Estas
líneas no son un alegato para retrotraerse al modernismo ni al romanticismo. Ni
tampoco es una invitación para sobrevolar por los mapas de una realidad dura
que no permite escapar por la escalera de incendios. Por supuesto, que tampoco
es una técnica verbalista para que se maquille la cara de una sociedad que vive
en el estrépito de la prisa y el consumismo.
Si nos
acercamos al espíritu que alienta a la poesía, nos daremos cuenta de que
ninguno de esos anteriores estímulos o presiones, según se mire, juegan un
papel importante en el hecho de poetizar la vida.
La
verdadera poesía entraña un espíritu que supera experiencias crueles o
desagradables. Parece que es una llamada desde ciertas instancias para quien es
capaz de semejante aventura, observe y seleccione fragmentos de un panorama
social, como si con ello salvase elementos de la vida que merecen ser salvados
del naufragio cotidiano de desencantos y sufrimientos.
Naturalmente
que la poesía verdadera, la que es como un rostro que sonríe cuando debería
llorar, se puede confundir con la poesía que se disfraza de tópicos y modas al
día, pero, a la larga, sus lecturas son muy distintas.
Hay en la
poesía auténtica una constante de amor a la vida a pesar de sus descalabros. Yo
diría que es como un enfermo que nunca llega a morir y se repone echándose de
la cama a la calle para cantar la lluvia que cae o el sol que ilumina.
Decíamos
que la poesía debe ser clara como un arroyo transparente, y esa claridad se la
tiene que dar la autenticidad de quien la escribe.
Podríamos
considerar que la poesía es un misterio como decía Federico García Lorca: "Solo
el misterio nos hace vivir. Solo el misterio", pero esta afirmación pone
al poeta en una posición muy de espaldas
a la realidad con su bagaje de alegría y tristeza, pasado y futuro… El poeta no
es descifrador de enigmas, creo yo. Más bien asume la condición humana como una necesidad de ahondar en su
sensibilidad, su capacidad de interpretar el fenómeno humano. A esta ponencia
nos ayuda un verso de Armando Buscarini.”Los hombres de alma ruin que nunca
sueñan”. Así define este poeta al hombre que es víctima de la alienación de las
consignas que la sociedad occidental les impone a los individuos para
sobrevivir. La ruindad hay que traducirla, creo, como incapacidad de liberarse
de esas cadenas de las que se deshace el poeta que tiene una visión superior de
la vida, una voluntad que lo protege de acechanzas de las esclavitudes de
la modernidad.
¿Es esto evasión? Recordemos la película de
este nombre. Una evasión inteligente. El verdadero poeta oye una música callada
que lo distrae del ruido del día a día de la lucha por la vida. Oigamos a
Rabindranath Tagore: "La poesía es el eco de la melodía del universo en
el corazón de los humanos".
Pero es el poeta quien la escucha, como dice Novalis: “Cuando un poeta canta estamos en sus manos: él es el que sabe despertar en nosotros aquellas fuerzas secretas; sus palabras nos descubren un mundo maravilloso que antes no conocíamos”.
Pero es el poeta quien la escucha, como dice Novalis: “Cuando un poeta canta estamos en sus manos: él es el que sabe despertar en nosotros aquellas fuerzas secretas; sus palabras nos descubren un mundo maravilloso que antes no conocíamos”.
¿O LA METÁFORA O NADA?
Por lo de
aquello de “O César o nada” se me ocurre pensar que los vanguardistas refrescaron
la poesía allá por los años veinte y, si no, véase el elenco de la llamada
Generación del 27, muy especialmente Federico García Lorca, que hizo de la metáfora
un brillante comodín para un discurso poético muy alejado de la escritura que
hicieron otros poetas anteriores a él y también contemporáneos.
Por otro
lado, recuérdense el ultraísmo de Borges y la asombrosa capacidad de excavación
en la mina de ese tropo en Neruda.
Me pregunto
si el poeta granadino leyó al formalista Vixtor Shklovski, el estilista que
superó el texto como comunicación solamente y lo elevó a categoría de obra de arte de la lengua con la diferencia
del reconocimiento y la visión de la palabra en el texto, así como Jakobson completaba la novedad de renovación literaria
con la función poética del lenguaje.
Sin
embargo, el mismo Shklovski reconoció, en contra de su compatriota Potebnia,
que la metáfora no podía ser el cien por cien del texto sino que era un
ingrediente valiosísimo pero como colaborador del tema, ayudando a la comunicación
a presentar la obra literaria como un proceso del conocimiento. Lo mismo que en
la edad media la filosofía era ancilla,
sierva, de la teología, así ha de ser la metáfora del texto.
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