LA ISLA REDIVIVA
(ISLA DE SAN FERNANDO-CÁDIZ-)
O
RETORNOS EN LA MEMORIA
DE UNA ISLA QUE SE FUE
Cuadernos de la Tertulia Río Arillo
80
Edición
del autor. No venal y sólo para miembros
de la Tertulia Río Arillo de Letras y
Artes.
Foto
de portada:
Patio
modernista de casa isleña.
Foto
cedida por Jerónimo Prieto Pontones
Interiores:
Esquina
del Gordo.
Foto
de Pilar Barral Vila
La
calle Real hacia las Monjas vista desde la Esquina del Gordo.
Archivo
Quijano
Centro
Obrero.
Archivo
Quijano
Calle
Real hacia las Monjas desde la
Esquina del Gordo.
Archivo
Quijano
Plaza
del Carmen.
Archivo
Quijano
Barca
a medio hundir.
Cuadro
de Ángel Torres Aléu
Compuerta.
Archivo
Quijano
Ayuntamiento.
Archivo
Quijano
Tienda
de Amalia. Interior. Detalle.
Foto
de Mercedes Mena Coello
Esquina
del Gordo con tienda de ultramarinos.
Foto
de Pilar Laura Fernández Guijarro
Calle
Real. Politecnia, a la derecha.
Archivo
Quijano
Ventanas
del mercado central.
Foto
de José María Hurtado
Puerta
del mercado central, cara a la calle Lepanto.
Foto
de José María Hurtado
Araucarias
desde la plaza del Carmen.
Archivo
Quijano
Recogida
del Nazareno.
José
María Hurtado
Barbería
de Jezule (izq.) y Casa Medina (dcha.).
Antonio
Vázquez Acevedo
Cartel
de toros.
Antonio
Vázquez Acevedo
Mercado
central. Interior.
Archivo
Quijano
Patio
de las Callejuelas.
Foto
de José María Hurtado
Plaza
de la Iglesia. Años
sesenta.
Archivo
Quijano
Patio
modernista de casa isleña.
Foto
de Jerónimo Prieto Pontones
Fachada
de casa isleña (calle Real).
Foto
de Mercedes Mena Coello
Todos
estos textos están tomados de cuadernos
y
libros editados ya. Las fotos constan en el libro
editado en papel.
Junio
de 2015
ESQUINA DEL GORDO, ESQUINA…
ESQUINA DEL GORDO, ESQUINA…
Esquina del Gordo, esquina
de mi infancia y juventud,
feria del chiste y la broma
y mentidero común.
Las carteleras del cine
anunciando su debut.
El tranvía, años más tarde
lo arrincona el trolebús.
El marisco, la caballa,
la mojama, el higo —algún
pregonero buscavida—,
la media limeta, el mus,
los güichis con sus rumores,
paraíso del tahúr.
Se ve venir por las Monjas
a Mangolo, el ataúd
en la cabeza. En el barrio:
—¿Quién se habrá muerto? Inquietud
que conlleva la pregunta.
Una a una es multitud
la gente que se va yendo
al más allá, lentitud
del Tiempo que se la lleva
como vista tras un tul.
Cantiñeos por lo bajo
nimban mi memoria aún
(¡Y sabiendo que te miro
orgullosa pasas tú!).
Cada día y sus sucesos,
la madrugá de Jesús,
las saetas del Compare
y el Palma, en su plenitud
esas voces que compiten,
y el gentío, que es alud
que desde las Callejuelas
sube hasta la noche azul.
Fue la gracia y la miseria
de la posguerra al trasluz
de este recuerdo que hoy llega
a mi corazón, al sur
de mi infancia en una esquina
que fue sombra y que fue luz,
que fue pena y alegría:
la vida, que es cara y cruz.
De CANCIONERO MEMORIAL (1961-1981)
VISITAR LOS “SAGRARIOS”
Hay en la fraseología popular andaluza expresiones metafóricas
que no carecen de gracia, aunque, en
ocasiones, como en este caso, rocen la blasfemia; pero es seguro que Dios
perdonará semejantes dislates cuando son dichos sin mala facundia.
Desde niño he oído yo en la esquina del Gordo, mentidero de
mariscadores, pescadores de bajura y salineros, esa frase:
“Ya viene Joselito de visitar sus sagrarios”
Había que ser muy tonto para no entender el sentido traslaticio
de lo que se decía, y más aún si Fulanito venía describiendo sospechosos tumbos
y desgranando balbuceos ininteligibles.
