiones lastradas tienden al disparate con el recurso de la imagen visionaria, que ya estudió Carlos Bousoño, y a un versolibrismo con ínfulas renovadoras. Si entramos en el tema, en el "significado" como escribió Dámaso Alonso en su estudio “Significante y significado”, aquí se podría señalar vacíos temáticos o pueriles, muy presentes en la poesía trasnochada. El que esto suscribe también ha escrito poemas con vetas de lastre; no me libro de mi propio zarandeo literario.


Lo dicho: Una poesía vieja, más o menos maquillada con superficiales tintes de modernidad y, enfrente, una poesía nueva que sabe que la palabra en el tiempo de ahora es la creatividad y no el continuismo, que no es el contenidismo y sí el toque de la función poética, aunque ese contenidismo lo profesen nombres consagrados. Contenidismo significa que el autor pone todo su afán comunicador en el tema y no cuida la renovación del lenguaje.


Toda poesía nueva es creadora y sorprendente. “Reformar y sorprender”, como quería Antonio Vivaldi, el músico veneciano. Lo demás es “literatura”, como decía con cierta indiferencia Verlaine. Buena literatura, pero nada más que literatura falta de vida nueva en la expresión.


Ahora bien, ante la perspectiva poética que vemos, se ha de recurrir a la famosa frase de Juan Ramón Jiménez: “Alentar a los jóvenes; exijir, castigar a los maduros; tolerar a los viejos”. Alentar a los jóvenes avisándoles que los disparates verbales, las imágenes irracionales y un versolibrismo ingenuo por sus ansias de innovación, apelando al onirismo surrealista, no son el mejor camino para la poesía nueva.


Veamos este poema de Miguel Hernández escrito en versos alejandrinos que conforman varios serventesios. (Qué valentía la del poeta oriolano cumpliendo el consejo del músico, o sea: poner lo clásico al día.) Detengámonos en la voluntad de estilo de la expresión que muestra el poeta, que, además, acepta el reto de la estructura clásica más rigurosa. 

El poeta cumple los requisitos de Vixtor Shklovski para escribir una nueva poesía alejada del lastre del pasado; por ello la finalidad del arte “no es la de acercar a nuestra comprensión la significación que ella contiene, sino la de crear una percepción particular del objeto, crear su visión y no su reconocimiento”.



A mi hijo


Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,
abiertos ante el cielo como dos golondrinas:
su color coronado de junios, ya es rocío
alejándose a ciertas regiones matutinas.

Hoy, que es un día como bajo la tierra, oscuro,
como bajo la tierra, lluvioso, despoblado,
con la humedad sin sol de mi cuerpo futuro,
como bajo la tierra quiero haberte enterrado.


Desde que tú eres muerto no alientan las mañanas,
al fuego arrebatadas de tus ojos solares:
precipitado octubre contra nuestras ventanas,
diste paso al otoño y anocheció los mares.


Te ha devorado el sol, rival único y hondo
y la remota sombra que te lanzó encendido;
te empuja luz abajo llevándote hasta el fondo,
tragándote; y es como si no hubieras nacido.


Diez meses en la luz, redondeando el cielo,
sol muerto, anochecido, sepultado, eclipsado.
Sin pasar por el día se marchitó tu pelo;
atardeció tu carne con el alba en un lado.


El pájaro pregunta por ti, cuerpo al oriente,
carne naciente al alba y al júbilo precisa;
niño que sólo supo reír, tan largamente,
que sólo ciertas flores mueren con tu sonrisa.


Ausente, ausente, ausente como la golondrina,
ave estival que esquiva vivir al pie del hielo:
golondrina que a poco de abrir la pluma fina,
naufraga en las tijeras enemigas del vuelo.


Flor que no fue capaz de endurecer los dientes,
de llegar al más leve signo de la fiereza.
Vida como una hoja de labios incipientes,
hoja que se desliza cuando a sonar empieza.


Los consejos del mar de nada te han valido...
Vengo de dar a un tierno sol una puñalada,
de enterrar un pedazo de pan en el olvido,
de echar sobre unos ojos un puñado de nada.


Verde, rojo, moreno: verde, azul y dorado;
los latentes colores de la vida, los huertos,
el centro de las flores a tus pies destinado,
de oscuros negros tristes, de graves blancos yertos.


Mujer arrinconada: mira que ya es de día.
(¡Ay, ojos sin poniente por siempre en la alborada!)
Pero en tu vientre, pero en tus ojos, mujer mía,
la noche continúa cayendo desolada.




Para una poética


Entrar en definir la poesía no es tarea fácil ni recomendable. Es algo así como encontrar la famosa aguja en el pajar. Siglos llevamos tratando de acercarnos a la esencia de la poesía, desde el griego del siglo VI antes de Cristo Simónides de Ceos hasta las últimas sugerencias de algunos poetas que no permiten que su intención sobrepase los límites de la teoría para no pecar de atrevidos.
En efecto, en Horacio podemos leer “ut pictura poesis”. Con la misma idea se anticipó Simónides: “la pintura es una poesía muda y la poesía, una pintura parlante”. Esa misma idea va a reproducir luego Plutarco y más adelante, Leonardo da Vinci en frase aproximada. Ahora bien, esto es reducir la función poética a una dimensión solamente: la del papel sensorial de la palabra. Ésta fue la propuesta del ruso Potebnia en el siglo XIX. 


