Juan Sebastián de Elcano
PREMIO DE POESÍA
“VIRGEN DEL CARMEN” 1994,
QUE CONVOCA EL INSTITUTO DE CULTURA E HISTORIA NAVAL
I
Amo el mar de los
muelles, prisionero, encerrado
en piedras lineales
de ya sucios cantiles.
Me acerco a ver sus
aguas de forzado sosiego,
inhábiles vitrinas
donde descansan, duermen,
como lentas
querencias en viejos fondeaderos,
anclas, quillas,
rejetes, mordazas, calabrotes;
toco en mudos proíses
corazones que amarran
en ellos soledades
roncas de lejanías,
con marullos rebeldes
de inquietante oleaje
descansan y se
duermen los mástiles, de pie,
como fieles
guardianes de aparejos hermanos
—familia de las
vergas, velas, jarcias y palos—,
o miran desde el
puerto a la ciudad abierta,
anfitriona de
historias con rudos navegantes
(¿aún el tópico
amable del ron y de la pipa
y taberna con humo y
acordeón nostálgico?),
rumor de caracolas
con residuos de algas
y fetiches de islas
que evocan paraísos.
En su metal tundido,
en maderas mordidas
por colmillos de
espumas de oleajes feroces,
los barcos, esos
novios de muelles y astilleros,
descargan corazones
como cajas de historias
donde laten anhelos,
ansiedades, vigilias;
mecidos por los
vientos que les dan bienvenida,
dejan su cargamento
con sellos de añoranza
y lágrimas de aceite
en las aguas espesas.
II
El río es hijo de la
mar. Un día
se perdió entre
montañas y cañadas;
jugó en el laberinto
de los árboles
llenándose sus lomos
de hojarasca
decapitadas por el
hosco otoño;
paseó por el borde de
los pueblos
su fragor
confundiendo con ruidos
de fiestas,
embriaguez de lugareños;
y atravesó la piel de
las ciudades
ornándolas de puentes
legendarios;
después llegó a la
mar como un viajero
locuaz de versos y
canciones viejas,
se echó en los brazos
de su inmensa madre
la mar, que
enriqueció sus anchas aguas
con caudal de
paisajes y memorias.
III
En las playas de
estío es el mar una lengua
que lame los
batientes y los cuerpos frutales;
merodea bajíos con
sus perros de espuma
y espolvorea cal,
tiza efímera y leve
en serios farallones
o pétreos miradores
desde donde el
viandante lo contempla a ese mar
igual que una pecera
de sol enfebrecido
con trémula ardentía
de brillo delirante.
Las olas van
rompiendo sus yelmos en peñascos
donde mariscadores
encuentran caladeros,
y grecas instantáneos
de cabrilleos leves
se acercan con el
flujo, ya nuncio del repunte,
gloria de la montante
cuando las playas gozan
de los cuerpos
felices que distienden su holganza
en la arena con
brillos de rabiosos metales
sintiendo en las
orillas —láminas relucientes—
los bores, las
marolas que llegan como ardillas,
y son blancos
cachones que se montan en médanos;
PUERTO DE GALLINERAS, SAN FERNANDO -CÁDIZ-
FOTO TOMADA DE INTERNET
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ah mar ociosa, novia
del verano desnudo,
el verano amatorio,
que es ajuar de bonanza,
paraíso arrullero de
garzas y gaviotas
que dejan los esteros
con sus mantos de adarce,
ya convertida el agua
en criaturas de sal,
minúscula criatura de
blanca termitera,
lejos de los navíos,
cachalotes de acero
—antenas como ramas,
cañones como élitros—
junto a los
trasatlánticos (¿señores de los mares,
o huéspedes a quienes
zarandean y agreden
nerviosos maretazos,
malhumorados bores?)
IV
Es mordisco del mar a
la bahía
esta cala, terroso
desperezo
del litoral, posada
de las olas
donde los botes
duermen, trampolines
de brisas, plintos de
aguas, en espera
del empujón con tea
que es la aurora,
a la aventura de su
pan difícil.
Palangres, redes en
la pala, al hombro,
cocidas todavía en
algún patio
donde sollozan
clandestinamente
lutos por los
ahogados, vasallaje
al mar, que brama
oculto en el recuerdo
y, también como el
pobre, él tiene hambre.
Suben la calle con
los mismos pasos
que, sigilosa, da la
madrugada.
Un respiro.
Se paran (¿por costumbre
o por fe?) ante el
altar de la Capilla,
que es corazón con
lumbre de la calle,
trozo de cielo que el
cristal cobija,
y la Virgen, que tiene el mismo
nombre
que la madre, o la
hermana, o que la esposa,
o la hija, quizás es
un aliento,
pues la Virgen del Carmen está
cerca,
casi de la familia.
Y siguen ellos
camino del sustento,
a la llamada
de la pleamar. Si es
por costumbre o fe,
aunque no rezan, a la Virgen miran
besan con ojos el
escapulario
y reavivan la vieja
confianza.
Despesque
Cuadro de María Jesús Rodríguez Barberá
V
Ahora, con la estoa,
gigantesca y pesada,
que es la carpa
infinita de un circo sumergido;
ahora que has
lanzado, alto mar, tus ejércitos
y hay fragores y
filos de espadas destellantes
y lomos escamosos de
arcaicos dinosaurios
que suben desde
fondos abisales y oscuros,
oh mar, ya eres
océano, cónclave poderoso
de las aguas reunidas
igual que una familia,
eslabones acuosos de
infinita cadena
y aprendiza ayer eras
de veneros y fuentes,
discípula de arroyos,
alumna de riachuelos,
párvula de cascadas
salpicando en las peñas,
viajera por las
costas, por los golfos, los muelles
y maestra de ríos
refrescando la tierra,
y, ahora, capital de
las aguas más hondas,
las aguas que dejaron
matorrales y légamos,
animales y troncos y
residuos humanos.
Ahora eres la tumba
de buques que te orzaban
como los mastodontes
suicidas por las selvas.
Guardas antiguos
restos de civilizaciones,
cementerios de
turbios corales y madréporas
donde huesos humanos
tu corazón te punzan,
porque sé que te
duele el dolor de la tierra
y lo dices echando
las tormentas al vuelo.
Pero nadie lo
entiende y todo el mundo sueña
con que el mar es
feliz porque guarda en sus ojos
astros, luna y
bandadas de exótico averío,
porque guarda en su
cofre de arabescos celestes
fábulas increíbles, y
es que tú, mar, te ondeas,
principio y fin del
mundo, como el claustro materno
adonde el hombre vuelve
a recobrar su origen:
enséñale, tú, mar, a
ser libre y gozoso
de travesías amplias,
de desiertos undívagos,
y como tú, no
entregue sus oídos a brisas
que entretejen
gemidos con las voces de ahogados,
sino que de
distancias se enriquezcan sus ojos
y escuche en los
repliegues de tus vastos aguajes
el Todo, que redobla
en su tambor de espumas
su rumor oceánico, su
pleamar de grandeza.
De Erytheia o versos de circunstancias elegidas (2000)
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