Vixtor Shklovski
POESÍA LITERARIA Y POESÍA LÍRICA
Un lector avieso pensará que hemos
hablado mucho de estilo, de recursos para que la poesía no envejezca; hemos
hablado también de referencia continúa a teóricos que defendían la necesidad de
que la poesía no quedara anclada en frases hechas y textos trasnochados que son
la delicia de los poetas primerizos, Incluso de poetas que siguen toda su vida
encauzando el agua de su inspiración por esos cauces oxidados, agua espesa y
turbia de un neo-romanticismo viejo.
En efecto, hemos insistido en la
posibilidad de que el poeta tenga una sensibilidad para con el lenguaje, además
de los argumentos que esboce en el discurrir de sus versos, tenga conciencia de
su validez generacional y busque las combinaciones que le da el sistema de la Lengua, de manera que
sorprenda con su idiolecto poético.
Desgraciadamente son pocos los
poetas que se esfuerzan en darle al lenguaje una nuevo atractivo semántico para
que lo que diga nos parezca nuevo, si no, un poco lejano de lo que se lee
habitualmente.
Pero ¿qué va a decir? A esto
quería llegar. Se supone que la poesía está escrita con el sentimiento y/o
con la imaginación. Y hemos de preguntarnos si en ese mensaje hay
lirismo. Pero ¿qué es el lirismo? Hablamos de poesía lírica y no hemos aclarado
qué cosa sea el lirismo.
Una poesía puede llegar al extremo
jubiloso de presentar como nuevo su discurso poético, como quieren todos los
estilistas que hemos nombrado en los artículos anteriores; pero, ay, esta
poesía tan sorprendente tal vez no sea lírica; es decir, no está escrita con el
alma sino con la técnica, la técnica elogiosa del poeta que se ha despegado del
pelotón de los demás poetas que van en un grupo anónimo, valga el símil
de los ciclistas.
¿Y qué es la poesía lírica? Tratar
de definirla es como querer también definir lo que se dio en llamar “poesia
pura”.
Para poner un breve ejemplo, el
autor de estas líneas ha encontrado poesía lírica, cuando necesitaba leerla, en
algunos autores como Bécquer, muy en concreto aquella rima que me parece de un
gran poder de persuasión. Se trata de la Rima LII: “Olas gigantes que os
rompéis bramando…”.También podríamos citar “Lo fatal” de Rubén Darío; “Me sobra
el corazón” de Miguel Hernández…, por poner poemas que representan un desgarro
que la vida les ha acuchillado a nuestros poetas.
¿Quién no ha huido o va huyendo de
algunos recuerdos indeseables que lo persiguen y ensombrecen su tranquilidad?
El lirismo tiene, pues, un valor
universal. Cualquier lector de cualquier idioma haría suya esta rima si viviese
la misma experiencia que el poeta sevillano. El tono del poema sobrepasa el
estigma romántico temporal y vale para todos los tiempos.
Concluyamos. Sabemos qué es la
poesía literaria, teniendo en cuenta la renovación lingüística de la que
venimos hablando; esto es: una poesía que nos asombra por la novedad de su
estilo, sin embargo nos puede decepcionar porque no tiene alma, no está
vinculada a la vida, al sentir universal, a ser espejo en que se mire el lector
y se reconozca en él como participante de ese poema que se merece el elogio del
estilista pero no el del lector de a pie. Y es que, como dejamos entrever, el
lirismo es vida palpitante y no es ensayo de aventurismo en la expresión para
impresionar a los lectores muy literariamente cualificados o no, sino la
sacudida que la letra impresa causa en los que la leen.
Hemos aludido a la experiencia
profunda, y es que sin ella solamente se escribirían poemas de entretenimiento,
de concursos o de moda. Debajo del poeta lírico hay una persona auténtica
que sabe expresar en verso (no importa ahora la habilidad estilística) la
esencia de la vida, que es amor, que es dolor, que es misterio como un surtidor
desde las honduras del alma. La grandeza de un poema no es más que un destello
del filón de la grandeza de un alma.
POESÍA LITERARIA Y POESÍA LÍRICA
(II)
El lirismo requiere ingenuidad,
espontaneidad, musicalidad justa y exaltadora de lo profundo.
El lirismo brota de lo trágico, lo
inevitable, lo que está vivo en el alma como un paisaje que da vida o un
recuerdo que atormenta. Lo demás, es literatura, bien hecha quizá, pero no
emocionante.
