REGRESO DE RAFAEL ALBERTI AL MAR DE SU INFANCIA
Compuerta de un estero
Se entristece la crin de la larga escancana,
polvareda de tiza que emblanquece las rocas.
Agoniza el reflujo igual que una sirena
que esconde en los bajíos su cabellera de algas.
Mar o piedra engastada en la pulsera
que es la bahía, llora con su flauta de brisas
la ausencia de su amante, manirroto de pájaros,
dispensador de azules, violinista del aire,
poeta cuyos versos apostaron un día
contra el fiero amargor del salitre el retorno,
la vuelta del hijo pródigo de la belleza.
Pero, mientras que tarda, las olas van trenzando
historias y leyendas de naufragios y amores,
cantan los mareajes, se emborrachan las brújulas,
retumba en la escollera gaditana su nombre,
su deuda de nostalgia florece de corales
y gime en Sancti Petri, o llora en la Puntilla
el luto de un otoño ceñido de neblinas;
de Cádiz a Tarifa enhebran los levantes
las tardes, las mañanas que encendieron su nombre,
que mecieron sus labios al calor de un poema.
El mar no se conforma con la vieja promesa
de su llegada y rompe compuertas y palangres,
ya embravece y destroza cantiles y navazos,
desbarata con mano de gigante de agua
caladeros y jábegas, aparejos y velas.
Desde fauces marinas profundas y abisales
surgen oscuros búfalos de oleajes y espejos.
Maretas y marolas anuncian el prodigio,
la llegada del padre, del hermano, del novio
que prometió de lejos, con anillos de música,
desposar a la blanca bahía, a la doncella
que dormita en su urna —claro mar de mañana.
La arena ya florece de huellas, de reflejos,
y levanta su tirso de claridad el día.
Alberti, el patriarca de olas como borregos,
el pastor de mastines, los fogosos cachones
que olfatean rompientes y ladran en las playas,
aquí está y ha clavado su bandera de gozo
a la orilla de un cofre donde fulge la historia,
en la quilla de un buque, capitán del asombro:
¡vámonos mar adentro de la alucinación!
Primavera-Verano "ZUBIA", Córdoba, 1982
Salinas de la bahía de Cádiz
EMPIEZA LA DESTRUCCIÓN DE BÉCQUER
O CENTELLEA EL PODER DEL ENSUEÑO
Garabatea el dedo de la lluvia
en los duros cristales
(un tropel de bisontes por las nubes
ha sido la tormenta.)
Entre vaivenes, entre zarandeos
el coche traquetea.
Hundido en el gabán, el cuello exhibe
un collar de agua fría.
Nombela se adormece. Él, silencioso,
devana la madeja
del ocio con los ojos. Le distraen
aceras salpicadas
de la cristalería luminosa
de la noche hecha añicos.
Mendigos que en los sucios soportales
están arracimados
surten en su memoria enredaderas
anidando en ruinas
de capiteles y de rosetones,
de claustros de sillares,
de escalinatas y de balaustradas,
de pedazos de estatuas.
Ve en los haranos y en los arambeles
azules campanillas
y en los zapatos agujereados,
tronchadas azucenas
festoneando el pie de los balcones
donde surge la amada,
que tras el abanico balancea
dulcemente el equívoco.
No sabe que su cuerpo es ya un seguro
anfitrión de la muerte,
y sueña que es su débil esqueleto
como un alto castillo,
o que la sangre sube por sus venas
como un frío guerrero.
Trastocada el enfriamiento de sus sienes
en corona de hierro
que un dios la obsequia, y que es arenga de oro
a un pueblo se estornudo.
Nunca despertará. Con fausto y brillo
grana y alza su sueño.
Los que luego sostengan su agonía
serán súbditos fieles
de un reino que él gobierna solamente
con su gesto de enfermo,
y un monumento hará para los siglos
de su lecho mortuorio.
de Los espejos preferidos (1999)
sin Dios y sin vos y mi
J. M.
Enterrado en Uclés, me
encuentro solo ahora,
ya sin vos y sin mí (aquel
que os soñó tanto
al borde de batallas y en
banquetes floridos
de versos y en torneos), ni
sin el sol verdugo
de Castilla, olvidado del
Marqués de Villena,
de Isabel, nuestra reina, y
de Garci Muñoz
y también de mi tío, buen
don Gómez Manrique
y acaso de mi padre,
maestre don Rodrigo,
y de Guiomar, mi esposa,
como difuminada
en la artera memoria.
