Luis García GIl
Juan Rafael Mena es un grandísimo poeta de San Fernando pero no ha formado nunca parte de eso que se llaman círculos literarios. No ha cultivado la poesía de los cenáculos que tanto rédito suele darle a más de un poeta mediocre. Nació en 1943. Mi padre, el poeta José Manuel García Gómez, lo tenía siempre en altísima consideración. Reseñó algunos de sus libros. Uno de ellos Los viejos palimpsestos del olvido lo publicó Juan Mena en 1994 el año que murió mi padre. En ese poemario aparece un poema titulado Época muy esclarecedor de esos poetas que se los llevará el viento del olvido: «El poeta ha muerto en la calle/ Palabras desusadas velan su cuerpo incivil/ Un pésame de pájaros fugaces en las aceras/ de las grandes ciudades indiferentes/ guardarán su féretro de silencio/ ya preparado para la inhumación/ definitiva/ de un olvido espeso».
La
palabra palimpsesto aparecía en un enorme poema de Juan Mena titulado El don de
la madre que formaba parte de su poemario
Libros de dones y encantamientos, publicado en la colección Adonais
en 1989 y a su vez premio Florentino Pérez- Embid. Elijo otro poema de
aquel libro, El mar cerca de casa, dedicado a la poeta jerezana Pilar Paz
Pasamar. El mar que antaño fuera muchacho fogoso y que ahora el poeta lo
contempla encanecido.
El
otro día recibí un sobre y dentro un libro de pensamientos de Juan Mena
titulado El amor y la muerte, título hustoniano que me evoca aquella extraña y
fascinante película titulada Paseos
por el amor y la muerte. «Antes de vivir deberíamos aprender a morir»
dice Juan Mena. Siempre poeta en su manera de sentenciar, de glosar el tiempo
con su mezcla de cadencia y vértigo. Vuelvo a los dones y encantamientos del
poeta de San Fernando. Y celebro que me dedique su libro como Luis García Gómez
Gil. Como ensanchándome con el nombre completo de mi padre.
Juan
Mena no está en la memoria de muchos de esos poetas gaditanos que escriben y no
tienen excesiva memoria literaria. Pero es mejor poeta que muchos de esos
poetas. En la revista Arena y Cal firma este retrato de mi padre que le
agradezco:
Conocí
a José Manuel García Gómez en su casa de la calle Cervantes, en mayo de 1966.
Yo sabía de su existencia y saber poético por medio de Diario de Cádiz, pues
por aquella época, tal vez en años anteriores, en dicho Diario figuraba los
domingos, de su autoría, una página central dedicada a un poeta, casi siempre
de la generación del 27 y también de los de la generación del cincuenta.
Yo
le llevé una cuidada libreta de mis poemas manuscritos y él se lo quedó durante
unos meses para leerlos y darme su opinión posteriormente. Para ser exacto,
también supe de él por la poeta Pilar Paz Pasamar; ella me dijo una tarde —en
la visita que le hice en su casa de la calle Brasil, por el mes de septiembre
de 1963— que era algo así como una eminencia en poesía. El poeta barbateño Paco
Malia Varo dijo de él en una de las tertulias de Pepe Segura que era “un
erudito de la poesía químicamente pura”. Así que su nombre no se me olvidó y,
como he dicho arriba, tres años después de visitar a Pilar Paz, fui a
entregarle aquellos poemas escritos a mano con tinta de corazón. Dirigió la
revista de poesía «Caleta», en la que colaboré
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