Siempre tendrá actualidad aquella
frase de Leconte de Lisle que nunca será arrinconada mientras la literatura sea
Literatura: “Sólo hay poesía en el deseo de lo imposible y el dolor de lo
irreparable”.
Tiene un alma sensual, mística y
sentimental, a veces linda con el misterio. Todo menos una
adaptación a las consignas de una escuela o las influencias de la literatura
del momento, o bien con la poesía escrita al calor de influencias de poetas
traducidos que tienen una aparición novedosa en revistas especializadas.
Siempre habrá poetas mirando por
las afueras de su torre poética a ver si hay un resplandor de la moda que se
lleve y a él le venga como un sol misericordioso para el frío de su
inspiración.
La literatura es la voz a contra
pelo de la época, el altavoz de lo que atruena en el oído impersonal de las masas
lectoras. Pero no es la escritura que se vale de la ortopedia del premio
y la crítica que la echa a andar por los escaparates de las librerías de las
Ferias del Libro.
Siempre nos preguntaremos si no
será la crítica, la televisión y el cine los que imponen esta clase de
literatura a un público pasivo que no tiene iniciativa cultural. Es
escaso el público que acude a la lectura, sobre todo a la poética. ¿Se
necesita cultura, sensibilidad o simplemente curiosidad?
¿Serán ésas las causas del miedo que
se le tiene en nuestro país a los libros de poesía?
Con Shklovski tuve conciencia del
valor del lenguaje, de la funcionalidad de la palabra. Valerse del significado
para expresar, para exponer, para comunicar vivencias había sido lo que la
tradición literaria había determinado siempre con un más o menos carácter
cartesiano. Pero llegó el momento en que el lenguaje se ponía oxidado de tanto
uso repetitivo.
Urgía remozarlo con nuevas combinaciones auxiliadas con figuras que ya habían exaltado el futurismo y el ultraísmo, como la metáfora, y anteriormente, la sinestesia, que enalteciera el simbolismo francés, además con verso de Baudelaire.
En esta encrucijada de la creación, me acordé de Oscar Wilde: “El placer superior en literatura es realizar lo que no existe”. Sin embargo, hemos de asumir la casi imposibilidad de crear lo que no existe y hay que asumir el pacto entre le tema del significado y las novedades del significante, que ya había previsto el formalista ruso autor de El arte como artificio.
Teniendo en cuenta, pues, esta tregua a la inquietud creadora, aposté por una poesía en la que “todo permanece”, es decir, como decía Antonio Machado, utilizando palabras de Teresa de Jesús, la santa carmelitana, una poesía inmersa en las “mesmas aguas de la vida”. No creo que haya otros rumbos, si nos olvidamos de las incursiones en los predios lúdicos de las vanguardias.
Una poesía que se precie de moderna tiene que tener en cuenta, más por obligación que por cortesía, el esfuerzo de los vanguardistas, que despegaron el quehacer poético de la poesía redicha y falta de emoción literaria y, por supuesto, fácil en su redacción, aunque el autor la presente como una muestra de “comunicación”, ingenua en su intensión de descubrir un mediterráneo de nuevas ideas.
Una poesía moderna, repito, no puede recordar modelos del pasado, como no sea para homenajear a poetas auténticos, verdaderos “auctores”, es decir, que añadieron un nuevo rumbo a la poesía y la sacaron del “culto” al significado de la confesión intimista, la descripción neorromántica, de la “profundidad filosófica” y de los “valores humanos”.
Una poesía moderna reúne unas condiciones que conjugan tradición y vanguardia. No es una poesía que ignora el pasado como si naciera de la pretensión de un ex nihilo aventurero.
Todos los poetas deberían leer un opúsculo tan interesante como escalofriante con respecto a la función de la poesía en la modernidad. Se trata de En nuestro mundo, de Eugenio Montale. Leamos un fragmento del mencionado libro:
“¿Por qué no pintan ya los pintores la figura humana y el paisaje en el que vive el hombre? Porque tras el hombre y tras su real hábitat se halla siempre escondida la insidia de la palabra. Una obra de arte que se pueda explicar, traducir en términos de lenguaje, pertenece aún al viejo mundo, que se hacía la ilusión de explicar, de justificar, de comprender: es una obra que no se mueve, que nace vieja”.
Después de leer y reflexionar este texto, guardé muchos poemas que confiaban en su buena voluntad de comunicar ideas, sentimientos, recuerdos, esperanzas y sugerencias especulativas; incluso otros con talante virtuosista que se amparaban en su funambulismo métrico.
