APÉNDICE DE LA MEMORIA
UN POEMA, UN POETA
Título: COMO MANDA EL USO
Es una estancia noble, perfumada;
con ricos muebles que el imperio impuso,
los tapices de Persia y alfombrada
cual manda el dueño, como manda el uso.
Una mesa de cedro es recipiente
de una lámpara antigua de Lucena
cuya roja pantalla impertinente,
torna en color de sangre aquella escena.
A favor de la luz que reverbera,
una dama, más bella que un ensueño
con curvas incitantes de hechicera
escribe a prisa con nervioso ceño.
Tan abstraída está que no percibe
el cauteloso paso del anciano
de noble porte, pues la dama escribe
sin dar reposo a su preciosa mano.
Silencioso aquel hombre, no respira
del pecho los latidos conteniendo:
se acerca aún más, y con espanto mira
lo que aquella sirera (sic) está escribiendo.
¡Adúltera!, le dice. Ella espantada,
quiere erguirse, romper la prueba escrita;
es inútil: un arma despiadada
puso fin a la adúltera maldita.
Márchase el hombre sin que nadie intente
cortar su paso o remediar su pena;
y allá quedó la luz irreverente
dando color de sangre a una azucena.
Sangre y luz se mezclaron de tal suerte
que unidos van para fingir la glosa
de dar a un cuerpo herido por la muerte
los colores bermejos de una rosa.
Era una estancia noble del imperio
con ricos muebles que el imperio impuso,
donde quedó enterrado un adulterio
cual manda el dueño, como impone el uso.
José Domínguez Bridoux
con ricos muebles que el imperio impuso,
los tapices de Persia y alfombrada
cual manda el dueño, como manda el uso.
Una mesa de cedro es recipiente
de una lámpara antigua de Lucena
cuya roja pantalla impertinente,
torna en color de sangre aquella escena.
A favor de la luz que reverbera,
una dama, más bella que un ensueño
con curvas incitantes de hechicera
escribe a prisa con nervioso ceño.
Tan abstraída está que no percibe
el cauteloso paso del anciano
de noble porte, pues la dama escribe
sin dar reposo a su preciosa mano.
Silencioso aquel hombre, no respira
del pecho los latidos conteniendo:
se acerca aún más, y con espanto mira
lo que aquella sirera (sic) está escribiendo.
¡Adúltera!, le dice. Ella espantada,
quiere erguirse, romper la prueba escrita;
es inútil: un arma despiadada
puso fin a la adúltera maldita.
Márchase el hombre sin que nadie intente
cortar su paso o remediar su pena;
y allá quedó la luz irreverente
dando color de sangre a una azucena.
Sangre y luz se mezclaron de tal suerte
que unidos van para fingir la glosa
de dar a un cuerpo herido por la muerte
los colores bermejos de una rosa.
Era una estancia noble del imperio
con ricos muebles que el imperio impuso,
donde quedó enterrado un adulterio
cual manda el dueño, como impone el uso.
José Domínguez Bridoux
El doctor Juan
García-Cubillana, compañero de la
Academia de San Romualdo de San Fernando -Cádiz- y amigo, me
mostró en una revista con nombre “San Fernando Artístico”, publicada
probablemente en 1923, este poema de un autor desconocido hoy en nuestra ciudad.
Pero ¿quién
fue José Domínguez Bridoux?
Tecleamos en internet y nos encontramos la siguiente información:Victorina Bridoux {Manchester, 1835 - Santa Cruz de Tenerife, 1862} Victorina Bridoux y Mazzini de Domínguez nació en Manchester el 9 de abril de 1835. Hija de Carlos Honoré Bridoux y Lefebre, de París, comerciante al por mayor, y de Angela Mazzini, nacida en Cádiz, poetisa hermana del presbítero Antonio Mazzini y prima segunda del general José Mazzini.A los tres años, huérfana de padre, llega a Cádiz con su madre, que se coloca como profesora de inglés, francés e italiano en el colegio de Religiosas Irlandesas de Gibraltar. Allí estudió Victorina hasta los trece años, siempre con salud delicada. Luego volvió a Cádiz, y fue junto a su madre a Sevilla y Santa Cruz.Olvidó la música y los idiomas, en Tenerife dio funciones benéficas de declamación en el teatro de Santa Cruz.Se casó el 15 de enero de 1855 con el capitán graduado de infantería Gregorio Domínguez de Castro. Al fallecer a los 27 años por la fiebre amarilla dejó un libro publicado, tres novelas sin terminar y cuatro hijos entre seis años y ocho meses. Un dato concreto nos dice que nació en 1935 y falleció en 1862. Su último hijo, Leopoldo nació en el mismo 1862. Aventuremos una probable cronología al poeta comprendida entre los años 1860 y 1924, un año después de la aparición del poema en la revista, por poner un ejemplo; pero sin que eso sea ni siquiera aproximado, ya que no sabemos la edad que tendría en el año de su fallecimiento. Pero es cierto que debió de escribir mucho más, puesto que la corrección de sus versos hace suponer una evidente desenvoltura en el quehacer poético.