El ultraísmo magnificó la metáfora como caballo de batalla del poema. Las vanguardias se afanaron por destacar esa misma figura como indispensable recurso.

 Ya, en nuestros tiempos, acordémonos de aquel título de Luis Rosales: Pintura escrita. Evidentemente, la poesía no puede ser solo pintura sino concepto también. Para ello tenemos que llegar a Dámaso Alonso, que establece una equilibrio entre significado y significante.


Pero ahondemos en la definición y aventurémonos con una teoría para tranquilizar la inquietud de los buscadores infatigables.

Ante el intento de convertir los conceptos en imágenes o no, la poesía es una avanzada del lenguaje literario y a ella le está reservada la famosa función poética –recuérdese a Roman Jakobson-, que consiste en la deconstrucción del lenguaje de la poesía tradicional con sus lastres inveterados, carriles lingüístico-mentales fáciles para encauzar por ellos las frases hechas que constan en el acervo léxico del poeta nada autoexigente.


Pues bien, aparte del auxilio estético que representan la metáfora, el símil y la sinestesia, el estilista ruso Vixtor Shklovski, en su opúsculo El arte como artificio, nos dejó un aviso que no se ha de olvidar.


Decía que el extrañamiento nos permite percibir de forma desautomatizada y remozada lo que está automatizado y redicho ya por el hábito inconsciente de los que escriben y no sienten el lenguaje literario como creación propia, sino como un instrumento de pensar y pegar en el papel. Sólo el poeta creador siente el lenguaje como nacido de su anhelo y lo selecciona aunando en un conjunto de palabras aquellas que le revelan una singularidad que le presenta el verso como nuevo y levigado de la ganga repetitiva de los demás poetas. Esa desautomatización es un reto para que el vate afortunado se haga artífice de secuencias sintáctico-semánticas que logren un lenguaje sorprendente, como dijo el músico Vivaldi: “Reformar y sorprender”. 


Oigamos, lo que dice Goethe: “Todas las cosas ya han sido dichas. Lo que conviene, para el poeta, es repetirlas de otro modo”. Ahora pongamos oído a Oscar Wide: “El placer superior en literatura es realizar lo que no existe”. Por fin, no olvidemos a nuestro Picasso: “Yo hago lo imposible, porque lo posible lo hace cualquiera”. Para otro artículo dejaremos aquello de Antonio Machado de “la palabra en el tiempo”, verso que no deja de ser un poco discutible.


Cuántos poetas conscientes de su quehacer literario se han planteado lo que podría significar estos versos de Antonio Machado:


Ni mármol duro y eterno,
ni música ni pintura,
sino palabra en el tiempo.


Hemos de suponer que la palabra en el tiempo es la palabra que se dice “a tiempo” y no fuera de su época, porque lo inevitable, aunque no lo acepten los poetas anquilosados, es que los modernistas no escribían como los poetas realistas, ni los de la llamada generación del 27 lo hicieron como Rubén Darío y sus contemporáneos modernistas.


La explicación está clara: una generación nace de otra por oposición y porque ha habido poetas que han madurado un determinado registro generacional y lo han presentado como un nuevo estilo de expresar sus ideas. El Renacimiento fue un logro estilístico que evolucionó hacia el Barroco, ya lo sabemos, lo mismo podríamos decir del Modernismo con respecto al Romanticismo (sin olvidar la influencia del simbolismo francés).


Sabemos, por otra parte, que los vanguardistas, por propia espontaneidad, tuvieron muy en cuenta los dos primeros versos de los tres citados, pero no coinciden con los otros versos que siguen de Machado:


Canto y cuento es la poesía.
Se canta una viva historia,
contando su melodía.


Evidentemente, los vanguardistas rehuían la historia, el contenido, lo que llamaría Dámaso Alonso el significado. Entonces, ¿dónde buscaríamos esa palabra en el tiempo que auguraba o propugnaba el poeta sevillano?


Uno de los inconvenientes con los que tropieza todo poeta es el adjetivo. Acordémonos de lo que dijo el poeta chileno Vicente Huidobro: “El adjetivo, cuando no da vida, mata”. Esa preocupación ya había hecho decir a Juan Ramón Jiménez: “No la toques ya más que así es la rosa”.


Por eso mismo, la palabra en el tiempo no tiene sólo una exigencia histórica como hace Machado en Campos de Castilla (1912), donde el verso se hace responsable de la temporalidad en la que vive el poeta, lo mismo que hizo con sus Soledades (1907), mesurada estilización del modernismo fuera de los faustos verbales de otros poetas, como Villaespesa y Rueda, que aún eran fieles a las fórmulas escolásticas del movimiento que Manuel Machado daba por finiquitado en 1910.