Además, el que lo afirmaba no estuvo ajeno a peregrinaciones de esta mísma índole
cuyos recorridos eran habituales, empezando por la calle de Enmedio Casa Julio, el güichi de Evaristo,
subiendo la calle del Pozo el tan taurino Bar
de Maera, abarrotado de carteles y fotos de toreros; más arriba, el güichi
de Lucio y el Bar de Gabino, con el
puestecito de mariscos que ponía Manolo el gitano y, enfrente, el Café-bar El Gordo, al que venía hacia
las diez de la noche mucha gente para escuchar con café y copa los tres números
de los Ciegos, que primeramente Manolo y años después Antoñí escribían en una
pizarra apaisada.
Pero sería yo injusto si restringiese el uso de esa frase a los
parroquianos del barrio: era de general empleo, incluso entre los jóvenes.
Claro, que los recorridos de éstos eran otros.
Entre mis amigos de entonces —los permanentes y los
circunstanciales— los itinerarios empezaban en Los candiles, frente al Economato de Marina, antiguo. Allí, por
cinco reales, ponían el cata con buenos filetes de caballas.
Luego entrábamos en El
Pálido. En invierno, dentro; en verano, al fresquito, bajo los laureles de la Plaza del Rey: vino de
Collantes y suculentas almejitas nautas en su salsa colorada. Había uno en la
reunión que sentía una declarada debilidad por la ensaladilla del Bar San Diego y el vino de Vélez. Se
seguía el itinerario; dejábamos atrás Nueva
España, Bar Madrid; a veces,
entrábamos en El Palacio, luego en el
Patio Maestro Luis, con su apetitoso
bienmesabe, y, como si fuera broche final del trayecto, Los Dardanelos. En este había una tapa característica: la carne
“mechá” con su inseparable tomate y su chorrito de aceite. Le llamaban el bar
de las reverencias porque cuando se alzaba el platito para beberse el aceite,
había que encorvarse para evitar que uno se manchara la chaqueta y el pantalón.
GUÍA COMERCIAL DE SAN FERNANDO, 1992
EN LOS
PRETILES EL VERDÍN HUMEA...
En los
pretiles el verdín humea
seco ya por
el alto sol orondo.
Se ve el
pueblo entre verde, azul y blondo
desde la
vieja cal de la azotea.
Los esteros,
joyel de la marea,
las
Callejuelas, la almadraba, al fondo.
La Ardila y el Canal, lejano y hondo,
y el silbido
del tren que clamorea.
El vértigo se
para y se alucina
en la almena:
terror de la vecina
que nos grita
detrás del tendedero;
y la Calle Real debajo bulle
por la
serpiente de alquitrán que huye
en un tranvía
que renquea fiero.
UN RECUERDO DE A FINALES DE LOS AÑOS CINCUENTA
Madrugada del Viernes. Es
ya la una.
en la Esquina del Gordo. El bar.
Rumores.
Llegan
gentes de los alrededores.
Remonta San
Antonio*, ancha, la luna.
La
churrería. La candela brilla.
Todo está
listo y echa ya la masa.
Se recoge El
Silencio.
El tiempo
pasa.
Suenan
tambores por la
Escalerilla.
El Paso de
Jesús llega a la Esquina.
Detrás, la Virgen. El Compare afina
la saeta y,
con brío, enlaza El Palma.
Humo. Gentío
y entusiasmo. En breve,
el
Encuentro: emoción que se conmueve
cuando Amargura
suena y pica el alma.
*Patio de
San Antonio, hoy mercado del mismo nombre.
San Fernando Información,
Cuaresma de l993
y de Pasión que es también la tuya
(2009)
LOS CARTELES DE TOROS, EL BOTIJO..
Los carteles de toros,
el botijo,
Manolete y su mítica mortaja,
un almanaque, un jarro, una tinaja,
recortes de Belmonte y Lagartijo.
Jezule va del chiste al acertijo
mientras apura, diestro, la navaja.
Comenta: "Qué mal come el que trabaja..."
Pero pronto retoma el regocijo.
Barbería, espontáneo mentidero,
donde, en preñez, la libertad murmura
en baja voz su sueño invernadero.
Mas, después de la oculta picadura,
Jezule, con irónica premura,
ahuyenta tan incómodo avispero.
TEMPLA LA VOZ CON VINO Y
CARRASPEA...
Templa la voz con vino y carraspea,
y
anima al guitarrista con desplante,
ensaya
el tiento gutural del cante,
mientras
que el guitarrista zangarrea.
Ha
evocado a Farina y taconea
dándose
ahínco. Pasa por delante
del
güichi gente, allí toda expectante,
esperando
un cantar que no alborea.
Piden
más vino -y tapa, porque hay hambre-,
en
tanto que ahora el público es enjambre
en
el güichi, que ya se decepciona.
“Pero
era un truco -dicen los artistas-
para
vivir, y, aunque no sois turistas,
perdonad,
porque el hambre no perdona”.
AQUEL
NIÑO MIRABA LOS CARTELES...
Aquel niño miraba los carteles
de
toros con olores de bodega:
Litri,
Aparicio, Rafael Ortega,
sobre
la redondez de los toneles.
