Acto
literario de la Real
Academia San Romualdo en el Museo Municipal. San
Fernando-Cádiz-, 2006
El autor de esta Poética recuerda que en 1974 la colección de poesía Ángaro
editó una Antología poética del Grupo Ángaro en la que fue incluido y
para la que escribió una Poética. También en 1978 apareció otra Poética en la Antología
consultada de la nueva poesía andaluza (1963-1978), publicada en la
colección Aldebarán por Manuel Urbano.
Advierte, por tanto, que ambas Poéticas quedan en estado larvario
de la que aparece a continuación.
I
Entrar en
definir la poesía no es tarea fácil ni recomendable. Es algo así como encontrar
la famosa aguja en el pajar. Siglos llevamos tratando de acercarnos a la
esencia de la poesía, desde el griego del siglo VI antes de Cristo Simónides de
Ceos hasta las últimas sugerencias de algunos poetas que no permiten que su
intención sobrepase los límites de la teoría para no pecar de atrevidos.
En efecto,
en Horacio podemos leer “ut pictura poesis”. Con la misma idea se anticipó
Simónides: “la pintura es una poesía muda y la poesía, una pintura parlante”.
Esa misma idea va a reproducir luego Plutarco y más adelante, Leonardo da Vinci
en frase aproximada. Ahora bien, esto es reducir la función poética a una
dimensión solamente: la del papel sensorial de la palabra. Ésta fue la
propuesta del ruso Potebnia en el siglo XIX. El ultraísmo magnificó la metáfora
como caballo de batalla del poema. Las vanguardias se afanaron por destacar esa
misma figura como indispensable recurso. Ya, en nuestros tiempos, acordémonos
de aquel título de Luis Rosales Pintura escrita. Evidentemente, la
poesía no puede ser solo pintura sino concepto también. Para ello tenemos que
llegar a Dámaso Alonso, que establece una equilibrio entre significado y
significante.
Pero
ahondemos en la definición y aventurémonos con una teoría para tranquilizar la
inquietud de los buscadores infatigables.
Ante el intento
de convertir los conceptos en imágenes o no, la poesía es una avanzada del
lenguaje literario y a ella le está reservada la famosa función poética
–recuérdese a Roman Jakobson-, que consiste en la deconstrucción del lenguaje
de la poesía tradicional con sus lastres inveterados, carriles
lingüístico-mentales fáciles para encauzar por ellos las frases hechas que
constan en el acervo léxico del poeta nada autoexigente.
Pues bien,
aparte del auxilio estético que representan la metáfora, el símil y la
sinestesia, el estilista ruso Vixtor Shklovski, en su opúsculo El arte como
artificio, nos dejó un aviso que no se ha de olvidar.
Decía que
el extrañamiento nos permite percibir de forma desautomatizada y remozada lo
que está automatizado y redicho ya por el hábito inconsciente de los que
escriben y no sienten el lenguaje como creación propia, sino como un
instrumento de pensar y pegar en el papel. Sólo el poeta creador siente el
lenguaje como nacido de su anhelo y lo selecciona aunando en un conjunto de
palabras aquellas que le revelan una singularidad que le presenta el verso como
nuevo y levigado de la ganga repetitiva de los demás poetas. Esa
desautomatización es un reto para que el vate afortunado se haga artífice de
secuencias sintáctico-semánticas que logren un lenguaje sorprendente, como dijo
el músico Vivaldi: “Reformar y sorprender”. Oigamos, lo que dice Goethe: “Todas
las cosas ya han sido dichas. Lo que conviene, para el poeta, es repetirlas de
otro modo”. Ahora pongamos oído a Oscar Wide: “El placer superior en
literatura es realizar lo que no existe”. Por fin, no olvidemos a
nuestro Picasso: “Yo hago lo imposible, porque lo posible lo hace cualquiera”.
Para otro artículo dejaremos aquello de Antonio Machado de “la palabra en el
tiempo”, verso que no deja de ser un poco discutible.
