Puede
parecer este título paradójico pero no lo es, si nos adentramos en sus
intenciones. Siempre se ha entendido que la poesía era la expresión de lo bello
por medio de la palabra, y lo es todavía para muchos poetas, aunque esa
definición ha sufrido variaciones desde las vanguardias, pasando por la poesía
social de la posguerra, hasta llegar al expurgo en las poéticas de los vates
Novísimos, aún en relativa actualidad.
El anhelo de originalidad que despuntó con furia en el romanticismo sigue vigente en poetas que luchan contra su propia espontaneidad y retuercen su estimativa ingenua y fluida para retorcer la expresión con el fin de lograr "versos geniales". Esos poetas ya no soportan la lectura de la poesía de siempre, empezando, pongamos, por Garcilaso, y acabando en Pablo García Baena, por citar un exponente de poesía que se ha exigido mucho a sí misma en las filtraciones expresivas. Pero ni el poeta toledano ni el del Grupo Cántico han rehuido ciertas construcciones que son inevitables y básicas en la comunicación escrita, cayendo por ello en la "literatura" despreciada por el aspirante a genio, que forcejea con sus ocurrencias poéticas hasta barroquizarlas al máximo, recordando con este gesto la constante de Góngora de escribir "oscuro" y para los pocos. Pues bien, ni el mismo Góngora se libró de una dura crítica de Ortega y Gasset en uno de sus libros de El Espectador.
A mí me parece legítimo y digno de aliento que un poeta aspire a pulir sus poemas y sus prosas. Los simbolistas franceses -Rimbaud, Verlaine, y Mallarmé sobre todo- fueron notables ejemplos de este esfuerzo selectivo hasta lograr un nivel de creatividad sorprendente. Verlaine en su "Arte poética" da una idea de cómo crear frente a una literatura ya redicha que él menosprecia sin rubor, porque considera que la mayoría de los poetas escriben con lenguaje heredado, prestado, casi hurtado a los de las generaciones anteriores. Imagínese el lector lo que diría de novelistas, dramaturgos y periodistas que se dirigen al gran público.
Ya en la Edad Media los trovadores intentaron crear una lengua poética, como Marcabrú y Daniel, por ejemplo. por el uso que hicieron de esas parcelas de escritura tantísimos. Ese deseo ha estado vivo siempre en el ánimo de todos los poetas que un día se sintieron hastiados de la poesía recibida y ya desgastada otros colegas adocenados en las antologías -incluso en las de prestigio-, y que queda, por lo visto, como patrimonio de estilo para poetas rezagados y gustosos por lo arcaizante, sobre todo en rincones de tertulias de provincia, sin que ello implique demérito alguno.
Si tuviésemos que señalar a poetas españoles de nuestra época como nobles aventureros de la búsqueda expresiva, nos acordaríamos de Neruda, Lorca y Miguel Hernández y de un poema de Vicente Aleixandre de su libro La destrucción o el amor, en concreto "Se querían", muestra de un hallazgo paradigmático del anhelo del 27 por seguir las pautas juanramonianas de esa época que arranca de Diario de un poeta recién casado, primer intento de despegue de la deuda con los modernistas del vate onubense. Juan Ramón vivió obsesionado por "crear", si no un lenguaje poético, sí un mundo de belleza trasmitida con un lenguaje exento de contaminaciones realistas, y que culminó en tres obras cimeras: La estación total, Dios deseado y deseante y Espacio.
Recientemente, los poetas llamados de "la experiencia" han vuelto a mimar los sentimientos demasiado humanos para así expresarlos en una cobertura lingüística que no puede eludir vocablos de cada día como "amor", "dolor", "emoción", "esperanzas", "corazón", "la vida", "paz", etc. Porque no es posible darle la espalda a los valores vitales en los que estamos entretejidos como individuos sociales. Ahora bien, el genio está en saber cómo revelar nuestros contenidos humanos sin caer en la servidumbre de lo tópico y manoseado y, por lo contrario, atraer y, como decía Menéndez Pelayo de san Juan de la Cruz :" Por aquí pasó el espíritu de Dios hermoseándolo todo", los lectores un poco avezados a la poesía digan: "Por aquí pasó el espíritu de la superación dignificando el lenguaje que empleamos todos los días".
