Manuel Avezuela Calleja
nació en San Fernando (Cádiz), España, en 1926 y reside actualmente en Madrid, después de muchos años de estancia en Nueva York.
He aquí las reseñas a dos
libros suyos editados escritas por J. R. M.
DESDE LA HIERBA
Ediciones
Abril. Mérida (Venezuela), 1964
Hacer la
reseña de un libro que gusta es un placer inexcusable; más todavía cuando se
trata de un autor a quien se conoce y cuya humanidad ya es un aval valioso para
creer en el contenido del libro en cuestión. Ahora bien, si además el autor es
isleño y sentimos por ello la connotación de su obra, el entusiasmo del reseñista
se crece y es entonces
agradecimiento y gratitud, más que oficio y colaboración.
Desde la hierba es un libro
de poemas editado en las Ediciones Abril de Caracas (Venezuela) hace casi
treinta años. Su autor: un isleño llamado Manuel Avezuela, nacido en 1926, que
vivió de niño en Ia calle general Valdés y que hoy reside en Nueva York, disfrutando
una jubilación ~que en ocasiones alterna con Madrid y La Isla de San Fernando.
Recuerdo que en 1964, una tarde de primavera o verano, en el patio de
los Hermanitos Real, José Luis Tejada presentó este libro, recuperado hoy de
entre tantos otros libros que duermen su glorioso sueño de enmohecida y ya
humienta gloria.
El libro es breve, como casi
todos los libros de poesía, 53 páginas, pero jugoso. Nos ofrece tres partes
bien diferenciadas. En la primera "Madrugada interior" se abre con una
dedicatoria a su padre en el gesto conmemorador de partir el pan en la mesa.
Todo este apartado está transido de humildad, de visión contemplativa de la
vida con Dios al fondo, nunca exaltado, pero siempre aludido: “Amanece, y ya
esperas,/ callado siempre, serenamente / ingrávido y de oro. / En el rocío
estás multiplicado / y entero en cada hoja, en cada / hierba que te
comulga/sobre su verde lengua diminuta”.
El agua, las salinas “Candelero de pitas/ horizonte de fuego. /
Limones en el agua / quieta de los esteros. /Y un cielo blanco y malva /
cuadriculado en ellos”, “el aire puro y el tiempo evaporado”, las vidas
pequeñísimas de los insectos, la cal, los jaramagos, el sol y las jazmines, la
campiña y las vides aparecen difuminados en su verso, en cierto modo, escueto
y sin excesos barrocos.
En la segunda sección “Seis textos españoles” el autor nos expresa su
malestar ante la influencia todopoderosa del mundo angloyanqui sobre Occidente
(recuérdese que el libro está escrito en plena guerra fría) y el atraso de
España, a su modo de ver: “Se necesita ser demasiado rostro pálido /para
creer que el mundo tiene por eje a U.S.A. /, y Europa vate sólo treinta y tantas monedas”. El dolor
del poeta sensibilizado ante las realidades que le rodean está bien reflejado
en los versos de este apartado en el que el “Llanto y elegía por un pueblo”
podría ser una buena muestra de la poesía social que por aquellos años daba sus
coletazos finales. Dios, que era un tema obsesivo en la poesia española de
aquella época, no aparece, sin embargo, aquí con los trazos convencionales de
entonces, sino que su preocupación está minimizada y embellecida en un verso
desnudo y necesario: “Señor, llorar es bueno /: se llora porque se ama /, y nos
hace profundos/el dolor que nos mata”.
Versos auténticos y sentenciosos (todo verdadero poeta es filósofo
velado, no se olvide). El sentimiento de nobleza y tolerancia ante ese tema que
irrita al poeta en ocasiones tiene, sin embargo, un predominio de lirismo
exquisito que le da tono a la totalidad del libro. Pero un lirismo fino sin
inútiles redundancias ni mimo del tópico. En “Salmo de invierno” hay una lejana
resonancia de Antonio Machado cuando Manuel Avezuela expresa su amor a
Castilla. En los alejandrinos blancos de “Entierro”, se reafirma la humildad que nos persigue a lo largo de
la obra.
La tercera sección está compuesta de “Siete sonetos del Sur”, de
factura clásica por su perfección y moderna por su flexibilidad. Sus títulos:
“Bote”, “Poda”, “Gaviota”, “Pisa”, “Atardecer en la bodega”... son bien
expresivos de su destinatario: una nostalgia que llena el corazón del poeta y
con cuyas referencias la unidad del libro queda consumada.
En cuanto al lenguaje, nos sorprende que Manuel Avezuela, alejado de
las batallas literarias a través de revistas y conventículos de café y mafias
de amiguetes bien colocados en la estrategia del mundo literario, posea un
decir decantado de filigranas de marchamo andaluz sin tópicos. Su verso fluya
imponiéndose por su sencillez al lector, tanto en los endecasílabos sobrios
como en el arte menor minucioso y delicado. Una Isla refinada y sin lugares
comunes se asoma por el trasfondo del libro, si bien con unos matices sureños
generalizadores soñados desde Hispanoamérica, que enriquecen la atmósfera
del poemario y, repito, le dan unidad entre lo que admira y lo que lamenta. Yo
diría que Desde la hierba es un
libro de poemas escritos por un andaluz en la América española desde la
que siente nostalgia por el Sur y desde donde también siente la ira de la
problemática social que le acredita como poeta y hombre de su tiempo. Una
protesta no al uso, sino elegante y al mismo tiempo humilde y bien hecho, o
sea. desde lo esencial humano, desde la misma hierba.
