Amo, oh campo, tus densos batallones de
árboles,
y el vello de la hierba que es tu menudo
césped,
pentagramas de surcos donde escriben las
lluvias
preñez de los barbechos en tu embarazo
agreste.
Mal ceño de la tierra, sed con lengua
amarilla,
te pone la sequía o el pedrisco otras veces:
boca seca es el campo, cielo no solidario,
que te clava en tu carne aguijones de nieve.
Vives como montando guardia junto a los
gallos,
junto al amanecer de claridad imberbe.
Que van quedando menos, que los jóvenes huyen
de este celo ancestral, en silencio lo temes.
Porque las nubes son las ubres de la tierra
y el agua que despeñan desde arriba es su
leche.
Bendita cuando cae, aunque sea metralla
de cuarzos blancos, voces que gritan
transparentes.
Sementeras encintas, la tierra se alboroza
lo mismo que se pueblan de vida las mujeres
cuando como los campos, cremalleras de surcos,
se ennoblece el terrón de su sangre en los
vientres.
Labrador de metal, buey que tartamudea,
tractor, siervo de gleba, torreta de las
mieses,
guillotina de herbajos, favor a brazos viejos
que cuando arrasa el tiempo se van volviendo
endebles.
Pero la vida apremia y el vivir, imparable,
hace que el campesino tanto entienda de
verdes,
y que arranque y que lave, que agaville y que
ensile
y que sea del campo, a su manera, orfebre.
Partos de vegetales, alcancía que estalla,
tesoros exhumados, naturaleza riente,
la cosecha es la danza inmóvil con que baila
el campesino, música callada sus trebejes.
Las bestias son la escolta de su agraz señorío
en el feudo cerrado por distancias inertes.
El sudor y la lágrima se emparentan y guardan
un álbum de memoria que olvidaran adrede.
Campesino, testigo de un álbum de estaciones
que va pasando páginas con logros y reveses,
es el que menos júbilo compensador recuenta
y es el que más sudores y horas al sol
invierte.
Todos en la ciudad realzan sus trofeos,
hartazgos de despensas, sin que nadie se
acuerde
que el labriego partea los frutos a la tierra
y es el que más la ama y quien mejor la
entiende.
Perdona, oh campo, a aquellos que pueblan la
calzada:
no saben que la tierra es arca que se muere.
Que, al menos, estas manos del labrador te
mimen
y su briega amorosa sea voz que te consuele.
Universo de Poeta
ISBN: 978-84-945808-5-7
Deposito legal: M-35534-2016
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