Siguiendo la teoría
del minimalismo poético, en estos poemas se reducen los elementos del verso: su
longitud, sus adjetivaciones y sus imágenes. La escasez de esos recursos está
en consonancia con la intención del texto, o sea: concentrar la lectura
en una idea nada importante y como a renglón seguido de las circunstancias
diarias, como un reflejo impreciso de la trivialidad, de ahí su exposición como
si fuese un racimo de palabras que se desgajan en la sucesión insensible de las
vidas.
I
I
Si yo supiera
que una palabra basta,
que una palabra puede
todavía pararnos
en la calle,
detenernos delante
del hombre,
aislarnos en la casa
o comentarla como
se desmigaja el pan...
Si yo supiera
que una palabra puede
desenterrar el júbilo
que nos trajo
en otro tiempo;
si la palabra fuera
por lo menos igual
que un Lázaro escondido
en las gargantas...
si yo pudiera abrirle
las tortuosas, las difíciles
calles de los oídos,
endulzarla
como el acero para
que ofreciera un poco
de resistencia, pero
qué hago si hay mañanas
que ni yo mismo sé
dónde la puse, o dónde
la perdí, o la olvidé
la noche antes,
se me cayó gastada,
consumida colilla
de la promesa —¿a quién?—
cuando ya no me sirve
ni como una ganzúa
de la memoria, ni
siquiera como un látigo
para exigirme.
Pero
si yo pudiera un día
recomponer, pedazo
a pedazo,
otra vez la palabra.
I I
De un golpe
se cayeron las palabras,
las palabras
más garantizadoras
y muchas de ellas
y respetables;
igual que una pared
de grietas peligrosas
y como a punto
de desmoronarse
se nos quedó,
nos pareció el hombre.
Tuvimos
que hacernos mudos, sordos
y horriblemente activos,
encadenados todos
a eslabones de frío
y duras profecías
bajo un látigo
de determinismo,
bajo el tirano irreversible
del tiempo,
huérfanos del ayer,
golpeados,
impersonales,
oscuros,
desterrados
al brumoso país
de la sinrazón,
del porque sí,
de la arbitrariedad.
I I I
De un golpe, un manotazo
de hielo o indiferencia
total, casi recíproca,
anónimos, apartidas
de fe, desconocidos
para nosotros mismos,
nos hicimos obreros
de un mundo planeado
por el odio, y también,
la indolencia nos hizo
aceptadores, sucios
aceptadores del jornal
conformista de la supervivencia.
I V
Nada,
nada,
o quizás
un beso seco,
un amor que pasa,
un jirón
del vestido gastado
del tiempo.
¿Y para qué
el alimento
de la memoria avara
de otras horas mejores,
recuerdos, realidades
que otro día
justificaron
la vigencia del cuerpo?
Como somos parientes
del viento, familiares
del agua y nos sabemos
mejor, nos encontramos
en la furia, en la lluvia,
en la crueldad sonora
de la tierra, tenemos
conciencia de nosotros
en el golpe, en la fibra
tensa y en el suicidio
minúsculo, diario
y desapercibido
del olvidarnos, casi
del enterrarnos vivos
en el montón trivial
de los sucesos.
De
Palabras de más (1977)
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