POESÍA: ARTÍCULOS DE ENRIQUE MONTIEL SOBRE POETAS
Y ESCRITORES DE LA ISLA DE SAN FERNANDO, EXTRAÍDAS
DE SUS COLABORACIONES EN DIARIO DE CÁDIZ,
BAJO EL EPÍGRAFE DE CALLE REAL
Calle Real de San Fernando. A principios del siglo XX
Archivo Quijano
03 Abril, 2016
LEJANÍAS
Un verano fui a Galicia.
De hecho fueron muchos veranos los que fui, los que iba, pero ese verano
concreto que fui a Galicia, al volver escribí un Calle Real en que describía la
vuelta, el encuentro con el paisaje, el aire, la luz de La Isla. Días después,
quien era el Sumo Vigilante de las esencias cañaíllas, el inolvidable Ignacio
Bustamante, me abordó por la calle para felicitarme por ese artículo, que
seguro debe estar en alguna de sus carpetas porque me dijo que lo guardaría.
Siempre que vuelvo de algún viaje, como hoy de Jaén, la ciudad de mi padre, a
donde fui a presentar mi último libro, recuerdo aquella vuelta de Galicia,
aquel artículo y a Ignacio Bustamante diciéndome, tras la advertencia de rigor
-"tú sabes que soy el primero en criticarte cuando así me lo parece"-
que le había gustado muchísimo el Calle Real.
Ignacio formaba parte de
un grupo irreductible de vecinos a los que La Isla les colmaba de felicidad. Eran amantes
apasionados, grandes servidores y defensores de lo que fuimos y de lo que
éramos... También de lo que deberíamos ser. En ese grupo habían estado Alberto
Otero, Joaquín Ruiz y Fernando Miranda, fundadores de Mirador de San
Fernando; José María Hurtado Egea, el gran poeta Rafael Duarte, Germán Caos
Roldán, José González Barba, Juan García Cubillana y Juan Bohórquez Sargatal,
Joaquín Quijano, Jesús Martín Almeida, Joaquín Rodríguez Royo y Juan Ortiz,
Vicente Mira, Quintín Dobarganes y Nicolás Alonso y Paco Gutiérrez Macías, José
Carlos Fernández Moreno... Justo es añadir la gran nómina de los integrantes de
las hermandades y cofradías, las instituciones de La Isla, a su manera defensoras
de la ciudad...
¿Hoy? No conozco a nadie
con el liderazgo de Ignacio Bustamante, el liderazgo de amor a nuestro pueblo.
Digo que he vuelto y he visto los caños espejear bajo el sol de la tarde, el
aire, el caserío blanco, el cielo de azul familiar, el prohibido paraíso de mi
querido Juan Mena, ese conjunto de elementos que han configurado siempre este
modo de engloriarnos los isleños de la ciudad y del imaginario que la preside,
pero ya no es lo mismo. Recuerdo al poeta que dijo que nosotros los de entonces
ya no somos los mismos. Nosotros los que quedamos, por cierto. Ya encanecidos,
enhiestos con esfuerzo y muchos días habitantes de ese territorio inevitable
llamado Melancolía. No se trata de o corte o cortijo pero tampoco la
desidia ni el abandono.
Cada Calle Real que
escribo desde aquel día en que Ignacio Bustamante me la alabara con entusiasmo
previa advertencia de que yo sabía bien que me leía siempre con espíritu
crítico, quiero yo que sea una manera de que no mueran, no se olviden todos los
que, porque amaban a La Isla
con pasión, supieron enseñarme el camino de ese amor irreductible y fecundo. En
donde no hay lejanías.
martes, 12 de abril de
2016 AYER,
23 DE ABRIL DE 2016
Ayer Luis Berenguer me leía Tamatea novia de otoño en su
casa de la calle Real, la casa de su suegro don Rafael Monzón, magistrado de lo
Laboral. Ni podía imaginar que dos días después estuviera luchando contra su
propia muerte, que lo venció a las doce de la noche, sentado en el salón de su
casa. Ayer fue el 12 de septiembre de 1979, mi hija May tenía unos pocos meses,
cuando volví a casa dormía. No recuerdo exactamente quién, días después, me
dijo lo que todavía no he logrado superar, que Luis Berenguer, mi amigo y mi
maestro, había muerto. Le dieron sepultura por la mañana y por la tarde
contraía matrimonio el poeta Juan Mena. Juan Mena también era muy querido por
Luis Berenguer, lo admiraba ciertamente. Bajo la conmoción de la mañana estuve
en la iglesia del Carmen, donde se caso mi querido Juan con Eusebia. De emoción
en emoción. También ayer recordé esa boda de septiembre de 1979. Ayer recordé
muchos recuerdos de mi vida, como la forma resignada que Pepe González Barba
solía emplear para su casa: Villa Humos. González Barba fue un figura muy
importante en mi vida de escritor y en la vida de muchos escritores de la Isla. Fue un gestor
cultural de primera, desprendido y generoso. Durante años participó activamente,
en primer plano, de todo lo que culturalmente se animaba en San Fernando.
Escribía bien, hablaba bien, era un hombre humilde y sencillo. Con una gran
biblioteca, una gran cultura. Ayer lo recordaba junto a Germán Caos Roldán.
Germán era la vocación inmarchitable. No he conocido a ningún escritor con más
voluntad de ser, más letraherido que Germán Caos. Fue un hombre magnífico y con
los pies en el suelo. Juan José García Sánchez, que también recordaba ayer, era
otro escritor de la ciudad del medio siglo que poseía una vocación de acero por
la Poesía. Hombre
pausado, bondadoso, vivía en un Parnaso propio con domicilio en su casa de la
calle Ancha. No era Juan Mena, claro, ni aquel Rafael Duarte desbordado al que
de vez en cuando le llegaban metáforas deslumbrantes. Duarte y Mena agavillaban
a cuantos se fueron acercando a la
Poesía, a la
Literatura. Y publicaban ayer cuidados poemarios en humildes
revistas, pionera de las cuales fue Erytheia, que hacía Julián Blasco Moyano,
que también escribía muy bien y dinamizó a su modo la literatura cañaílla.
Antonio González Muñoz seguía desde Conil el curso de los acontecimientos
literarios desde una Librería-Papelería a la que quiso llamar La Cañaílla, lo cual que no
era sólo un guiño. Por entonces no había llegado ni Antonio Bocanegra Padilla
ni sus poemas de Ronda, súbita invasión. José María Hurtado no había empezado a
publicar sus archivos y dos mujeres distintas, Amparo Gordillo y Soledad Lozano
irrumpían en el panorama con sus poemas. Puede que Puri Galán hubiera sido la
pionera de esta generación.
Hoy llueve
llueve sin descanso
como una hemorragia llueve
lentamente
desacostumbrados los ojos
sobre el parque
las calles presurosas
llueve hoy
Hoy llueve y nada mejor que un fado
para que cale el agua de la lluvia de la tristeza
lo inunde todo de voz que se lamenta
del vivir
Está gris todas las horas
previsible, ay, lo que acontece
la soledad, el silencio que acaricia la voz de Amalia
y de Carminho
Recordaré siempre Lisboa con sol
y Porto, Coimbra nublados de Atlántico
mas no el sol del Alentejo ni ese territorio de frontera antigua con caños
como los de la Isla mía
Llueve, ay...
Todo está mojado, las calles, mis ojos...
OBRAS DE ENRIQUE MONTIEL:
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