El
güichi de Maera: a sus dinteles
aquel
niño asombrado, lento, llega
y
ve a la gente que discute y juega
para
en el vino adormecer sus hieles.
Sacra
y altiva, igual que un minarete,
la
cabeza de un toro, y los retratos
junto
a los matadores de tronío,
ornados
de anecdóticos relatos,
y
un túmulo ideal de Manolete
que
llena su estupor de escalofrío.
DOMINGOS DE LA NIÑEZ
Hace no sé los años -pues
los enturbia el tiempo- yo venía a esta puerta del Teatro, a las doce más o
menos, y en medio de los infantiles rumores, los niños nos cambiábamos los
tebeos de entonces: El Guerrero en su anhelo de febril reconquista, El
Cachorro limpiando los mares de piratas, Alcázar y Pedrín, detectives
sagaces, y aquel Hombre de Piedra, o aquel Espadachín y no sé
cuántos otros, deleites semanales, héroes que alimentaban nuestra agraz
fantasía; crecidos con el pan y manteca, deudores del honrado remiendo y de la
dita, fuimos supervivientes de un naufragio de penas en un mar de miseria y de
necesidades, pero con la ilusión hirviendo en el bullicio de aquellos años
niños jugando al escondite, a pídola, a los bolis...
Aquí tal entusiasmo nos hacía entre horas
mercaderes astutos, perspicaces tratantes, pues la felicidad entonces dependía
de aquel bello negocio semanal, pintoresco, a espaldas de la rancia y austera
enciclopedia de la escuela primaria, Cara al sol y el Rosario por
la tarde los sábados ansiosos de domingo. Los tebeos llenaban de solaz y
quimeras una imaginación inquieta como el viento, el viento de levante que
anunciaba el orondo y lento velonero con su pregón metálico.
Mas, después de unos años, otra vez a la
puerta del glorioso Teatro de las Cortes, enfrente ahora de carteles que
anuncian la revista, perdida la inocencia los años soñadores de aquellas dos
películas que a las tres de la tarde levantaban la veda a la sed de aventuras:
Tarzán, Kim de la India,
los cowboys, Gary Cooper, Calabuch, Jeromín, Marcelino, Jerónimo, el pateo en
la euforia del audaz muchachito que a la heroína frágil a liberar se
lanza en trote atronador por la vieja pantalla...
Aquellos niños luego estrenaron el hombre y tuvieron
carné de dieciséis años para ver las películas de las gentes mayores...Vinieron
las mujeres de hermosura atrevida, picarón escenario de apetencias frutales, el
guiño insinuante y la equívoca letra. El corazón del niño, ya mudada la piel de
aquella adolescencia, se estiraba, crecía con el hombre en primicia, y al
entrar y salir del Teatro, es seguro que ya no se acordaba de las tres de la
tarde de domingos lejanos, ni de El Hombre de Piedra, ni de los
caramelos, ni de los altramuces y las pipas compradas al rubio del carrito, que
a la puerta del viejo Teatro se ponía.
Hoy que el tiempo ha volado como las gaviotas por
esteros y playas, contemplo entre mis manos tebeos de esos días, de aquellos
mediodías, que son más luminosos porque ya son recuerdos. Pero ¿cómo olvidar a
la ida y venida de la casa al Teatro, los bares de una calle Real en bullicio y
tapeo, las radios preparadas para cuando las cuatro Altavoz Deportivo
y el ardiente entusiasmo por aquel San Fernando ascendido a Segunda, en su
cumbre de gloria aquella delantera, la más goleadora.
Hoy que el tiempo me llega como reverdecido y con
el viejo aroma de las cosas perdidas y las caras aquellas que perdieron más
tarde sus cándidas sonrisas cuando el mundo les dio a beber su amargura,
acaricio de nuevo los tebeos y cierro los ojos y me veo con la maleta negra
asfixiada de cuentos, camino del Teatro y a lomos de una viva ilusión que
arañaba con las manos el cielo, un cielo que tenía horizontes muy claros: las
huertas, las salinas...
De Memoria reverdecida (2002)
BARRIO DE LA INFANCIA
Días de aquella
Isla de encanto provinciano, con su calle Real intacta todavía y gentes
conocidas, que no eran muchedumbres; cuatro coches, los carros con sus burros
cansinos, tropel de bicicletas a las seis de la tarde desde el Concejo, río
hasta las Callejuelas. El barrio y su sosiego. Silencio mañanero. Las calles,
su barrido y su riego moroso de vecinas tempranas, saludo y delantales,
canturreando alegres al compás de una copla de la Piquer, la Lola, el Pinto o Valderrama.