Entiendo yo que la palabra en el tiempo es que el poeta no vuelve la espalda a lo que le pide su época y cumple con ella. ¿No hicieron esto los poetas de la segunda generación de postguerra? Los más representativos de esta hornada, los poetas del realismo crítico, fueron sensibilidades atentas al fluir de los acontecimientos históricos y no retrocedieron al pasado sino que procuraron que la poesía fuese, si no un acta notarial, sí un espejo a lo largo de un tiempo que pedía a voces la palabra justa y necesaria como sonido de la libertad. Con ello se cumpliría: «La poesía es —decía el Mairena de Machado— el diálogo del hombre, de un hombre con su tiempo…”


Aparte de los poemas torrenciales en verso libre o no como cataratas líricas salpicadas de imágenes visionarias, como las llama Carlos Bousoño, de poemas más o menos culturalistas o de fingidas evocaciones, la palabra en el tiempo, creo yo, que no es rigurosamente lo que escribiera Machado en esa época que él padeció y cantó, trasladándolo a nuestra época en que se editan tantos poemarios sin estructura rítmica como una bacanal del verso libre, sino que, entre tanto aluvión poético, hay que distinguir “entre las voces, una”; o sea, la autenticidad, que hoy es presentar el verso como si fuera su lectura nueva a los ojos del lector; como diría Vixtor Shklovski —repito—: "Crear la visión, no el reconocimiento", y que coincide con Aristóteles cuando escribe: “Dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia”; en suma: un rejuvenecimiento del lenguaje poético frente al registro manido y oxidado. “Efecto de sorpresa” que decía Apollinaire. Muchos poetas actuales se quieren librar de la forma, pero no saben librarse del lenguaje literario heredado, a cuyo registro no aportan rasgo alguno de creatividad. También escribió Machado: “Verso libre, verso libre… / Líbrate, mejor, del verso / cuando te esclavice”.


La esclavitud lo mismo la da el verso clásico a ultranza falto de frescura lírica como el renglón anárquico con pretensiones geniales.
Es un reto a la originalidad. 
Tal vez eso sea hoy la palabra en el tiempo.
Pero insistamos en el tema porque es de rigurosa actualidad.


Es un error creer que, porque se escribe en verso libre, se está escribiendo poesía moderna y, con ello, el poeta en cuestión se distancia de una poesía desgastada. No deja de ser una actitud ingenua, pero que satisface a los lectores que se piensan inquilinos de una modernidad iconoclasta todavía, como en los tiempos tormentosos de las vanguardias, en especial en la vorágine destructora del dadaísmo. 


Si a ese verso libre sin ritmo (sin embargo, aceptemos de buen grado la tesis del ritmo interno) le añadimos un anhelo de crear y su resultado semántico es ininteligible, como un quiero y no puedo estilístico, entonces tenemos la “poesía que se lleva”, en la creencia de quien la escribe y de quienes la certifican como tal, que se adelanta como si propugnase una gesta innovadora.


Hay que afirmar acerca del verso libre lo siguiente. Pongamos el ejemplo del trapecista. Le es fácil a éste trabajar con la red abajo para más seguridad. Lo difícil y arriesgado es trabajar sin red. Pues bien, el verso métrico con su marchamo de tradición, es la red con la que se escriben cuartetos, serventesios, sonetos o romances que salvan la reputación del poeta y avalan su maestría, si evita caer en expresiones trasnochadas.


Quien escribe en verso libre tiene el riesgo que estoy exponiendo aquí; o sea, que el texto escrito acabe siendo un disparatario ininteligible o con ínfulas de “poesía escrita para pocos”, dicho con expresión de Góngora. Cuando un poema en verso libre sale admirable, entonces tenemos un poema que no se apoya en el cómputo de sílabas ni en la rima; es decir, que vale por sí mismo: es el trapecista que ha llevado a cabo una actuación aplaudida con entusiasmo, debido, además, a que ha trabajo sin red: sin la métrica, que da siempre respetabilidad.


No sé si ésta sería la prevención de Antonio Machado ante el verso libre, que señalábamos. Posiblemente mi argumentación esté cerca de lo que pensaba el poeta de Campos de Castilla, pero mi lema ante el prejuicio de la tradición formal es la del músico veneciano antes citado. Quien lo consiga, ha renovado la poesía (no se la han inventado, como piensan muchos versolibristas, tal vez con buena voluntad).


Teniendo en cuenta esa ”visión” —poesía creativa— y no “reconocimiento”—poesía lastrada—, como quería Shklovski, me acuerdo de dos poemas que pueden figurar como modelos, uno de verso libre (“Se querían”, de Vicente Aleixandre), y “Eterna sombra” de Miguel Hernández, como poesía métrica que cumple con el lema de “sorprender y reformar”. Con ello insisto en crear, no repetir sintagmas que ya están lexicalizados en el baúl del sistema de la Lengua. “lo demás —como escribió Verlaine— “es literatura”.

Sería injusto exigir poesía creadora a quien sólo puede escribir la poesía sin sorpresa en su escritura. Pero que cada cual escriba lo que pueda sin olvidar un mínimo de dignidad literaria tanto en el verso libre como en el verso encorsetado en la métrica.




 

 Molino de agua del  Río Arillo, San Fernando (Cádiz)











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