Me
acuerdo solamente
de vos, no de la vida de la
fama (siquiera
que me tuvieseis vivo entre
vuestros recuerdos);
y si Dios me permite
retardar mi viaje
hacia Él, me detengo ante
el eco dulcísimo
de vuestra voz; que es ella
la que me está aliviando
tan cruel y sangrienta
despedida del mundo
que nos mata, nos mata
doblemente, señora.
DESPUÉS
DE FALLECIDOS SU HERMANO ANTONIO
Y SU MADRE, MANUEL MACHADO LLEGA
A COLLIURE Y MEDITA ANTE LA TUMBA DE ANTONIO
Bajo este cielo gris, y
como huidiza
esta mirada hurtándose a
los datos
terribles de tu losa
funeraria,
Antonio, no sé cómo me
sostengo
en pie cuando me cercan
como tropa
amenazante los recuerdos.
Pido
a los cielos me sea leve el
trance
del asalto a la almena de
mis sienes
de tantos años, tantos
versos juntos
que mellizos de gozos nos
hicieran
a los dos entre viejos
bastidores
de teatro —“La Lola, La duquesa, Julianillo,
Mañara, Las Adelfas, La Fernanda
o bien El hombre que murió
en la guerra…”-—,
las noches del Madrid que
todavía
cantaba chulapón y
zarzuelero,
en plática contigo y los
amigos
en el Café Español, el de
Varela,
la tertulia de Arranz y los
ensayos
en los viejos teatros —el
Princesa,
el de Reina Victoria, el
Español
o La Comedia, con Ricardo
Calvo,
la Xirgu, la Membrives, la Guerrero.
Después vinieron días de
zozobra
y también de esperanza que
cegaron,
igual que a un manantío,
los violentos.
Como si recordara los
embates
del oleaje en una gran
tormenta,
así vino, incivil y
descarnada,
la guerra que enfrentara a
los hermanos.
Envuelto en una niebla
disidente
te veo, Antonio, amante
insobornable
de una España más justa
“que alborea
con un hacha en la mano
vengadora,
España de la rabia y de la
idea”.*
Pero, mayor deudor de mi
pasado,
vi en el retorno de las
tradiciones
la quietud de aquel mar
tempestuoso
(“ ¡Ay del pueblo que
olvida su pasado
y se entrega a insensatos
desvaríos…!“*)
Sin embargo, aquel pánico
que a todos
los españoles nos
zarandeaba,
me motivó a escribir versos
que luego,
aclarada la niebla del
espanto,
sepulté en el hondón de la
memoria
como el elogio al sable del
Caudillo,
que ahora en los recuerdos
se me clava.
Aquel viaje a Burgos con
Eulalia*
nos separó en el cuerpo
para siempre…
Domado este dolor igual que
un toro
rebelde que detesta la
divisa,
así mi corazón acepta y
muerde
el destino y su oscuro
desconcierto,
que te dejo en la losa como
un ramo
de mis mejores flores: mi
tristeza,
que me acompaña como antaño
fuimos
de verso a verso y de café
a café,
enredados los dos en los
asuntos
de la Talía airosa y andaluza
y en los viejos recuerdos
de Sevilla
el Palacio de Dueñas,
nuestro padre,
maestro que nos dio a beber
la copla.
Puedo decirte lo que tú una
tarde
dijiste al borde de la
sepultura
en duelo silencioso a un
buen amigo*
(“Y tú, sin sombra ya,
duerme y reposa;
larga paz a tus huesos.
Definitivamente
duerme un sueño tranquilo y
verdadero.”*
NOTAS
*Campos de Castilla, poema
CXXXV.
*Sonetos tradicionalistas.
*Su esposa.
*Antonio Machado y Álvarez,
“Demófilo”.
*Campos de Castilla, poema
CXXVI
De Lámparas votivas (2007)
Diéronle muerte y cárcel las
Españas
.
Quevedo
.
Quevedo
Lengua de ira fue la tuya, hermano
en mi lengua gloriosa y castellana,
que ibas de la ilusión a la desgana
en un mísero islote provinciano.
Tus versos se quedaron en tu mano
apretada de pena una mañana.
Te aclamó nada más que la campaña
del cementerio, y luego fue el gusano
el único lector de tu poesía.
No tuviste otro aplauso que el azote
de la lluvia en la gris cristalería
del nicho, y, si el olvido era tu islote,
tu nombre, con el réquiem de estrambote,
es para todos hoy tu antología.
De Los espejos preferidos (1999)
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