El serrucho del Mirlo cuando la amanecida -fogatas para el frío- refilando
maderas, olor a pan caliente desde el horno del Cuco (que fue banderillero de
Joselito el Gallo) a su panadería, y el humo de los churros de la esquina -mi
madre, simpatía, paciencia y heroísmo-, la máquina del café con su pito
anunciando frescor de amanecida en el Gordo o en Gabino, choque de cucharillas,
la cola ocasional por las granzas sobrantes; las recias campanadas del reloj
con cigüeñas deshojando tañidos en la paz del entorno; y la mañana, lenta,
trenzando su rutina de pregones y gente cotidiana, el barrio, sus casas
solariegas con los hierros forjados de primores barrocos, sus zaguanes de
mármol, azulejos miniados, portones señoriales, y nombres y apellidos de realce
y respeto: Ibangrandes, Togores, Almeidas y Lazagas, Don Álvaro, Monzones,
Granados o Palaus; y los patios aquellos populares, ruidosos, con sus cruces de
mayo, tiestos junto al aljibe, el ditero a la puerta voceando los nombres de
vecinas morosas aplazando la entrega; de las Monjas al Carmen con su curva y el
viejo renquear del tranvía, tintineo monótono parecido al martillo de la Hojalatería en pugna
con la sierra ahogada entre virutas de la carpintería legendaria del Muerto; y
el barbero Jezule, al ritmo sus tertulias de la limpia navaja o de la
maquinilla, poniendo una mordaza de chistes ingeniosos a la baba rebelde con su
lava política, o evocando una tarde de Rafael, gloriosa; feria la
barbería de carteles y anécdotas, igual que el parloteo en el taller
bullente de José el Zapatero, crisol de comidillas y hervidero discreto de las
nuevas del vulgo -hambre para el soborno y chantaje a la honra, el querido a
hurtadillas, la novia embarazada por aquel marinero que se fue para siempre,
querida con alhajas, marica despuntando, cautela frente al tísico que pasa como
un perro, el asistente guapo que comentan vecinas, la criada de pueblo, las
peleas de patios, estraperlo, cantiñas fragmentadas al modo de las
tonadilleras, espécimen del último varieté en el Teatro...
Alguien -niño-
contempla, acumula, condensa en sus pupilas la historia fustigada por dentro de
este drama que endulza sus costumbres con “Qué se le va a hacer” y “Dios dirá
mañana”, esbozo de sonrisas y gestos resignados de tan tristes hazañas, retiene
en su memoria imágenes y voces, los sucesos, los guiños del tiempo despiadado,
para cuando encanezca el corazón a solas y cual fruta madura la evocación le
caiga, tenga, al menos, las señas, como brasas tenaces, de un fuego que fue un
día padre de esta memoria.
De
Memoria reverdecida (2002)
ANÉCDOTAS
EN EL PATIO DE LA
CARNICERÍA
Entra
en el patio donde algún vencejo
y
golondrina ponen recias notas.
Junto
a pozo y aljibe, manirrotas
de
flores las macetas, con gracejo.
Ecos
aún frescos oye de un festejo:
bautizos,
bodas, cruz de mayo, gotas
de
vino y de guitarra, y las chacotas
y
las historias de un vecino viejo.
También
los malos tiempos con sus dientes
hambrientos
devorando el alborozo
miserable
del ir tirando apenas.
Anécdotas
de barrio de estas gentes
y
el ditero que pone sobre el pozo
el
bazar que distrae tantas penas.
SAN FERNANDO
INFORMACIÓN
(Extraordinario
de la Feria del
Carmen y de la Sal,
1995)
EVOCACIÓN
A Ignacio Bustamante Morejón
En olor de levantes y láminas
de esteros,
cal de las Callejuelas y
geranios de patios,
yo recuerdo de niño los
destellos de julio
con albas encendidas, dianas
mañaneras,
y la Capitanía de galas
ataviada;
versos de don Gabriel, el
órgano del Carmen,
los rojos cortinajes cubriendo
las columnas,
y ese río de gente con su fe
caudalosa,
reclinatorios propios, pardos
escapularios,
devotas viejecitas, fervor
carmelitano;
y, fuera, en !a Plazuela, las
pérgolas colmadas
de verdes ya quemados por el
sol veraniego,
y el viento sacudiendo las
gruesas buganvillas,
los chiquillos de entonces, más
fieros e inocentes,
las familias entorno de la
berza o el puchero
oyendo en sobremesa la alegre
catarata
de !a radio y !os discos
aquellos dedicados,
la lista interminable de
Cármenes felices,
y una paz que aún no había
destrozado el seiscientos.
En olor de levantes y
láminas de esteros,
con rumores de ahogados en la
vieja Vaera,
pregones vespertinos de lisas y
caballas,
ruidos de ostiones y pinchazos
de erizos,
y un torpe cantiñeo salpicando
los bares,
la ilusión y !as luces de la
larga Velada,
las miradas equívocas del amor
despuntando,
y calles y lugares y gentes que
se fueron,
todo el ayer, ahora, desemboca
en mis sienes,
y soy mar de recuerdos, corazón
del pasado.
