Después de mi regreso de Atenas, la erudita,
heme aquí en los cenáculos de mi querida Roma
deshojando la flor de las galanterías
en
salones floridos de damas elegantes
que
cuidan el peinado con morosos esmeros
y ellas mismas se exhiben como faustas estatuas,
y hay esclavos que van y vienen silenciosos
con bandejas, y otros cuyas flautas derraman
melancólicos hilos de lejanas canciones.
Inclinados nosotros y en triclinios las damas,
tejemos con ingenio como en telar del ocio
[urdimbres con historias
de un amor, las palabras solícitas de aliento
[para aupar
el poema
de su foso amoroso en que lo tiene Galo
por su amor a Licoris, y es citado Tibulo
—ah, rescoldos que guardan a Némesis y Delia—
por Propercio, que quiere olvidar los espinos
que le punzan del duro recuerdo de Perusa
donde perdió a su padre. Y a su Cinthia, que ha
muerto.
Flota como un
suspiro la queja de Sulpicia,
aldabón en el pecho tan duro de Cerinto
-la única mujer que versos aquí teje,
sobrina de Mesala, de su círculo
fresa
delicada, encendida—, y yo, que empiezo ahora
a granar este fruto del poema que es cofre
de una emoción escrita a Corinna, la amada
(se rumorea en éste más nombres de mujeres)
y le doy a curiosos asistentes consejos
para
tejer la fina urdimbre del amor;
y
a los cincuenta años la orden me fustiga
aturdidora
y gélida de mi exilio. Oh Augusto,
¿por
qué, por qué? Oh amigos, qué desgarro
[ese instante
"Cum
subit illius tristissima noctis imago."
Trad.: "Cuando sube a mi mente la imagen
tristísima
de aquella noche”.
De La arcadia de Narciso (2007)
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