Playa de la Victoria. Cadiz. Al fondo, la catedral.
EN SU CRIPTA DE LA CATEDRAL, EL ALMA DEL MÚSICO GADITANO MANUEL DE FALLA EVOCA FRAGMENTOS DE SU VIDA
El mar del Campo Sur me llama como entonces,
como
cuando, yo niño, al pretil me asomaba
del Atlántico: oyendo su resuello sonoro,
me rogaban las aguas que tradujese un día
a música y a coro su grandeza oceánica,
y es que escucho, cercano, marítimo vecino,
el vaivén verdiazul del oleaje; ensaya
en los bloques de piedra que resguardan los muros
pentagramas que rompen los vientos de levante;
mas, cuando en el reposo de los atardeceres
el poniente se hunde como edificio en llamas,
se acicala mi espíritu y con mano de ángel
repasa el viejo álbum de mi otoñal memoria,
y me veo por calles de aquel Cádiz que ahora
nuevas generaciones en postales admiran;
ahora que ya, altivo, el progreso ha borrado
las señas sustanciales que fueron la conciencia
popular, cotidiana del bullir de la calle.
del Atlántico: oyendo su resuello sonoro,
me rogaban las aguas que tradujese un día
a música y a coro su grandeza oceánica,
y es que escucho, cercano, marítimo vecino,
el vaivén verdiazul del oleaje; ensaya
en los bloques de piedra que resguardan los muros
pentagramas que rompen los vientos de levante;
mas, cuando en el reposo de los atardeceres
el poniente se hunde como edificio en llamas,
se acicala mi espíritu y con mano de ángel
repasa el viejo álbum de mi otoñal memoria,
y me veo por calles de aquel Cádiz que ahora
nuevas generaciones en postales admiran;
ahora que ya, altivo, el progreso ha borrado
las señas sustanciales que fueron la conciencia
popular, cotidiana del bullir de la calle.
Pequeño todavía, camino con mi madre
desde la plaza Mina—en que salí
a este mundo—
hacia la bullanguera calle
Ancha, la tienda
de Quirell, instrumentos
musicales me atraen
como si de juguetes se tratara,
lo mismo
que el pequeño teatro mío de
marionetas.
Una vez me llevaron a Sevilla,
y fue tanta
la impresión producida, que
vivir quise en ella.
Vi de niño dos óperas: el Fausto
de Gounod
y del gran Donizetti Lucía.
Entusiasmado,
a Haydn descubrí por sus Siete
Palabras*.
Me inicia en el teclado mi
madre y de mis dedos
surgirá mi primicia: aquella Melodía
en la que el violoncello y el
piano se aúnan,
en disputa con otras aficiones:
las Letras
y también la pintura en
revistas, las voces
de mi búsqueda inquieta: “El
burlón”, “Cascabel”…*
Tal como el de Viniegra en
plaza Candelaria,
acudo a los salones, devotos de
Bellini,
y también de zarzuelas; oh,
Eloísa Galluzo,
mi dulce profesora de solfeo y
piano,
y Odero y Broca a quienes la armonía
les debo
y el fino contrapunto en el que
Bach me diera
la juvenil semilla de mi
primera obra:
la Gavotte y
Musset …Galanteé a María,
sobrina de mi madre, mas ella
no me quiso
el dardo devolver lanzado por
mis ojos…
¡Sorpresas de la vida: muchos
años más tarde
unimos en América gavillas de
amistad!
Otearon Madrid mis frescos
veinte años
y fui al Conservatorio, de
Tragó buen alumno.
Paseé por allí una gaditanía
de azules pentagramas que a
Pedrell* sedujeron,
La ilusión fue una yedra que
subió por mis sienes
con aquel primer premio de
piano… Aventura
inútil fue embarcarme, grumete,
en la zarzuela.
Pero el soplo divino* consoló
mi fracasó:
Serenata andaluza,
Vals-Capricho, Nocturno
me armaron caballero de luchas
musicales,
y, sobre todo, el fausto que
fue para mi gloria
La vida breve, buque
con que a la mar me hice
en difíciles aguas por París
con maestros
como Dukas, Ravel, Delate,
Schmitt, Roland,
y también con el gran Debussy,
el de La mer…
Comparándome a veces con mi
amigo Picasso,
Stravinsky me tuvo por hombre
retraído,
tal era la llamada de mi
recogimiento,
y un día en una iglesia, oyendo
a Frescobaldi,
me sumo en la oración y Poulenc
en el hombro
me toca como si despertarme
quisiera
de un letargo en que gozo de un
no sé qué inefable ,
y él se va del recinto…Anécdota
sabrosa
que a menudo entre amigos
refería extrañado.
La gran guerra, bramido y
tormenta de balas,
Me devolvió a Madrid otra vez.