De Cancionero memorial (1981)
A UN CANDRAY A MEDIO
CUBRIR POR EL CIENO
DE UN
MUELLE PESQUERO
Con la cerviz ya hundida y castiga
por el peso de soles y de bruma
ofreces todavía a las espumas
el honor de tu vértebra empinada
Que estuvo hasta tu proa abarrotada
de peces, lo recuerdas y te abrumas.
pero, a pesar, de que hedor te inhumas
resistes, sin embargo, la bajada.
Ni el colmillo del agua compañera,
ni el verdín que a tu proa la adornara
perdonan a tu sucia calavera;
igual que el pescador que te
embarcara
hoy su vejez lo abate y desampara
y se muere, mirándote, a tu vera.
De Erytheia o versos de circunstancias elegidas (2000)
CANASTO BAJO
EL BRAZO Y LA COLILLA...
Canasto bajo
el brazo y la colilla
permanente en la boca,
rictus mudo.
Se tiene que meter
medio desnudo
en la compuerta, el
agua en la rodilla
Le roba al cieno el
pan que lo mancílla
con el sudor, el frío,
el estornudo.
En la vejez, el
desamparo crudo
le espera y el reúma
en la costilla.
Cuando vende la carga
del canasto
el güichi habitual le
da su fasto
con vino y aceituna
zapatera.
No tiene otra querer
ni más consuelo
este mariscador que
mira al cielo
y se confía a Dios a
su manera.
De Las
señas perdidas (1992)
DOS RECUERDOS DE UN VERANO
DE LOS AÑOS CINCUENTA:
¡A BAÑARSE A CAÑOHERRERA!
I
El huerto de Togores, la
palmera
montando guardia frente a
Sacramento.
El callejón de Chaves,
polvoriento,
y escolta de la pita y la
chumbera.
Torrealta, la senda
costanera
hacia el Observatorio,
corpulento.
Huertas: Marín, Frasquito,
Chaves... Lento
y pendiente el camino a
Cañoherrera.
La Vía, donde niños
gritan, bajan
y, libres, ni las aves
aventajan
su alegría, sujeta a tantas
pruebas.
¿Qué les reservará luego el
destino?
Y van comiendo con fruición
las brevas
cogidas a lo largo del
camino.
HACIA LA ALBERCA DE LUISA
A Javier Pérez Ruiz
II
Cancela chirriante (en el
bostezo
de la siesta calmosa) con
maraña
de campanillas. Dentro ya,
aledaña,
la casa. Estío, sombra y
desperezo.
La tarde suda un dorondón
espeso,
pero en la alberca el sol
es blonda araña.
Ufana aquí la juventud se
baña.
Broza en las aguas hay por
aderezo.
El mismo ocaso, lívido de
anemia,
también se moja. Pero nos
apremia
ya, desde el porche, a una
señal, Luisa.
A nuestra contumacia el
perro ladra,
muge la vaca en la
anchurosa cuadra
y hasta un pato ganguea y
nos avisa.
Revista “ÁMBITO”, (1999)
LOS BILLARES. SUBIR LA CUESTECILLA
Los Billares. Subir la Cuestecilla.
Tras el ayuntamiento está
el mercado.
El Parque, al fondo. El sol
le ha orificado
en cada copa una fugaz
capilla.
La subasta. Después los
pesadores.
Arrastre de las básculas.
Ruidos
y voces. La cantina.
Distraídos
al olor del café zumban
rumores.
Pasan las horas. Con un
libro amaña
su aburrimiento en
distracción. Pasea.
Silba. Por lo bajinis
cantiñea.
En la floresta el sol, múltiple
araña.
García Lorca: “ ... y en el
horizonte,
¡lejos!, se hunde el
arcaduz del día...”
Y así se cura la monotonía:
el verso. ¿Qué mejor hay
que la afronte?
De Erytheia
o versos de circunstancias elegidas (2000)
EN UN RINCÓN DEL MOSTRADOR ESCRIBE...
En
un rincón del mostrador escribe
mientras está aguardando a la clientela.
Desde sus versos -atalaya- vela
el ocaso y su cárdeno declive.
En el umbral del callejón exhibe
la tarde su incendiada ciudadela
y el corazón está de centinela
mirando los rescoldos que describe.
En un rincón del mostrador delira
un poema, antigualla que es joyel
donde hay brasas lucientes de esa pira.
Mas si la realidad en sí es cruel,
¿no es bella y consolable esta mentira,
aunque sea espejismo en el papel?
SON
LAS CUATRO. LA CALLE SE
EDULCORA...
Son las cuatro. La calle se edulcora
callada. Guarda el guardia su silbato.