Obras
de Victoria Bridoux:
Lágrimas y flores.
Producciones literarias. Santa Cruz de Tenerife: Salvador Vidal, 1862. El
bálsamo de las penas. Madrid: F. Escámez, 1863. Amparo. Zaragoza: Casañal y
Cª, 1890. El secreto de la hermosura. Zaragoza: Casañal y Cª, 1890.
Hemos hallado otras fuentes, pero éstas no añaden nada a lo que ya se ha expuesto. Deduzcamos, pues, de lo dicho que si ella falleció a los 27 años, José Domínguez Bridoux, presuntamente su hijo, debió nacer al poco tiempo del matrimonio, o sea, a finales de los cincuenta. Casada con un militar, como hemos visto, quizás residió en la Isla de San Fernando; o bien pudo José, su hijo y autor del poema, ser militar de profesión. En mis conversaciones con el poeta isleño don Gabriel González Camoyano (1893-1967), también vinculado profesionalmente a la Marina, nunca lo mencionó, así como sí lo hizo del poeta y médico gaditano y residente en la Isla Servando Camúñez (1854-1936), a quien consideraba su maestro. Camúñez, como ya dije en el artículo dedicado a él en “San Fernando Información” hace varios años, fue un poeta de un realismo tardío de fin del siglo XIX, con todos los ingredientes temáticos consabidos, o sea, al estilo de Zorrilla, Campoamor, Núñez de Arce, Federico Balart, Manuel del Palacio...
Hemos hallado otras fuentes, pero éstas no añaden nada a lo que ya se ha expuesto. Deduzcamos, pues, de lo dicho que si ella falleció a los 27 años, José Domínguez Bridoux, presuntamente su hijo, debió nacer al poco tiempo del matrimonio, o sea, a finales de los cincuenta. Casada con un militar, como hemos visto, quizás residió en la Isla de San Fernando; o bien pudo José, su hijo y autor del poema, ser militar de profesión. En mis conversaciones con el poeta isleño don Gabriel González Camoyano (1893-1967), también vinculado profesionalmente a la Marina, nunca lo mencionó, así como sí lo hizo del poeta y médico gaditano y residente en la Isla Servando Camúñez (1854-1936), a quien consideraba su maestro. Camúñez, como ya dije en el artículo dedicado a él en “San Fernando Información” hace varios años, fue un poeta de un realismo tardío de fin del siglo XIX, con todos los ingredientes temáticos consabidos, o sea, al estilo de Zorrilla, Campoamor, Núñez de Arce, Federico Balart, Manuel del Palacio...
El poema que nos
ocupa ahora aparece en 1923, pero pudo haber sido compuesto muchos años antes.
De hecho, los poetas que escribían entonces en La Isla no iban, por influjo de
tendencia, más allá de los poetas románticos y realistas, sin el más mínimo
asomo de la influencia imperante del Modernismo.
El estilo es de un cuño realista decimonónico, en la línea de muchos autores de entonces, como ya hemos dicho, por ejemplo, Campoamor, que era respetado e imitado, hasta tal punto que en su primera visita que hizo Rubén Darío a España (1992) le dedicó una décima en la que le manifestaba su admiración.
El poema expuesto está escrito en estrofas de serventesios. Recuérdese que el serventesio es una estrofa compuesta de cuatro versos de arte mayor, generalmente endecasílabos, de rima consonante y alterna (ABAB). Aclaración: “sirera” puede contener una errata y lo real y correcto puede ser sirena.
