Cuando comenzamos a escribir somos esponjas entusiasmadas que absorben trozos de textos que nos influyen y nos sirven de carriles para echar a rodar lo que nos sale del alma en su fiesta de ideas primerizas, sin duda inmaduras y atropelladas.
Esos modelos que nos invitan con sus atractivos y
distintos estilos a desarrollar nuestros deseos literarios son un credo al que
profesamos una fe ciega. Autores que nos ofrecen sus riquezas de imágenes para
que seamos constantes aprendices hasta que ya la experiencia nos va libertando
de esas inolvidables cárceles hasta caminar a solas por las avenidas de la
imaginación.
Pasa el tiempo y el que fue un aprendiz prometedor, ya
sabe distinguir de estilos y agradece lo aprendido, pero una intuición le revela
aquello de que quien no supera a su maestro no le agradece su magisterio
quedándose solamente en discípulo dócil a sus primeras enseñanzas. Bueno, no se
supera a los maestros jamás, pero si ellos viviesen dirían a los discípulos que
dejaran el nido y experimentaran vuelos propios.
Un día se da cuenta de que la letra se desgasta y ya
escribir no emociona. ¿Qué ha de hacer? Recuerda lo que viene a decir Goethe,
que todo está dicho pero que hay que decirlo de otra manera. Que hay que
renovar el ensamblaje de las palabras y
sorprender como dice Vixtor Shklovski, y que se puede ser clásico en la forma y
moderno en el registro poético.
Lee ese insatisfecho aprendiz un poema de Miguel
Hernández titulado “Eterna sombra”, escrito en versos endecasílabos rimados y
con un lenguaje tocado por la magia del surrealismo. Y se dice para sí que ahí
está la modernidad. Se acuerda de Picasso que dice que él hace lo difícil
porque lo fácil lo hace cualquiera. Hay que poner al día lo clásico y no
vapulearlo con el látigo del desorden con ínfulas de genialidad como si el
ritmo del verso no existiera, moda lamentable en nuestros días.
Cuando escribe en prosa huye de la frase hecha y del
párrafo apisonador como un rulo. Busca la precisión y la frase que asombre.
Entonces se da cuenta de que hay un estilo de escribir en prosa que recoge el
pensamiento y lo vierte en un subgénero de escritura que se llama aforismo. Lee
algunos, muchos más. Se llena de alegría y admiración e intenta escribir uno…
Se ha dado cuenta de que la metáfora en poesía y el
aforismo en la prosa comparten el reinado de la Literatura creadora, la
que anhela ser original y no copia de lo ya petrificado. Novedad pero con
forma, comprometida y fiel a la exigencia que de siempre ha obligado a los
escritores a deleitar a quienes leen. Lo
demás son intentos bienintencionados de escribir, pero nada más.
Revista PLéYADE de la Tertulia Río Arillo de Letras y
Artes, número 24, Otoño-invierno 2012
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