A partir
de las vanguardias, de Vixtor Shlovski, de Roman Jakobson y Eugenio Montale, entre otros reivindicadores de la
función poética, escribir poesía se ha
puesto difícil para quienes no aceptan el reto y ponen todo su empeño poético
en el mensaje, olvidando que, como otros
menesteres de la vida cultural, la poesía también tiene “su ciencia”, “su aquel”
que la diferencia de otros géneros. Así
lo entiendo sin ninguna pretensión. Que cada cual lo piense o lo interprete
como quiera, incluso que escriba creyendo que escribir poesía es ir poniendo
versos —o renglones— sin tener para nada en cuenta a los que han estudiado profundamente
la poesía y postulan sus juicios analíticos. Sin embargo, a nadie se le ocurre componer música sin
saber solfeo, ni pintar sin haber aprendido los más mínimos rudimentos de la
técnica pictórica. Cuando oímos una música desafinada o vemos un cuadro con
chafarriones expresamos nuestro parecer negativo, pero ante un poema escrito a
la pata la llana callamos y lo aceptamos como bueno. La poesía es la hermana pobre de las artes, ya
que se puede escribir lo que se quiera sin conocer para nada la composición
literaria: ritmo, figuras literarias, decoro y estructura de lo que se escribe.
Eso es lo que se suele hacer generalmente.
Ahora
bien, quien tenga aspiraciones a perfeccionar su escritura, es seguro que irá
más allá de las alegrías primarias en las que se estacionan quienes carecen de esos anhelos de ennoblecer
lo que vierte en la página.
Así pues,
para quienes manifiestan interés por hacer las cosas bien hechas, está la
preparación. Cuando los interesados pisan los umbrales de esta parcela de la Literatura, se dan
cuenta de que el idiolecto poético es muy serio y exige cada vez más
originalidad, y que escribir con lastre y sin idea del ritmo es fácil y
tentador. Por tanto, quienes se toman en serio el poema, buscan la manera de convencer
aportando lo que puede a las dos condiciones básicas del poema: lenguaje sin deudas
al pasado —o las mínimas— y ese ritmo —más o menos flexible— ya mencionado para
separar el verso de la prosa, sin cuya diferencia no se escribe ni en verso ni
en prosa, a decir verdad.
Lo que yo
expreso es una opinión y nunca un intento de adoctrinar. Es la experiencia la
que habla con la mejor de las intenciones. Aun así, después de las vanguardias,
que hicieron real la libertad que abanderaron los escritores románticos, cada
uno ahonde en sí y escriba lo que su musa le dicte.
PLéYADE, REVISTA POÉTICA DE LA TERTULIA RÍO ARILLO DE LETRAS Y ARTES, número 16
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