Puede que el título de este artículo pueda parecer pedantesco al lector,
pero si lee detenidamente y con paciencia se percatará de que ciencia y
cultura tienen en nuestro sociedad un peso creciente. Además, ese peso
determinará las formas de vida de una sociedad en continua
transformación. Decir que la cultura es un signo del mañana puede sonar a broma. ¿Es que
antes no había cultura?
¿Es que la ciencia acaba de nacer? La cultura
acompaña al hombre desde ha
ce milenios, es cierto. La ciencia, que tuvo un
gran avance en la época helenística, se difuminó y perdió después de las
invasiones. Fue recuperada por los árabes, volvió a renacer, aunque
rudimentariamente, en el Renacimiento. A partir de la Ilustración tomó
más conciencia de su importancia y después, en la era de la
industrialización, halló como una especie de rampa hacia nuestros días.
Por ello ha dejado de ser una "compañera de viaje" de la cultura
en los programas pedagógicos tradicionales Los descubrimientos científicos
determinan las interpretaciones que los historiadores, arqueólogos y
filólogos dan acerca de fenómenos que siglos antes éstos daban desde otros
enfoques, a su vez influidos por creencias y otros presupuestos que el
paso del tiempo hmodificado a regañadientes del Humanismo.
¿Qué ocurre? Que la ciencia somete a examen todo cuanto toca. Que la
ciencia convierte en hipótesis un asunto, con el fin de pasarlo por el
laboratorio. No se puede formular un principio o bien no se puede establecer
una certeza si primeramente no se ha estudiado su correspondencia con la
realidad. Sin querer, el hombre de la calle se vuelve desconfiado con todo
lo que no comprueba. Las ventajas que la ciencia y la técnica han
introducido en la vivienda y en todo el marco del mundo contemporánea ha
hecho que la sociedad occidental tenga una fe ciega en todo aquello que
simplifica su esfuerzo y mejora su sistema de su vida. Si en el mundo
antiguo las religiones para las grandes masas y la filosofía para los grupos
reducidos eran protagonistas de la historia de cada día, en el mundo
actual es la ciencia y la cultura, hija suya, son las que rigen casi todos
los momentos de nuestro cronometrado existir. Si, como se dice, la ciencia tiene horizontes amplísimos, el hombre
occidental vive a la expectativa de nuevos descubrimientos; de ahí la
importancia que ha tomado la literatura de ciencia-ficción, así como el
sentido de lo contemporáneo como punto de partida de mañanas venideros.
Por poner un ejemplo, observemos los cánones literarios, artísticos y
filosóficos actuales. A nadie se le ocurre mirar hacia el pasado para
buscar modelos. A los clásicos se les estudia como historia, como técnica
ya diseccionada, nunca como nuevo paradigma a seguir de cerca. ¿Ha muerto
el pasado? En muchas cosas, sí. Pero quedan en pie cuestiones que la Ciencia -con
mayúscula- todavía no puede escudriñar y desmitificar. Lo cierto es que
hay, sobre todo en los jóvenes, un deseo rabioso de modernidad, de romper
amarras con el pasado (que nos puede enseñar muchas cosas todavía), de
aceptar propuestas de novedades cualesquiera que sean esos espejismos.
Pero esta es la hora en la que estamos y no otra. No se puede ir a contra
corriente. Le estamos agradecidos a la ciencia por sus muchos adelantos
aportados a nuestra necesidad de subsistir más dignamente, pero eso no es
un soborno para que toda la cultura dependa de su pragmatismo, casi
siempre materializante. Y en algunas ocasiones, embrutecedor.
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