viernes, 23 de agosto de 2019

EL CARNAVAL EN LA LITERATURA






Todas las actividades de la vida humana utilizan la literatura como medio de comunicación. El amor, el trabajo, la guerra y otras motivaciones menos sociales, como son los sentimientos de cada cual, incluso ideas abstractas, encuentran en la literatura un vehículo de expresión. Y mediante la palabra escrita u oral un individuo o un grupo de individuos manifiestan preocupaciones, alegrías, tristezas, etc.


Pero a1 llegar al tema carnavalesco nos encontramos con dificultades de clasificación. Sabemos que puede que haya un origen de esta fiesta, en las dionisíacas griegas, que tienen su versión en las saturnales romanas y más concretamente en los célebres mimos. No obstante, los entendidos no se ponen de acuerdo, y ya en los tiempos modernos, lo que se llama carnaval adquiere nuevas interpretaciones.


Tenemos dos acepciones de este espectáculo. Por una parte, la concurrencia de disfraces. Cada persona se decide por un disfraz. Podemos ver el gusto y el nivel cultural del que se ha decidido por disfraz determinado, ¿se podría estudiar la psicología de la gente a juzgar por sus disfraces? Sabemos muy bien que el tema ha dado que escribir mucho a los psicólogos y las innumerables tesis sobre el disfraz y la elección que hace el individuo de su máscara hay una necesaria relación. No vamos a entrar en ello. Lo cierto es que aquí la alegría queda rubricada en la profusión de olores, los contrastes, la llamada al sensorialismo y la realidad o la apariencia de la orgía.

Una segunda acepción nos lleva a un carnaval constituido por unas actuaciones de grupos que tras un disfraz colectivo y mediante la musicalización de letras alusivas a problemas de enorme actualidad logran atraer la atención del público y con ello son considerados como un verdadero espectáculo que reúne, más o menos, las siguientes características: crítica de sucesos, representaciones sociales y políticas. sugerencias como medio alusivo, aunque a veces el tono sobrepase el buen gusto y caiga en la ramplonería, incluso se llegue a emplear palabras soeces con efecto cómico en los concurrentes, con lo cual la denuncia ya pierde talento y cede a la tentación de los fácil, por lo que cierto público rechaza esa bajada de listón que hace el grupo carnavalesco que sea en ese momento, y dando con ello carnaza a los enemigos de la fiesta. Cierta gracia, espontánea, o recurrente con el fin de captar más aún el favor y la adhesión de los oyentes, sería lo deseable.


A partir de esta noción podríamos encasillan este tipo de carnavales en un subgénero teatral, concretamente, el mimo, que es a lo que llegan los que tratan de situar esta extraña manifestación literaria oral. Pero a ello hay que añadir la picaresca de que va revestido, y esto por dos razones. La primera porque se mete en temas afines a la novelística de los pícaros, o sea criticar las estructuras sociales, y segunda porque incluye las modalidades del lenguaje popular con giros graciosos, con los que se quiere hacer perdonar su atrevimiento.

Desde el punto de vista político, ya que hoy día tiene tanto predicamento este enfoque, me parece un forma artística y con salero de fomentar la democracia en el sentido más humano y amable de la palabra, llevando el parlamento a la calle, removiendo con chispa los problemas de los ciudadanos. Exactamente como en la vida real: las verdades detrás de las máscaras. 

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