Un libro que pide a voces una nueva edición para que
sea conocido por los isleños. Un libro que nos quita el sinsabor producido por
tanta poesía desmañada con ínfulas de genialidad, que no es enternecedora
hierba sino orgulloso jaramago.
Jugándose la vida
Manuel Avezuela
Fundación Municipal de Cultura
de San Fernando (2004) 105 páginas
Precedido por un prólogo de quien esto suscribe, Jugándose la vida es un conjunto polimétrico de poemas que el autor desenvuelve con un estilo dentro de un realismo mitigado por una sensibilidad luminosa en la que los pormenores biográficos quedan veteados por un fino lirismo.
Dividido en cinco partes: “Juego limpio”, “Juego peligroso”, “Juegos arriesgados”, “Juegos de vida o muerte”, “Viaje de ida...” y “...Y vuelta”, no tiene por qué constituir un poemario coherente en sus partes. En poesía siempre cabe la sorpresa, incluso la contradicción entre sus miembros constitutivos.
En el caso de Manuel Avezuela, como ya comentamos en su libro anterior Desde la hierba, el verso discurre sin inquietudes que lleguen a la zozobra, aunque se trate de un verso que circula por los corredores de la poesía social. El entorno del poeta está como amansado por las aguas de un mar tranquilo: “El mar se pone dulce de naranjas partidas / y la playa es un largo beso crepuscular / mientras el tren recorre la cintura delgada / de la bahía / a cuyo pie la oscura silueta de la ciudad / destaca sobre la gran última página cárdena de la tarde”.
La actitud del poeta es contemplativa en algunos casos como ése, pero ello no impide que en otros momentos exclame: “¡Quiero cantar el poema sangrante / de un pueblo que se ríe de pena y llora de alegría / incomprendido y hecho monumental clown de un circo / por una población insensata de más de treinta millones de celtíberos”. Versos libres entreverados como signo de protesta ante ciertos hechos.
Manuel Avezuela
Fundación Municipal de Cultura
de San Fernando (2004) 105 páginas
Precedido por un prólogo de quien esto suscribe, Jugándose la vida es un conjunto polimétrico de poemas que el autor desenvuelve con un estilo dentro de un realismo mitigado por una sensibilidad luminosa en la que los pormenores biográficos quedan veteados por un fino lirismo.
Dividido en cinco partes: “Juego limpio”, “Juego peligroso”, “Juegos arriesgados”, “Juegos de vida o muerte”, “Viaje de ida...” y “...Y vuelta”, no tiene por qué constituir un poemario coherente en sus partes. En poesía siempre cabe la sorpresa, incluso la contradicción entre sus miembros constitutivos.
En el caso de Manuel Avezuela, como ya comentamos en su libro anterior Desde la hierba, el verso discurre sin inquietudes que lleguen a la zozobra, aunque se trate de un verso que circula por los corredores de la poesía social. El entorno del poeta está como amansado por las aguas de un mar tranquilo: “El mar se pone dulce de naranjas partidas / y la playa es un largo beso crepuscular / mientras el tren recorre la cintura delgada / de la bahía / a cuyo pie la oscura silueta de la ciudad / destaca sobre la gran última página cárdena de la tarde”.
La actitud del poeta es contemplativa en algunos casos como ése, pero ello no impide que en otros momentos exclame: “¡Quiero cantar el poema sangrante / de un pueblo que se ríe de pena y llora de alegría / incomprendido y hecho monumental clown de un circo / por una población insensata de más de treinta millones de celtíberos”. Versos libres entreverados como signo de protesta ante ciertos hechos.
El
poeta tiene también palabras de elogio para las tierras hospitalarias como
Caracas, con un nombre de amigo: Luis Pastori y un poema en inglés: ”American
Bach-Yard”.
A pesar de la lejanía, está presente la nostalgia con el mar del fondo, el mar de la bahía gaditana: “El mar de plata / en esta tarde clara / y el sol limón dormido / sobre el agua y el cielo azul / con sus ovejas blancas...”
Manuel Avezuela aparta la mirada de los deleites descriptivos que le dan serenidad y escucha la voz de dentro como todo poeta auténtico que no se queda en la superficie resplandeciente de las impresiones sensoriales: “Descanse en paz la libertad / a que hemos nacido / los hijos del miedo... / Que nos den a morder un pañuelo / para que podamos ahogar el grito, / la necesidad, la urgencia/ de la palabra noble / que dejó huérfanas familias / enteras de palabras / como justicia, campo, economía.”
Cuando el nervio lírico lo requiere, Avezuela rompe el esquema métrico y no tiene preocupación por el estilo, entendiendo por esto una búsqueda de expresiones inusitadas y sorprendentes.
Este segundo libro del poeta isleño Manuel Avezuela nacido en 1926 y residente en Nueva York, aunque con frecuentes venidas a la Península, nos da una visión más amplia de su temática poética, hasta el punto de pasar de una poesía intimista y paisajística a otra que se hace eco de motivaciones sociales, pero en ambos casos sin perder el norte de la autenticidad.
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