Del Carmen a las Monjas: un regato
de paz con campanadas de la hora.
De vez en cuando un coche. Oigo ahora
el martillo pegando en el zapato
en el taller de Cañavero en grato
parloteo con hebra burladora.
La radio: de la copla a la novela.
Los de siempre. El café. Tal vez, galbana,
y el chiste de un sarasa picantillo
que culmina esta estampa cotidiana
encendiendo la risa y su secuela.
Y otra vez de la anécdota al martillo...
ME HA LLEGADO EN EL AIRE DE LA INFANCIA...
(Politecnia. Centro Obrero)
Me ha llegado en el
aire de la infancia
la escuela y su candor de enciclopedia
con la
Historia Sagrada y la tragedia
de Abraham y su fiel perseverancia.
Con poco se alimenta la ignorancia:
escribir y leer, que nos remedia,
con las reglas -son cuatro-, eso que asedia,
y es el hambre y su fiera circunstancia.
Novillos en la Vía,
y al regreso,
Jeromo pregonando está en la
Esquina
las moras de la Isla;
el hombre grueso
de los velones junto a su pollina,
con un sistro anunciándose, y el beso
de junio con sus labios de calina.
ES LA LONJA,
RUIDO Y AJETREO...
Es la lonja, ruido y ajetreo:
bravos olores de hortalizas frescas
y frutas, y personas pintorescas,
y viejos carros para el acarreo.
Sábado, de mañana, el hormigueo:
gentes, bullas y manos picarescas.
Café, churros y pláticas grotescas
y la lonja en fragor de su apogeo.
Varieté habrá en la Plaza de los Toros
ya por la noche. Comentarios, coros
mirando los carteles, por doquier.
De pronto, un picadito de viruela
surge, pasa con una cantinela
de su adorada y mítica Piquer.
CARGANDO LOS BORRICOS
CENICIENTOS...
Cargando los borricos cenicientos
de la Chica
(los sacos, las verduras,
los cajillos) hay díscolas criaturas
-posguerra- como yo, niños y hambrientos.
En el mercado vencen desalientos
del malvivir, comunes desventuras.
Mientras que colman las cabalgaduras,
mordisquean las frutas avarientos.
Hay uno que por bajo cantiñea,
en tanto que la Chica
no lo vea
y le reprenda su holgazanería.
Pero el quejido, arácnido y gitano,
lo afirma, mano a mano con su hermano,
y han de llamarlo Camarón un día.
SE ME FIGURA UN ÁGUILA GIGANTE…
Se me figura un águila
gigante
con las garras -raíces- de ataduras.
Esbelta y negra, puebla las alturas
y se mueve orgullosa y oscilante.
El entorno domina vigilante:
El Canal, el Barrero y sus honduras,
El Carmen y las huertas, sus verduras.
El Gordo y Sacramento, aquí delante.
Desde niño la he visto enorme y fuerte,
enlutada y claustral como la muerte,
firme ante los levantes sitiadores;
y quien la vea, túmulo
florido,
no podrá dar al fuego del olvido
la araucaria del Huerto de Togores.
ESTÁN ALINEADOS LOS
CAJILLOS...
(A los viejos
campesinos de la Isla
que llevaban sus cargas al
palenque)
Están alineados los cajillos
de frutas y los sacos de patatas,
las verduras en haces, columnatas
de pimientos -los gordos, los larguillos.
Anochecer. El canto de los grillos.
El hortelano enciende unas fogatas
y quema unos rastrojos, secas matas
que rechazan las vacas y novillos.
Prepara el carro, encincha ya la mula.
Dedica una mirada y especula
lo que esa carga en el palenque oscila.
Cena poco y enciende su cigarro,
vela la madrugada y va hacia el carro
porque como descanse, se adormila.
MADRUGADA. LAS CINCO.
POR ENCIMA...
Madrugada. Las cinco. Por encima
del gran ayuntamiento, una navaja
de claridad del alba lenta baja
y un grupo hacia el palenque se aproxima.
Son los subastadores. Ya se arrima
la multitud. Al son de la rebaja,
que es la subasta, guiña la ventaja.
Churros, café. Tan buen olor anima.
La aurora en los cristales altos llama.
El verano frutal se desparrama
desbordando la lonja como un río.
En medio del ruido y los rumores,
un llanto con disfraz de trovadores
en un rincón se ahoga. ¿Será mío?
EN LA PROCESIÓN MARÍTIMA
DE LA VIRGEN DEL
CARMEN
Era en la procesión de la Patrona.
Llameaba aquel julio en los esteros.
Del Puente a Gallineras, de barqueros
los fieles: todo allí la Salve entona.
Muelle con gente que se corazona.
Calle Carmen. A guisa de romeros
suben devotos y callejoleros
los fieles. La Plazuela se ilusiona.