Quedamos a la espera de que quien pueda añadir más información, me la dé, o si la encuentro fuera de lo que ya he procurado, ayude a completar datos sobre este poeta desconocido en la tierra donde se le publicó este poema, que considero notable, a pesar de que cuando se da a la luz, ya es retrospectivo, aunque no sabemos si fue escrito muchos años antes.
El estilo es de un cuño realista decimonónico, en la línea de muchos autores de entonces, como ya hemos dicho, por ejemplo, Campoamor, que era respetado e imitado, hasta tal punto que en su primera visita que hizo Rubén Darío a España (1992) le dedicó una décima en la que le manifestaba su admiración.
El poema expuesto está escrito en estrofas de serventesios. Recuérdese que el serventesio es una estrofa compuesta de cuatro versos de arte mayor, generalmente endecasílabos, de rima consonante y alterna (ABAB). Aclaración: “sirera” puede contener una errata y lo real y correcto puede ser sirena.
Quedamos a la espera de que quien pueda añadir más información, me la dé, o si la encuentro fuera de lo que ya he procurado, ayude a completar datos sobre este poeta desconocido en la tierra donde se le publicó este poema, que considero notable, a pesar de que cuando se da a la luz, ya es retrospectivo, aunque no sabemos si fue escrito muchos años antes.
DOS POETAS
DESCONOCIDOS EN LA ISLA DE
SAN FERNANDO
QUE VIVIERON EN ESTA CIUDAD
QUE VIVIERON EN ESTA CIUDAD
A UNA BELDAD
(Becqueriana)
Volverán los rigores del invierno
al mundo con sus sombras a enlutar,
a cubrirse otra vez de blancas nieve
las áridas montañas volverán.
Mas las horas tranquilas que a tu lado
contemplabas tu rostro con afán,
mirándose en las niñas de tus ojos,
¡esas no volverán!
Volverán a caer las mustias hojas
al impulso feroz del huracán,
volverán los espacios del relámpago
con su siniestra luz a iluminar.
Mas las noches aquellas en que el alma
Se extasiaba mirando tu beldad
y latía de amor mi amante pecho,
¡esas no volverán!
H. Amezúa Anoro
De la revista “Vida moderna”,
Septiembre 1929
Sin Título
Cual vanos edificios
que al viento desafían,
sin el menor cimiento,
sin el menor sostén;
son las obras humanos
sin providencia y guía,
sin el apoyo excelso
de la fecunda fé.
¿Qué sabe de sí mismo
el ser que Dios creó?
De rara solución;
el presente, preñado
de mil contrariedades,
y tu destino, arcano
que miras con horror.
La tierra que sus plantas
hollara confiado,
los mares poderosos
que se atrevió a surcar;
¿qué son sino misterios,
qué son sino las pruebas
que todo es un secreto
para el hombre mortal?
Hoy labras dulce nido,
que amante lo destinas
para el hogar querido
de tu feliz mujer;
y al más ligero impulso
del aquilón furioso,
ruinas, llanto y luto,
fue tu ilusión de ayer.
Si pobres y desnudos
nacemos los mortales,
y ciegos a este mundo
venimos al nacer;
si tiernos nos valemos
de próvidos cuidados,
si el llanto es nuestro verbo,
y débil nuestro pié:
Los vastos luminares
que largos derroteros
describen tan constantes
por el espacio azul;
zno son altas cuestiones
que ignoran los humanos?
¿No dicen que es muy pobre
de la ciencia la luz?
Los padres y los hijos;
la calma seductora;
los días bendecidos,
de amor y de placer;
la amistad más estrecha;
Ios caros intereses;
verás hechos pavesas,
verás desparecer.
¿A qué, loca soberbio?
¿A qué, tan necio orgullo?
¿A qué, engreída ciencia,
de abstracto galardón?
¿En dónde está la fuerza
del hombre vanidoso?
¿En dónde está el dominio
que tanto imaginó?
Si el arte consideras,
conceptos elevados,
magníficas ideas
te logra despertar;
mas ¡ay! si insano aliento
te lleva de la mano,
si buscas en el cieno
belleza natural.