I I
Cuántos
poetas conscientes de su quehacer literario se han planteado lo que podría
significar estos versos de Antonio Machado:
Ni mármol
duro y eterno,
ni música ni pintura,
sino palabra en el tiempo.
ni música ni pintura,
sino palabra en el tiempo.
Hemos de
suponer que la palabra en el tiempo es la palabra que se dice “a tiempo” y no
fuera de su época, porque lo inevitable, aunque no lo acepten los poetas
anquilosados, es que los modernistas no escribían como los poetas realistas, ni
los de la llamada generación del 27 lo hicieron como Rubén Darío y sus
seguidores.
La
explicación está clara: una generación nace de otra por oposición y porque ha
habido poetas que han madurado un determinado registro generacional y lo han
presentado como un nuevo estilo de expresar sus ideas. El Renacimiento fue un
logro estilístico que evolucionó hacia el Barroco, ya lo sabemos, lo mismo
podríamos decir del Modernismo con respecto al Romanticismo (sin olvidar la
influencia del simbolismo francés).
Sabemos,
por otra parte, que los vanguardistas, por propia espontaneidad, tuvieron muy
en cuenta los dos primeros versos de los tres citados, pero no coinciden con
los otros versos que siguen de Machado:
Canto y cuento es la poesía.
Se canta una viva historia,
contando su melodía.
Evidentemente,
los vanguardistas rehuían la historia, el contenido, lo que llamaría Dámaso
Alonso el significado. Entonces, ¿dónde buscaríamos esa palabra en el tiempo
que auguraba o propugnaba el poeta sevillano?
Uno de los
inconvenientes con los que tropieza todo poeta es el adjetivo. Acordémonos de
lo que dijo el poeta chileno Vicente Huidobro: “El adjetivo, cuando no da vida,
mata”. Esa preocupación ya había hecho decir a Juan Ramón Jiménez: “No la
toques ya más que así es la rosa”.
Por eso mismo, la
palabra en el tiempo no tiene sólo una exigencia histórica como hace Machado en
Campos de Castilla (1912), donde el verso se hace responsable de la
temporalidad en la que vive el poeta, lo mismo que hizo con sus Soledades
(1907), mesurada estilización del modernismo fuera de los faustos verbales de
otros poetas, como Villaespesa y Rueda, que aún eran fieles a las fórmulas
escolásticas del movimiento que Manuel Machado daba por finiquitado en 1910.
Entiendo yo
que la palabra en el tiempo es que el poeta no vuelve la espalda a lo que le
pide su época y cumple con ella. ¿No hicieron esto los poetas de la segunda
generación de postguerra? Los más representativos de esta hornada, los poetas
del realismo crítico, fueron sensibilidades atentas al fluir de los
acontecimientos históricos y no retrocedieron al pasado sino que procuraron que
la poesía fuese, si no un acta notarial, sí un espejo a lo largo de un tiempo
que pedía a voces la palabra justa y necesaria como sonido de la libertad. Con
ello se cumpliría: «La poesía es —decía Mairena— el diálogo del hombre, de un
hombre con su tiempo…”
Aparte de
los poemas torrenciales en verso libre o no como cataratas líricas salpicadas
de imágenes visionarias, como las llama Carlos Bousoño, de poemas más o menos
culturalistas o de fingidas evocaciones, la palabra en el tiempo, creo yo, que
no es rigurosamente lo que escribiera Machado en esa época que él padeció y
cantó, trasladándolo a nuestra época en que se editan tantos poemarios
sin estructura rítmica como una bacanal del verso libre, sino que, entre tanto
aluvión poético, hay que distinguir “entre las voces, una”; o sea, la
autenticidad, que hoy es presentar el verso como si fuera su lectura nueva a
los ojos del lector; como diría Vixtor Shklovski —repito—: "Crear
la visión, no el reconocimniento", y que coincide con
Aristóteles cuando escribe:“Dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el
copiar su apariencia”; en suma: un rejuvenecimiento del lenguaje poético frente
al registro manido y oxidado. Muchos poetas actuales se quieren librar de la
forma, pero no saben librarse del lenguaje literario heredado, a cuyo registro
no aportan rasgo alguno de creatividad. También escribió Machado: “Verso libre,
verso libre…/ Líbrate, mejor, del verso/ cuando te esclavice”.