Es ahora
cuando es La vida breve
innumerable aplauso,
lo mismo que la noche en que
ardieron mis teclas
de emoción al cantar los
jardines de España,
y Cubiles y Viñes y hasta el
gran Rubinstein
encendieron sus dedos con la
llama andaluza,
y fue esa Andalucía la que en
voz de mi gente
–Salud, la Molinera, Candelas,
Melisenda,
Isabel y Pirene…*— me llamó a
que viniese
al Sur, a una casita echada en
el regazo
de una colina, en brazos de
Granada, la madre
que me adoptó y en cofre de
gitanos acentos
me mostró los diamantes sin
pulir todavía
del cante virginal de una
tierra que sueña
a los pies de la Alhambra, monumental
testigo
de mi labor, que hacía huecos
hospitalarios
a visitas de amigos y curiosos
viajeros
que en sus almas traían como
señas compases
de mi música viva en salones de
Europa.
Hasta que un día vino Federico…
Oh, qué día
afortunado fue el que me dio el
regalo
de conocer de cerca a tan grata
criatura,
con la que hice, de pronto,
feliz hermanamiento
en comunes propósitos para
sacar al cante
de cuevas de temores y
enarbolar guirnaldas
como si un nacimiento celebrase
profético,
y juntos decidimos vendimiar
esas cepas
de “los sonidos negros”*, tal
como él los llamara;
cosecha de concursos, tirón de
aficionados
para desenterrar de sus
gargantas puras
ese metal precioso de los
diversos palos.
Quince años que fueron de una
paz florecida
en los distintos verdes de los
cármenes, limpios
aún de la triste sangre que
después resbalase
cuando el dragón de acero de la
guerra tronara
y vidas se llevara y los
sencillos gozos
del vivir cotidiano… ¡Incluso a
Federico,
por el que por salvarlo baldío
fue mi esfuerzo,
dueña la muerte ya de Granada y
de España,
palideció la Alhambra, calló el
Generalife,
y yo no quise más ver mi carmen
de luto
y poblado por dentro de
fantasmas queridos;
y los lentos apuntes de La Atlántida*
fueron
sollozos asfixiados por los
tiempos crueles.
Un frío dos de octubre embarqué
en Barcelona.
Con María, mi hermana, navegué
a la Argentina
y en la Alta Gracia fui
huésped bien acogido,
acordándome siempre de Madrid,
de Granada,
de París, mis amigos: los vivos
y los muertos,
y también de mi Cádiz (Padecía
yo entonces
cierta tuberculosis igual que
un balbuceo
por la sangre cansada, la carne
alicaída;
y creía, además, que las
enfermedades
podrían ser castigos venidos de
lo alto.)
Consuelo hallé, no obstante, en
los cálidos brazos
de la gente de América. Allí
mis Homenajes
estrené en el Teatro Colón.
Pero la muerte
me acechaba, y un día,
solitario, en mi cama
tendido yo, acercóse con sus
pies de gacela
y con gélida mano me apretó el
corazón*.
Vi cómo se ocuparon de mi
cuerpo difunto,
que embalsaron como si
retuviesen algo
de mí como consuelo para
acallar mi ausencia,
pero yo, deseando que acabara
aquel rito,
larga paciencia tuve sosegando
mi anhelo
de subir a lo alto para entrar
en los coros
que le cantan a Dios el Libro
de las Horas
para volver aquí y escuchar
como antaño
los mismos oleajes que acunaron
mi infancia.
Así, de vez en cuando, bajo de
ese alborozo
hasta la muda cripta, libre ya
de avatares,
y de tiempo y espacio,
inteligencia pura,
recuerdo, como ahora,
fragmentos de mi vida,
mientras el mar me busca
llamándome ante muros
pétreos y me suplica que yo
pase mis dedos
por sobre su teclado de pleamar
serena,
lo mismo que lo hiciese de niño
con mi madre
en el piano aquel de la niñez
lejana…
NOTAS
*Dos revistas juveniles y
efímeras por él fundadas.
*Las Siete Palabras de Cristo en
la Cruz de
Haydn,
que se representaba en la
catedral de Cádiz desde 1785.
*José Tragó (1857-1934).
Pianista y compositor.
*Felipe Pedrell (1841-1922).
Compositor y musicólogo catalán
*Falla era hombre muy religioso
y de prácticas piadosas,
como también lo fue Joseph Haydn
(1732-1809).
De ahí la expresión “soplo divino”.
De ahí la expresión “soplo divino”.
*Personajes de sus obras.
*Sinestesia lorquiana de su
conferencia de 1933 “Juego y teoría del duende”, parafraseando al cantaor
Manuel Torre.
*La Atlántida, obra
inconclusa de Falla. Fue acabada tras su muerte por su discípulo Ernesto
Halffter.
*Para Falla la música religiosa
era la máxima expresión de ese mismo arte.
De Lámparas votivas (200/)
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