miércoles, 28 de agosto de 2019

NOBLES OBJETIVOS EN LA ESCRITURA LITERARIA



Cuando comenzamos a escribir somos esponjas entusiasmadas que absorben trozos de textos que nos influyen y nos sirven de carriles para echar a rodar lo que nos sale del alma en su fiesta  de ideas primerizas, sin duda inmaduras y atropelladas.

Esos modelos que nos invitan con sus atractivos y distintos estilos a desarrollar nuestros deseos literarios son un credo al que profesamos una fe ciega. Autores que nos ofrecen sus riquezas de imágenes para que seamos constantes aprendices hasta que ya la experiencia nos va libertando de esas inolvidables cárceles hasta caminar a solas por las avenidas de la imaginación.

Pasa el tiempo y el que fue un aprendiz prometedor, ya sabe distinguir de estilos y agradece lo aprendido, pero una intuición le revela aquello de que quien no supera a su maestro no le agradece su magisterio quedándose solamente en discípulo dócil a sus primeras enseñanzas. Bueno, no se supera a los maestros jamás, pero si ellos viviesen dirían a los discípulos que dejaran el nido y experimentaran vuelos propios.

Un día se da cuenta de que la letra se desgasta y ya escribir no emociona. ¿Qué ha de hacer? Recuerda lo que viene a decir Goethe, que todo está dicho pero que hay que decirlo de otra manera. Que hay que renovar el ensamblaje de las palabras  y sorprender como dice Vixtor Shklovski, y que se puede ser clásico en la forma y moderno en el registro poético.

Lee ese insatisfecho aprendiz un poema de Miguel Hernández titulado “Eterna sombra”, escrito en versos endecasílabos rimados y con un lenguaje tocado por la magia del surrealismo. Y se dice para sí que ahí está la modernidad. Se acuerda de Picasso que dice que él hace lo difícil porque lo fácil lo hace cualquiera. Hay que poner al día lo clásico y no vapulearlo con el látigo del desorden con ínfulas de genialidad como si el ritmo del verso no existiera, moda lamentable en nuestros días.

Cuando escribe en prosa huye de la frase hecha y del párrafo apisonador como un rulo. Busca la precisión y la frase que asombre. Entonces se da cuenta de que hay un estilo de escribir en prosa que recoge el pensamiento y lo vierte en un subgénero de escritura que se llama aforismo. Lee algunos, muchos más. Se llena de alegría y admiración e intenta escribir uno…

Se ha dado cuenta de que la metáfora en poesía y el aforismo en la prosa comparten el reinado de la Literatura creadora, la que anhela ser original y no copia de lo ya petrificado. Novedad pero con forma, comprometida y fiel a la exigencia que de siempre ha obligado a los escritores a deleitar a quienes leen.  Lo demás son intentos bienintencionados de escribir, pero nada más.

Revista PLéYADE de la Tertulia Río Arillo de Letras y Artes, número 24, Otoño-invierno 2012 

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