Cual vanos edificios
que al viento desafían,
sin el menor cimiento,
sin el menor sostén;
son las obras humanas
sin providencia y guía,
sin el apoyo excelso
de la fecunda fe.
Mirad de nuestro cuerpo
el grande mecanismo;
buscad de la materia
la ignota formación;
la vida es un arcano,
el alma es un problema...
De tu misma existencia
ignoras tanto el giro,
que tu ayer es problema
Narciso Cayetano y Ojeda.
De la revista “IRIS”
LA VOZ
al mundo con sus sombras a enlutar,
a cubrirse otra vez de blancas nieve
las áridas montañas volverán.
Mas las horas tranquilas que a tu lado
contemplabas tu rostro con afán,
mirándose en las niñas de tus ojos,
¡esas no volverán!
Volverán a caer las mustias hojas
al impulso feroz del huracán,
volverán los espacios del relámpago
con su siniestra luz a iluminar.
Mas las noches aquellas en que el alma
Se extasiaba mirando tu beldad
y latía de amor mi amante pecho,
¡esas no volverán!
H. Amezúa Anoro
De la revista “Vida moderna”,
Septiembre 1929
Sin Título
Cual vanos edificios
que al viento desafían,
sin el menor cimiento,
sin el menor sostén;
son las obras humanos
sin providencia y guía,
sin el apoyo excelso
de la fecunda fé.
¿Qué sabe de sí mismo
el ser que Dios creó?
De rara solución;
el presente, preñado
de mil contrariedades,
y tu destino, arcano
que miras con horror.
La tierra que sus plantas
hollara confiado,
los mares poderosos
que se atrevió a surcar;
¿qué son sino misterios,
qué son sino las pruebas
que todo es un secreto
para el hombre mortal?
Hoy labras dulce nido,
que amante lo destinas
para el hogar querido
de tu feliz mujer;
y al más ligero impulso
del aquilón furioso,
ruinas, llanto y luto,
fue tu ilusión de ayer.
Si pobres y desnudos
nacemos los mortales,
y ciegos a este mundo
venimos al nacer;
si tiernos nos valemos
de próvidos cuidados,
si el llanto es nuestro verbo,
y débil nuestro pié:
Los vastos luminares
que largos derroteros
describen tan constantes
por el espacio azul;
zno son altas cuestiones
que ignoran los humanos?
¿No dicen que es muy pobre
de la ciencia la luz?
Los padres y los hijos;
la calma seductora;
los días bendecidos,
de amor y de placer;
la amistad más estrecha;
Ios caros intereses;
verás hechos pavesas,
verás desparecer.
¿A qué, loca soberbio?
¿A qué, tan necio orgullo?
¿A qué, engreída ciencia,
de abstracto galardón?
¿En dónde está la fuerza
del hombre vanidoso?
¿En dónde está el dominio
que tanto imaginó?
Si el arte consideras,
conceptos elevados,
magníficas ideas
te logra despertar;
mas ¡ay! si insano aliento
te lleva de la mano,
si buscas en el cieno
belleza natural.
Cual vanos edificios
que al viento desafían,
sin el menor cimiento,
sin el menor sostén;
son las obras humanas
sin providencia y guía,
sin el apoyo excelso
de la fecunda fe.
Mirad de nuestro cuerpo
el grande mecanismo;
buscad de la materia
la ignota formación;
la vida es un arcano,
el alma es un problema...
De tu misma existencia
ignoras tanto el giro,
que tu ayer es problema
Narciso Cayetano y Ojeda.
De la revista “IRIS”
LA VOZ
Todo
era bello en la
gentil Aurora
su
frente sonrosada, blanco el
cuello,
en
sus pupilas divinal destello,
en su rostro la grana seductora,
en su boca sonrisa encantadora,
brillantez o
negrura en
su cabello
y en su cuerpo y andar el noble sello
y de la fina
hermosura que enamora.
Necios amantes, cual falderos
perros,
la seguian sin tregua ni descanso
o corrían, como locos
por los cerros.
del remanso. ,. Mas,
¡negro desengaño!
huyeron con platillos y
cencerros,
de Aurora al escuchar
la voz de ganso.
Narciso Cayetano y Ojeda.
1914 .Agosto
El Puente Zuazo, a la entrada de la Isla de San Fernando (Cádiz)
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