Islote de Sancti Petri (San Fernando -Cádiz-)
MARINA BAJO SOSPECHA
Al poeta Juan Antonio Macías
La lontananza va
a su precipicio.
La tempestad,
combate entre marolas,
quedó de su coraza desarmada.
En los dinteles
de la atardecida,
velamen de la
tarde es el ocaso,
caído ya su mástil
amarillo.
El barco,
paquidermo de las aguas,
yugo del mar que
arando va oleajes,
cabrilleos del
agua, garabato
y rúbrica que
haciendo va la estela,
montante, bíceps
de un fugaz repunte,
hinchazón como
senos la marea.
Te amo, pecera
gigantesca y bronca,
mar, cordillera
efímera de espumas,
con dársena,
hospital de embarcaciones,
con playa,
espesas dunas de la arena,
con costas,
firme cinturón de piedras
que sangran por
mordiscos del poniente.
Te amo, anónimo
y rudo en tu palacio
acuático
ocultando tempestades,
silenciando
rugidos con los guiños
que en el
recuerdo das a los turistas.
Te amo, mar,
cementerio de naufragios
con sus pecios,
que son los esqueletos,
a pesar del
dragón que dentro llevas
con manteo cruel
de maremotos
bajo tu siesta
de feliz bonanza.
Hoy olvido
jirones de tu historia
en madréporas y
algas retenidos,
y acaricio tu
equívoco pelaje,
dinosaurio que
duermes en la orilla.
Mar que ríe en
los blondos escarceos,
doncella
desvistiéndose del peplo
azul en los
umbrales de la noche.
De la revista ATENEO DE CÁDIZ (2008)
Alta mar,
cuadro de María Jesús Rodríguez Barberá
PREMIO DE POESÍA "EDUCAVERDE" 2007 (SEVILLA)
Editado en cuaderno y en la Web Arena y Cal
VOLVER DE NUEVO
A LA MANSIÓN DEL MAR
Jamás la Naturaleza
dice una cosa
y otra la sabiduría.
Juvenal, Sátiras, XIV
I
Qué a gusto vengo a la
mansión del mar,
hijo pródigo yo, que
he malgastado
la herencia de agua,
verdes, campos, flores
que la naturaleza me
dio un día.
Humildemente vengo a ti,
mar, quiero
pasear esta mano
arrepentida
por tu glauco pelaje,
te acaricio,
perro que va, carlea
en las orillas
ya cansado de acuáticos
senderos,
sacude el rabo roto
de una ola
y entre las rocas
tiza espolvorea.
Yo le acaricio el húmedo
plumaje
Irisado de guiños del
poniente
y él me sonríe con temblor
de niño
por sus dientes de
blancos cabrilleos.
tan grande en las pleamares
ondulantes,
tan contento
anfitrión de tantos buques,
tan alto en la
vidriera de la aurora,
tan rumoroso entre
vestales brisas
tan largo en el
alféizar del ocaso,
y ahora, pequeñito y
moribundo,
viene a morir en una
concha blanca.
Me mira con sus ojos
derrotados,
gemelos del
crepúsculo que, lejos,
lo consuela en su
hora postrimera
le pone catafalco de
violetas.
Yo también, mar, me muerdo
mi destierro,
desgavillado de la
gente, a trizas
el corazón de
historias fragmentarias,
vengo a desenterrar
ayeres, restos
de tardes con ruinas de
mareas,
de tardes en que
fuimos flor de idilios
ella y yo, en el
regazo de tu orilla,
garabatos de espuma
en nuestros pies
nos hacían los leves
cabrilleos,
antes de su desguace
en las arenas.
I I
Huyo de la ciudad, pero amo a los hombres,
os coloco en mi torre
de homenaje,
que son heridas cuerdas
como yo del amor, luz
de desvelo,
como yo del sufrir,
que late oculto.
Sin embargo, el olvido me
aconseja
vaciar mi corazón de
anécdotas y nombres
para escarbar en mi
cansancio a solas
mis señales más puras,
verdaderas
y cuando halle las palabras
vivas
que enterraron las grandes
multitudes,
volveré a llevarlas a los
hombres,
muy seguro de que me
escucharán,
las palabras precisas,
suficientes,
que nos animan a sobrevivir
y enlazar nuestras manos,
estas manos que ahora
huérfanas de una fe y de la
confianza,
se entierran en la prisa y
los ruidos.
Dame, tú, mar, sosiego
y déjame decirte las
palabras
que en la ciudad se vedan
a los poetas porque las
consignas
del tumulto oxidaron todos
los oídos.
Pero aún quedan vocablos,
vocablos que no están
contaminados
por la frivolidad, por el
consumo.
Déjame, mar, que te los
diga a tu oreja
de limpias caracolas.
Sé, tú, a pesar de tsumanis
y naufragios,
nuestro renacimiento,
nuestra concha
de cuna
para surgir de ti como hace
siglos
nacieron los anfibios y
pisaron la tierra,
que ahora tiene miedo
de llorar su ruina
planetaria. Sé, tú, mar
un olvido de ajetreos,
un volver a nacer, marea de
entusiasmo
tu pleamar en las almas.
I I I
Volveré a la ciudad con
mirada salobre,
con ojos con colores de radiantes madréporas,
con brazos como algas
para abrazar el mundo
y decirle que ame los
árboles, los campos,
los jardines;
que los ríos le sean cintas
de agua
que doblan y acarician sus
cinturas
de piedras industriales;
y les diré a los hombres,
que defiendan
las calles y las avenidas
con batallón de árboles,
con fuentes
como bocas
limpias con luz de alba.
Enseñaré a los niños el
álbum de la nieve,
las páginas de olivos como
crenchas
del campo,
las grecas de los pájaros
en la alta vidriera de los cielos.
Que una generación nueva
aprenda
a leer en los rústicos
barbechos,
en los parterres de las
alamedas,
en las riberas, calles de
los ríos,
que son alegoría de la vida.
Madre Naturaleza,
perdónanos
la afrenta que te hacemos
todos los días sin pensar
que somos
la ignorancia que toca con
sus manos
más sucias
tu tan desvencijado
patrimonio.
Salinas de San Fernando (Cádiz)
Playa con gaviotas (Tomado de internet)
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