La
esclavitud lo mismo la da el verso clásico a ultranza falto de frescura lírica
como el renglón anárquico con prensiones geniales.
Es un reto
a la originalidad, Tal vez eso sea hoy la palabra en el tiempo.
I I I
Pero
insistamos en el tema porque es de rigurosa actualidad.
Es un error creer
que porque se escribe en verso libre, se está escribiendo poesía moderna y, con
ello, el poeta en cuestión se distancia de una poesía desgastada. No deja de
ser una actitud ingenua, pero que satisface a los lectores que se piensan
inquilinos de una modernidad iconoclasta todavía, como en los tiempos
tormentosos de las vanguardias, en especial en la vorágine destructora del
dadaísmo. Si a ese verso libre sin ritmo (sin embargo, aceptemos de buen grado
la tesis del ritmo interno) le añadimos un anhelo de crear y su resultado
semántico es ininteligible, como un quiero y no puedo estilístico, entonces
tenemos la “poesía que se lleva”, en la creencia de quien la escribe y de
quienes lo certifican como tal, que se adelanta como si propugnase una gesta
innovadora.
Hay que
afirmar acerca del verso libre lo siguiente. Pongamos el ejemplo del
trapecista. Le es fácil a éste trabajar con la red abajo para más seguridad. Lo
difícil y arriesgado es trabajar sin red. Pues bien, el verso métrico con su
marchamo de tradición, es la red con la que se escriben cuartetos,
serventesios, sonetos o romances que salvan la reputación del poeta y avalan su
maestría, si evita caer en expresiones trasnochadas.
Quien escribe en
verso libre tiene el riesgo que estoy exponiendo aquí; o sea, que el texto
escrito acabe siendo un disparatario ininteligible o con ínfulas de “poesía
escrita para pocos”, dicho irónicamente con expresión de Góngora. Cuando un
poema en verso libre sale admirable, entonces tenemos un poema que no se apoya
en el cómputo de sílabas ni en la rima; es decir, que vale por sí mismo: es el
trapecista que ha llevado a cabo una actuación aplaudida con entusiasmo,
debido, además, a que ha trabajado sin red: sin la métrica, que da siempre
respetabilidad.
No sé si
ésta sería la prevención de Antonio Machado ante el verso libre, que
señalábamos en el otro artículo. Posiblemente mi argumentación esté cerca de lo
que pensaba el poeta de Campos de Castilla, pero mi lema ante el
prejuicio de la tradición formal es la del músico veneciano antes citado. Quien
lo consiga, ha renovado la poesía (no se la han inventado, como piensan muchos
versolibristas, tal vez con buena voluntad).
Teniendo en
cuenta esa ”visión” —poesía creativa— y no “reconocimiento”—poesía lastrada—,
como quería Shklovski, me acuerdo de dos poemas que pueden figurar como
modelos, uno de verso libre (“Se querían”, de Vicente Aleixandre), y “Eterna
sombra” de Miguel Hernández, como poesía métrica que cumple con el lema de
“sorprender y reformar”. Con ello insisto en crear, no repetir sintagmas que ya
están lexicalizados en el baúl del sistema de la Lengua. “lo demás—como
escribió Verlaine—es literatura”.
Pero que
cada cual escriba lo que pueda sin olvidar un mínimo de dignidad literaria tanto
en el verso libre como en el verso encorsetado en la métrica.
Ahora bien, en la mente del lector siempre estarà la poesía asociada al ritmo y a la emoción de un lenguaje creativo.
Ahora bien, en la mente del lector siempre estarà la poesía asociada al ritmo y a la emoción de un lenguaje creativo.
Este
artículo, como todos los que figuran en este blog, pueden leerse también en la
web Arena y Cal. También han sido editados en varios cuadernos de artículos
literarios.
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