En el balcón barroco un viejecito
—don Gabriel, su poeta— a medio grito
versos a la
Señora le pregona.
De júbilo ferviente el pueblo aplaude
y el gentío es tal vez la mayor laude,
más aún si el gentío se emociona.
DOMINGO. ANOCHECER. LLUVIA
MOHÍNA...
Domingo.
Anochecer. Lluvia mohína
en la calle
Real con ceño frío.
A ratos,
tregua mísera al gentío
que va al
cine, su cola serpentina.
En los
cristales, humo de neblina.
Luces que
animan al escalofrío.
“—¡La he
visto, sí, para infortunio mío
en el café y
mi paz se desatina!”
“Acompañada
está. ¿Por qué la he visto?
Es mala
suerte. Pero, torpe, insisto,
y aquí en la
puerta no renuncio; aguanto.”
“Corazón,
mírala, anda. Agradece
que para ti
la noche resplandece,
aunque te
esté empapando con su llanto.”
SÁBADO POR LA TARDE.
SE ENCAMINA...
Sábado por la tarde. Se encamina,
devota tras devota, hacia el convento.
Suena el toque apagado al llamamiento;
para entonar la
Salve Sabatina.
Gime un aire decrépito en la
Esquina
donde predicen lluvia por el viento
viejos mariscadores con su tiento
olfateando un rastro de neblina.
Soledad. Frío. A veces, pasa un coche.
Al fondo, el callejón. Viene la noche
y las devotas vuelven de la misa.
El corazón adolescente sueña
y un verso inexpresable me hace seña,
pero es tan bello que se va de prisa.
De Las
señas perdidas (1992)
REFLEXIÓN DEL QUE REGRESA
PARA RECUPERAR SU TIERRA.
Viajero de silencios y
rápidos paisajes,
allanando horizontes de
raíles y andenes,
novio fugaz acaso de viejas
estaciones,
traspaso las distancias y
el tiempo para verte.
Muchos años me cuelgan del
alma como a un sauce
las ramas, chorreados de
nostalgia sus verdes;
lo mismo que racimos de
prietas esmeraldas
que rindieran las cepas de
un maduro septiembre.
Mis recuerdos de ti, como
los arcaduces
dando vueltas, me traen
aquellos años leves,
cuando en el patio, el
grifo de la plazuela, el cierro,
la radio, la velada de
padre en los talleres.
Aquel pan con manteca,
consuelo para el hambre,
y los remiendos de la
abuela siempre endebles;
la tienda del fiado (madre
pagaba el sábado)
y “¡gracias, muchas
gracias, gallegos, montañeses!”
Pero hoy regreso a ti,
rincón donde la infancia
oculta está y cubierta por
años que no vuelven:
Voy a desenterrarte,
juventud que dejara
entre amigos del barrio,
compuertas, caños, redes.
Las marismas son brazos que
abiertos me reciben;
aquí están los esteros como
hermanos muy fieles;
el agua verdinegra, la
sapina, el adarce
y un olor a marisco que al
ayer me devuelven.
Y este cielo, este cielo,
recién bañado, limpio,
igual que una montera donde
el azul se duerme
como siesta de huertos,
callejones de entonces,
azotea en que el viento de
levante se mece
entre los tendederos con
rumores de sábanas
y geranios lo mismo que
curiosos donceles,
tras pretiles y almenas,
apostados mirando
finas torres de iglesias y
la bahía enfrente.
Aquella antigua esquina del
Gordo, mentidero,
incesante trasiego de tan
diversas gentes;
viejos mariscadores que
adivinaban lluvias
por los vientos que olían a
mensajeros céleres.
Los que estrenaban broches
de unas faustas hombrías
en secreto adquiridas por
oscuros burdeles,
y contaban hazañas que en
oídos más jóvenes
eran bravas proezas de
viriles placeres.
Mariquitas oliendo a doña
Concha, asiduos
retazos de unas coplas con
penas y reveses,
la querida a hurtadillas o
la novia perdida,
o venales amores por arte
de alcahuete.
Los pregones aquellos de
azofaifas y moras
con los cuales Jeromo nos
hacía rehenes
de una turba en su entorno,
y aquellos higotunas
a la fresca en las tardes
del verano caliente.
Y las niñas jugaban a la
comba en la calle,
o bien al tocadé en la
acera, o en dinteles
de las puertas a cromos, y
los niños, entonces,
cuentos intercambiábamos
con sus famosos héroes.
Me acuerdo de Mangolo, que
sobre su cabeza
ataúdes llevaba que
anunciaban la muerte;
de aquellos velatorios de
paredes desnudas
capilla funeraria y llantos
que estremecen.
Los entierros aquellos con
sus regios caballos
de penachos altísimos y
fúnebres arneses.
Van hasta el cementerio con
coronas las jóvenes
—escolta dolorida—, si es
doncella quien muere.