Tomado de Arena y CaL Revista Literaria Divulgativa número 117
El anhelo de originalidad que despuntó con furia en el romanticismo sigue vigente en poetas que luchan contra su propia espontaneidad y retuercen su estimativa ingenua y fluida para retorcer la expresión con el fin de lograr "versos geniales". Esos poetas ya no soportan la lectura de la poesía de siempre, empezando, pongamos, por Garcilaso, y acabando en Pablo García Baena, por citar un exponente de poesía que se ha exigido mucho a sí misma en las filtraciones expresivas. Pero ni el poeta toledano ni el del Grupo Cántico han rehuido ciertas construcciones que son inevitables y básicas en la comunicación escrita, cayendo por ello en la "literatura" despreciada por el aspirante a genio, que forcejea con sus ocurrencias poéticas hasta barroquizarlas al máximo, recordando con este gesto la constante de Góngora de escribir "oscuro" y para los pocos. Pues bien, ni el mismo Góngora se libró de una dura crítica de Ortega y Gasset en uno de sus libros de El Espectador.
A mí me parece legítimo y digno de aliento que un poeta aspire a pulir sus poemas y sus prosas. Los simbolistas franceses -Rimbaud, Verlaine, y Mallarmé sobre todo- fueron notables ejemplos de este esfuerzo selectivo hasta lograr un nivel de creatividad sorprendente. Verlaine en su "Arte poética" da una idea de cómo crear frente a una literatura ya redicha que él menosprecia sin rubor, porque considera que la mayoría de los poetas escriben con lenguaje heredado, prestado, casi hurtado a los de las generaciones anteriores. Imagínese el lector lo que diría de novelistas, dramaturgos y periodistas que se dirigen al gran público.
Ya en la Edad Media los trovadores intentaron crear una lengua poética, como Marcabrú y Daniel, por ejemplo. por el uso que hicieron de esas parcelas de escritura tantísimos. Ese deseo ha estado vivo siempre en el ánimo de todos los poetas que un día se sintieron hastiados de la poesía recibida y ya desgastada otros colegas adocenados en las antologías -incluso en las de prestigio-, y que queda, por lo visto, como patrimonio de estilo para poetas rezagados y gustosos por lo arcaizante, sobre todo en rincones de tertulias de provincia, sin que ello implique demérito alguno.
Si tuviésemos que señalar a poetas españoles de nuestra época como nobles aventureros de la búsqueda expresiva, nos acordaríamos de Neruda, Lorca y Miguel Hernández y de un poema de Vicente Aleixandre de su libro La destrucción o el amor, en concreto "Se querían", muestra de un hallazgo paradigmático del anhelo del 27 por seguir las pautas juanramonianas de esa época que arranca de Diario de un poeta recién casado, primer intento de despegue de la deuda con los modernistas del vate onubense. Juan Ramón vivió obsesionado por "crear", si no un lenguaje poético, sí un mundo de belleza trasmitida con un lenguaje exento de contaminaciones realistas, y que culminó en tres obras cimeras: La estación total, Dios deseado y deseante y Espacio.
Recientemente, los poetas llamados de "la experiencia" han vuelto a mimar los sentimientos demasiado humanos para así expresarlos en una cobertura lingüística que no puede eludir vocablos de cada día como "amor", "dolor", "emoción", "esperanzas", "corazón", "la vida", "paz", etc. Porque no es posible darle la espalda a los valores vitales en los que estamos entretejidos como individuos sociales. Ahora bien, el genio está en saber cómo revelar nuestros contenidos humanos sin caer en la servidumbre de lo tópico y manoseado y, por lo contrario, atraer y, como decía Menéndez Pelayo de san Juan de la Cruz :" Por aquí pasó el espíritu de Dios hermoseándolo todo", los lectores un poco avezados a la poesía digan: "Por aquí pasó el espíritu de la superación dignificando el lenguaje que empleamos todos los días".
Tomado de Arena y CaL Revista Literaria Divulgativa número 117
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