Esquinas de El Gordo, hoy desaparecidas.
Este suplemento antológico de la colección
Torre Tavira, fue publicado en octubre de 1971, al cuidado del poeta gaditano
Ignacio Rivera Podestá (1929-2010). Poesía social pero de impulso lírico, un
poco lejos aún de una nueva poesía a punto de su encuentro.
Lleva en el dorso unas
palabras del poeta gaditano Juan Antonio Sánchez Anes (1929-1997) en que
comenta las inquietudes, más que trayectoria, del autor.
Se publica aquí tal y como
se editó.
ELEGÍA DEL SUR
I
No
quiero recordar aquellos días,
los
de larga paciencia y voz oculta
detrás
de mí, de aquel muchacho ingenuo
que
se ganaba el pan vendiendo frutas
y
le daba las gracias diariamente
al
generoso dios de la verdura.
De
modo inevitable se me viene
a la
memoria.
Con la luz difusa
del
tiempo que se apaga en los sucesos
sencillos,
lo estoy viendo cómo busca
algo
más en la vida que pasar
el
tiempo entre las cosas diminutas.
De
la pleamar aquella que subía
por
su pecho, me queda ahora la espuma
nada
más.
La blancura purifica
el
corazón tan grávido de música.
Pero
me bas.
Es más, me considero
indigno
de su herencia, aquella lucha
que
sostuvo por mí, por este hombre
que
quizá no encendió su luz futura
como
debió, como tal vez no pueda
encender entre muros de penumbras
en
este día, sombra evocatoria
en
que el vivir es realidad desnuda,
sin
aquel traje de esperanza nueva
tan
hecho a la medida de su furia
juvenil,
aquel cuerpo de entusiasmo
que
fue desmoronándose en la pugna.
La
lonja sabe mucho de sus días
hilvanados
por hilos de preguntas
hermosas
a la vida, aves de asombro
que
esparcieron su vida por la anchura
del
mundo de su entorno: la araucaria,
las
calles empedradas, la convulsa
voz
del viento caliente del levante
en
las esquinas, polvorientas, turbias.
Arriba,
la ventana y sus macetas
de
geranios.
Detrás, el cuarto, absurda
habitación
para alojar un sueño
que
crece cada día, que se adjunta
el
bajo cielo azul y los esteros,
y
el corazón también que ama y estudia
el
primer año de bachillerato
sin
escuchar las íntimas excusas
que
el subconsciente expone cuando ya
la
vida se acompleja y dificulta.
Y,
al final, ¿para qué?
La vida era
seguir
viviendo no pensar en muchas
cosas,
sino aceptar lo cotidiano
como
una forma de seguir la ruta
de
cada día hasta llegar al hombre
que
vive escasamente y se acostumbra
a
no ser quien quería y que recuerda
a
aquel que se ganaba con las frutas
el
pan mientras guardaba sus poemas
en
el secreto de su voz oculta.
I I
Igual
que el torno sale al ruedo, vamos
a
la arena caliente de la vida.
Vivir
es una intensa cometida
con
que en el mundo clamoroso entramos.
Y
nos llueven después los bellos ramos
de
banderillas. Sigue la corrida,
la
furia a la muleta sometida.
Con
media espada nos desmoronamos.
Después
viene el arrastre del olvido.
Las
mulillas del tiempo nos alejan
al
matadero desapercibido.
Igual
que al toro, igual, igual nos dejan.
Y
hasta borran las huellas que reflejan
nuestro
paso sangriento y removido.
I I I
De
aquella copla me quedó su historia,
su
argumento sonoro de tristeza.
Aún
recuerdo el latir de su guitarra,
el
ebrio corazón de la taberna.
Aquellos
hombres de cigarro y vino
con
olor de marismas y de espuertas
de
caballas… Aquel salado viento
de
levante llorando en las macetas
de
claveles… Aquel quejido antiguo,
sollozo
y cante de una vida lenta…
Aquellos
días repetidos, agrios,
que
dieron a la copla nervio y vena…
Y
de la copla me quedó su historia
Y
el niño que la oyó y que me la cuenta.
I V
Ella
vivía
con
la imagen del niño todavía.
Y
el niño se hizo hombre
y
siguió siendo niño por su nombre.
Para
ella, no obstante,
el
hombre estaba oculto con el niño delante.
Ay
mi niño —decía—,
y
el niño era tan hombre que ni serlo quería.
El niño creció tanto
que
conoció el misterio y el secreto del llanto.
Murió
el niño —el hombre, digo—
y
ella guardó el recuerdo de aquel niño consigo.
Así
ella vivía
con
la imagen del niño todavía.
Mercado y lonja de San Fernando, antes de la restauración.
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