A esto he de añadir las lecturas
de Jakobson y Shklovski. Del primero aprendí que la literaturidad incluye el
ritmo. Una poesía que no tiene respeto al ritmo, al esquema métrico, es una
poesía que usurpa el espacio de la narrativa. Se puede hacer poesía en prosa,
pero lo que es realmente poesía tiene su habitación propia, su mobiliario
genuino y nunca ha de recurrir a ninguna de sus hermanas para apropiarse de sus
rasgos definitorios. El ritmo es imprescindible, es el carruaje donde va la
musa a su destino literario, que no es otro que el de bajarse en una estación
distinta.
DESCUBRIMIENTO DE EL ARTE COMO
ARTIFICIO
Con Shklovski tuve conciencia del valor del lenguaje, de la funcionalidad de la palabra. Valerse del significado para expresar, para exponer, para comunicar vivencias había sido lo que la tradición literaria había determinado siempre con un más o menos carácter cartesiano. Pero llegó el momento en que el lenguaje se ponía oxidado de tanto uso repetitivo.
Urgía remozarlo con nuevas combinaciones auxiliadas con figuras que ya habían exaltado el futurismo y el ultraísmo, como la metáfora, y anteriormente, la sinestesia, que enalteciera el simbolismo francés, además con verso de Baudelaire.
En esta encrucijada de la creación, me acordé de Oscar Wilde: “El placer superior en literatura es realizar lo que no existe”. Sin embargo, hemos de asumir la casi imposibilidad de crear lo que no existe y hay que asumir el pacto entre le tema del significado y las novedades del significante, que ya había previsto el formalista ruso autor de El arte como artificio.
Teniendo en cuenta, pues, esta tregua a la inquietud creadora, aposté por una poesía en la que “todo permanece”, es decir, como decía Antonio Machado, utilizando palabras de Teresa de Jesús, la santa carmelitana, una poesía inmersa en las “mesmas aguas de la vida”. No creo que haya otros rumbos, si nos olvidamos de las incursiones en los predios lúdicos de las vanguardias.
Creo que la poesía tiene que fiarse de las esencias. El poeta es y será siempre considerado por los lectores de a pie como un médium de vivencias profundas y como claves del sentir -y del intuir- humano. (Recuérdense aquellos versos de García Lorca: "Sólo el misterio nos hace vivir / sólo el misterio").
Ése es el río principal que va a la desembocadura de la posteridad; otra cosa es que a ese río vayan a parar pequeños afluentes de otras posiciones poéticas en las que estén implicados las vanguardias, el realismo, el neorromanticismo, el esteticismo, los temas de los Novísimos y la búsqueda de los Postnovísmos. Lo importante y concluyente es, por una parte, la autenticidad. Escuchemos a Nietzsche:
"De todo cuanto se ha escrito, yo sólo valoro aquello que alguien ha escrito con su sangre. Escribe con sangre y te darás cuenta de que la sangre es espíritu".
Escuchemos ahora al escritor colombiano José María Vargas Vila: “...en el poeta todo se magnifica, especialmente: el Dolor; todo Gran Poeta, es un Gran Dolor; y eso, porque sólo el Dolor nos hace grandes". Se refiere a Rubén Darío en la biografía que le dedica.
Gómez de la Serna: "El deber de lo nuevo es el principal deber de todo artista creador" .
Y por otra, presentar esa autenticidad se ha de revestir con un lenguaje ambicioso capaz de rozar el idiolecto enamorado de la función poética:
Pero, como la poesía es también arte, tenemos obligatoriamente que oír lo que dice Plutarco:
”La pintura es una poesía muda y la poesía es una pintura parlante”.
Decía Vicente Huidobro: “El reinado de la literatura terminó. El siglo veinte verá nacer el reinado de la poesía en el verdadero sentido de la palabra, es decir, en el de creación, como la llamaron los griegos, aunque jamás lograron realizar su definición”.
Dice más aún: “La primera condición del poeta es crear, la segunda crear, y la tercera crear”.
En resumen, creo honestamente que la poesía es un arte y una revelación al mismo tiempo, y esto lo digo a despecho de las vanguardias, que consideraban el arte como un juego intrascendente. Vale la fórmula, pero no pasa de ser solamente un introito a la poesía verdadera, la que le gana la batalla al tiempo y se lee después de que hayan muerto los críticos que un día enaltecieron o menospreciaron al poeta de la poesía que estamos avistando en una lontananza de futuribles literarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario