viernes, 9 de agosto de 2019

APRENDER, RENOVARSE...





A partir de las vanguardias, y en nuestro caso después de la generación del 27 y la publicación de Hijos de la ira de Dámaso Alonso, escribir poesía se ha convertido, no en un arte que se pone al día por exigencias de la renovación, sino una actividad hija del ocio sin previa preparación, un estampar las primeras impresiones sin tener en cuenta la composición literaria.

Personalmente (y perdón por el protagonismo) me pareció maravilloso en la edad de la iniciación literaria conocer lo que era un romance, una quintilla, un soneto; o bien, escribir versos blancos, endecasílabos en concreto.

Fue un desafío que asumí y cuya batalla día a día me entusiasmaba. Vencí la desidia porque era tan fácil escribir lo primero que se me ocurriese y vivir de esa satisfacción primaria…

Quien no se autoexige y se ilusiona con hacerlo cada vez mejor, acaba aburriéndose. El reto es entretenido y nos proporciona una estima cada vez mayor de lo que hacemos venciendo dificultades.

Por supuesto que no accedí a entrar en ese espacio tentador y cerré la puerta a la tentación. Surgieron los primeros versos obedientes a la preceptiva literaria y así comprendí que todo tiene un oficio: pintura, escultura, música…, requieren el aprendizaje de unos principios, tal vez duros en sus comienzos, pero después gratificadores.  

Surgió la devoción por los maestros clásicos y contemporáneos: desde Garcilaso hasta los poetas de la segunda generación de posguerra hay un camino que, si se recorre con ganas de aprender y admirar, nos lleva a ese hermoso “menester poético” que nos vincula de por vida a la Poesía, por seleccionar un parcela de la Literatura. Sin embargo, a pesar de este aprendizaje, no podemos quedarnos en una poesía de la "nueva experiencia" escrita con un lenguaje sin inquietudes y abandonada a la tradición lógica-semántica (dicho de otra manera: la poesía desgastada y atenta solamente al contenido) sino que ha de atreverse a asumir la función poética, a crear sin resignarse al discurso poético, correcto pero falto de emoción. Combinar las ideas con las imágenes es un desafío para todo poeta que no se conforme con dejarse llevar por las aguas de un río falto de transparencia. Un río bien encauzado, o sea: ritmo peculiar del poema y sorpresa en la elocución que se autoexige. Lo demás, es repetición a pesar de los galardones y la buena crítica. 

Expongo estas líneas con mis mejores intenciones sin menosprecio de quien escriba como le parezca. 



  CITAS SOBRE EL ESTILO


Véanse en estas citas como argumentos a favor de la poesía que defiende la superación de los lastres del pasado (que no está en prescindir del verso medido ni recurrir a expresiones delirantes como imágenes irracionales con ínfulas de genialidad).



Dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia.
                                                              Aristóteles


Lo importante no es hacer cosas nuevas sino hacerlas como si nunca nadie las hubiera hecho antes.
                                                          Goethe
                                                                

Sólo hay poesía en el deseo de lo imposible y el dolor de lo irreparable.    
                                            Leconte de Lisle

El placer superior en literatura es realizar lo que no existe.

                                             Oscar Wilde

El arte busca lo insólito, lo que rompe la costumbre, por eso
es incómodo. 


La poesía no es, ni puede ser, una ocupación habitual
(OC, VI, 249).
                                           Ortega y Gasset

                                                    

Yo hago lo imposible, porque lo posible lo hace cualquiera.

                                               Picasso


 En arte no es suficiente la sinceridad.

                        Homo Sum (Frases, Austral, 319)


 La primera condición de la poesía es que sea sorprendente. 

                                     Jean Carlos Duque Franco


La metáfora pone un sello de eternidad al estilo.
                                         
                                              Marcel Proust






                       

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