sábado, 21 de marzo de 2015

POESÍA: ELEGÍA DEL SUR

         
       Esquinas de El Gordo, hoy desaparecidas.







 Este suplemento antológico de la colección Torre Tavira, fue publicado en octubre de 1971, al cuidado del poeta gaditano Ignacio Rivera Podestá (1929-2010). Poesía social pero de impulso lírico, un poco lejos aún de una nueva poesía a punto de su encuentro.

Lleva en el dorso unas palabras del poeta gaditano Juan Antonio Sánchez Anes (1929-1997) en que comenta las inquietudes, más que trayectoria, del autor.

Se publica aquí tal y como se editó.   


            ELEGÍA DEL SUR

                      I

No quiero recordar aquellos días,
los de larga paciencia y voz oculta
detrás de mí, de aquel muchacho ingenuo
que se ganaba el pan vendiendo frutas
y le daba las gracias diariamente
al generoso dios de la verdura.

De modo inevitable se me viene
a la memoria.
                      Con la luz difusa
del tiempo que se apaga en los sucesos
sencillos, lo estoy viendo cómo busca
algo más en la vida que pasar
el tiempo entre las cosas diminutas.

De la pleamar aquella que subía
por su pecho, me queda ahora la espuma
nada más.
                 La blancura purifica
el corazón tan grávido de música.
Pero me bas.
                     Es más, me considero
indigno de su herencia, aquella lucha
que sostuvo por mí, por este hombre
que quizá no encendió su luz futura
como debió, como tal vez no pueda
encender  entre muros de penumbras
en este día, sombra evocatoria
en que el vivir es realidad desnuda,
sin aquel traje de esperanza nueva
tan hecho a la medida de su furia
juvenil, aquel cuerpo de entusiasmo
que fue desmoronándose en la pugna.


La lonja sabe mucho de sus días
hilvanados por hilos de preguntas
hermosas a la vida, aves de asombro
que esparcieron su vida por la anchura
del mundo de su entorno: la araucaria,
las calles empedradas, la convulsa
voz del viento caliente del levante
en las esquinas, polvorientas, turbias.

Arriba, la ventana y sus macetas
de geranios.
                    Detrás, el cuarto, absurda
habitación para alojar un sueño
que crece cada día, que se adjunta
el bajo cielo azul y los esteros,
y el corazón  también que ama y estudia
el primer año de bachillerato
sin escuchar las íntimas excusas
que el subconsciente expone cuando ya
la vida se acompleja y dificulta.

Y, al final, ¿para qué?
                                   La vida era
seguir viviendo no pensar en muchas
cosas, sino aceptar lo cotidiano
como una forma de seguir la ruta
de cada día hasta llegar al hombre
que vive escasamente y se acostumbra
a no ser quien quería y que recuerda
a aquel que se ganaba con las frutas
el pan mientras guardaba sus poemas
en el secreto de su voz oculta.


                     I I


Igual que el torno sale al ruedo, vamos
a la arena caliente de la vida.
Vivir es una intensa cometida
con que en el mundo clamoroso entramos.


Y nos llueven después los bellos ramos
de banderillas. Sigue la corrida,
la furia a la muleta sometida.
Con media espada nos desmoronamos.


Después viene el arrastre del olvido.
Las mulillas del tiempo nos alejan
al matadero desapercibido.

Igual que al toro, igual, igual nos dejan.
Y hasta borran las huellas que reflejan
nuestro paso sangriento y removido.

                  


                   I I I


De aquella copla me quedó su historia,
su argumento sonoro de tristeza.

Aún recuerdo el latir de su guitarra,
el ebrio corazón de la taberna.

Aquellos hombres de cigarro y vino
con olor de marismas y de espuertas
de caballas… Aquel salado viento
de levante llorando en las macetas
de claveles… Aquel quejido antiguo,
sollozo y cante de una vida lenta…

Aquellos días repetidos, agrios,
que dieron a la copla nervio y vena…
Y de la copla me quedó su historia
Y el niño que la oyó y que me la cuenta.


                    I V


Ella vivía
con la imagen del niño todavía.

Y el niño se hizo hombre
y siguió siendo niño por su nombre.

Para ella, no obstante,
el hombre estaba oculto con el niño delante.

Ay mi niño —decía—,
y el niño era tan hombre que ni serlo quería.

El niño creció tanto
que conoció el misterio y el secreto del llanto.

Murió el niño —el hombre, digo—
y ella guardó el recuerdo de aquel niño consigo.

Así ella vivía
con la imagen del niño todavía.






 Mercado y lonja de San Fernando, antes de la restauración.


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