Los colegios primarios, sus
humildes maestros,
la España Grande y Libre, los saludos al frente
bajo los dos retratos que
gloriosos escoltan
a un crucifijo en el que el
mismo Dios padece.
Las arcadas aquellas llenas
de buganvillas
de la Plazuela, acaso celando
canapeses
con novios en primicias. El
otoño secaba
luego las buganvillas
cubriendo los parterres.
Las tardes de los sábados,
aquellas sabatinas
a la Virgen del Carmen, con sus
latinas preces,
reclinatorios propios de
burguesas devotas,
versos a la Patrona de don Gabriel,
fervientes.
Zaguán con cuchicheos de
viejas rezagadas
y el lego impacientándose,
tanteando ya el cierre...
A la salida, el vórtice del
levante amontona
hojas de buganvillas y
revueltos papeles.
Se oía en la Plazuela campanadas
severas,
las cigüeñas saltaban en
sus nidos agrestes
y de los eucaliptos de la
huerta llegaban
balanceos mezclados con
luces de poniente.
Y sonidos de esquilas de
las vacas aquellas
que ordeñaba Melchor, y era
famosa leche;
los perros, sus ladridos a
la luna, los rezos
de las Horas de frailes en
clausura celeste.
Apagones de entonces,
cuando la anochecida
y las mariposillas con sus
llamitas débiles.
La radio con sus partes
nacionales, sus himnos.
Los ahogados de aquel
siniestro Guadalete...
Mimado se halla el pueblo
como un viejo candray
por el agua a sus plantas
que lo lame y lo muerde
con colmillos de espuma,
como en una hornacina
todo él, que a su Virgen
venera y enaltece.
He vuelto a ver el mar que
tenía perdido
y estaba en el envés de un
olvido indeleble.
Yo lo veo en riberas
aprendices de agua
y saltar en la playa y
amansarse en el muelle.
Pero nombrar el mar es
acunar su canto
en los labios llovidos de
gaviotas, rebenques,
almadrabas, salinas,
alfolíes, faluchos,
palangres, tajamares,
bajíos y rompientes.
Y ella, Virgen del Carmen,
pone su escapulario
sobre los oleajes, lo mismo
que un detente,
tempestades amaina, porque
por estos lares
el mar es hijo suyo y, en
calma, la obedece.
A la espalda del pueblo
suena el mar como un niño
que le pide a su madre, la Virgen, que lo bese
y Ella le pone el manto
cuando su piel se inquieta
y ya da en plenilunio o en
bonanza celeste.
Recorro los lugares que mis
pasos dejaron:
barrio, hervor de
murmullos;patio,almacén de enseres.
Pero la pesca. pobre como
ayer, sobrevive.
Un olor de otros tiempos mi
corazón conmueve.
Hombres que hablan del mar,
les corre por la sangre,
y en los ojos, ahítos de
marea, les duele.
Por ellos brama el mar; los
llama desde lejos;
se aparece en sus sueños
con milagros de peces.
Estos hombres han visto
desnudarse la aurora
y enlutarse el ocaso tras
olas y vaivenes;
y en el muelle, en el bar,
con un vaso de vino,
la lluvia sobre el agua
caer como alfileres.
Vuelvo, y gracias a todo lo
que veo, el pasado,
redoble de recuerdos, se
anima y reverdece.
Recupero mi ser, como quien
con su estima
perdida y olvidada de
pronto se aviniese.
Acaricio este océano, a mis
pies, blanda ardilla,
y doy gracias al cielo,
altar digno que es siempre.
Pueblo, mar, gente, Virgen
son míos como antaño,
porque lo que se ha amado,
nunca, nunca se pierde.
PREMIO “JUAN ORTIZ DEL
BARCO” DEL CÍRCULO DE ARTES Y OFICIOS DE SAN FERNANDO, 1996,
editado en el boletín del Círculo y en el libro Erytheia o versos de circunstancias elegidas (2000)
LA ISLA QUE SE NOS FUE...
A José Quintero González
La Isla que se nos fue
y que está en nuestro recuerdo,
es la
Isla que llevamos
como una seña por dentro
de lo que fuimos entonces
y hemos perdido en el tiempo
como si voces y sitios
nos llamaran desde lejos...
La Isla que se nos fue
somos nosotros, aquellos
que cruzábamos sus calles,
y momento tras momento
la sentíamos tan cerca,
que no se echaba de menos,
y entre alegrías y penas
la amábamos sin saberlo.
Esa Isla aún está viva
aunque no os parezca cierto,
porque hay gente que la lleva
en el rincón más secreto
del alma, y es que esa Isla
sirve al alma de alimento
y jamás se olvidará
mientras vivan estos versos.
Erytheia o
versos de circunstancias elegidas (2000)
No hay comentarios:
Publicar un comentario